El desafío de Ábalos abre un nuevo frente al Gobierno en un momento muy delicado
El PSOE no teme que el voto del exministro sea un problema. Sánchez comparará su reacción frente a la corrupción con la del PP para intentar superar un episodio muy duro para los socialistas
Parece mucho más, pero el Gobierno acaba de cumplir tres meses. Hace solo un mes, pese a las dificultades y la presión de la oposición, el Ejecutivo confiaba en encarrilar la ley de amnistía y con ella los Presupuestos y la legislatura. Pero desde que Junts decidió votar en contra de la ley, el 30 de enero, las cosas se han ido complicando. Y al varapalo de las elecciones gallegas, que ha revitalizado las dudas sobre la debilidad territorial de la izquierda, l...
Parece mucho más, pero el Gobierno acaba de cumplir tres meses. Hace solo un mes, pese a las dificultades y la presión de la oposición, el Ejecutivo confiaba en encarrilar la ley de amnistía y con ella los Presupuestos y la legislatura. Pero desde que Junts decidió votar en contra de la ley, el 30 de enero, las cosas se han ido complicando. Y al varapalo de las elecciones gallegas, que ha revitalizado las dudas sobre la debilidad territorial de la izquierda, le ha seguido el agujero del caso Koldo, el primer escándalo de corrupción relevante desde que en 2018 Sánchez llegó a La Moncloa. El desafío de José Luis Ábalos, que ha decidido atrincherarse en su escaño e irse al Grupo Mixto, asumiendo que el PSOE lo expulse, con tal de no perder el acta, llega así en un momento especialmente delicado.
El final de este drama político en el seno del PSOE y del núcleo duro de los que acompañaron a Sánchez en su aventura de las primarias de 2017, en el que Ábalos tuvo siempre un papel destacado, ha dejado desolados a los dirigentes socialistas. Muchos de ellos trasladaban en público y en privado su desconcierto ante la actitud del que fuera secretario de organización, que ha optado por desafiar al partido en el que ha militado casi toda su vida -tras un breve salto en el PCE- pasarse al Grupo Mixto y asumir así su expulsión con tal de seguir en el Congreso con el sueldo de diputado y la protección del aforamiento frente a posibles investigaciones futuras. “Este asunto nos produce mucho dolor”, resumía Patxi López, el portavoz. “Esto no es coherente con la trayectoria de Ábalos, que ha sido un socialista ejemplar. Irse al Grupo Mixto no es una decisión a su altura”, remató Óscar Puente, ministro de Transportes, el departamento que ocupó el ex secretario de organización.
Ábalos insiste en que no se va porque eso implicaría asumir su culpabilidad: “no puedo acabar mi carrera como un corrupto cuando soy inocente”. Pero Puente le puso el ejemplo de Josep Borrell, que abandonó el liderazgo del PSOE en 1999 por el escándalo de que dos colaboradores suyos habían defraudado dinero a Hacienda, el ministerio que dirigió. Nadie acusó nunca a Borrell de corrupto por aquello, explicó Puente, simplemente asumió la responsabilidad política por lo que hicieron sus subordinados. Es lo mismo que le pedían a Ábalos por darle mucho poder en su ministerio a Koldo García, detenido por cobrar presuntamente comisiones ilegales en contratos de compra de mascarillas en pandemia. Fue la propia Cristina Narbona, presidenta del PSOE y pareja de Borrell, quien sacó ese ejemplo este lunes en la Ejecutiva en la que se decidió pedirle el acta a Ábalos.
Pero el exministro no atendió estos argumentos y decidió desafiar al partido y al líder y registrar su pase al Grupo Mixto, donde compartirá espacio con los diputados de Podemos y otra exministra, Ione Belarra. Ábalos insiste en que no se queda por motivos económicos, sino políticos, para defender su nombre, pero en el PSOE se ha instalado la idea de que el dinero y el aforamiento son los dos principales motivos para asumir nada menos que la expulsión del partido por pasarse al Grupo Mixto, algo que él condenaba con dureza cuando era secretario de organización.
De hecho, Ábalos asumió la disciplina también en un momento decisivo, en 2016, cuando la gestora que dirigía el PSOE después de destituir a Pedro Sánchez ordenó a sus diputados la abstención en la investidura de Mariano Rajoy. Sánchez dejó el escaño para no tener que obedecer esa orden, Ábalos lo conservó y se abstuvo por disciplina, aunque siguió apoyando al actual presidente del Gobierno y se fue con él en las primarias de 2017.
La crisis es muy importante, sobre todo desde el punto de vista simbólico: un exsecretario de Organización del PSOE se pasa al Grupo Mixto, una imagen que parecía imposible, y lo hace después de un escándalo de corrupción que afecta a uno de sus principales colaboradores. Y además llega en un momento especialmente sensible, cuando el PP, eufórico tras el éxito en las gallegas, aprieta duro convencido de que el Gobierno de Sánchez va camino del colapso político. Sin embargo, diversas fuentes tanto del Gobierno como del PSOE señalan que esta crisis, que nadie minimiza, no tendrá consecuencias relevantes para el Ejecutivo si Ábalos sigue votando con el PSOE, algo que dan por hecho. El propio exministro, consultado este martes en los pasillos del Congreso mientras iba camino del registro para pasarse al Mixto, aseguró que él seguirá apoyando al Gobierno. Ninguno de los que le conocen en el PSOE le ven capaz de hacer nada diferente. Por ahí no hay aparente inquietud.
Sánchez ahora intentará recuperar la iniciativa desde este miércoles, el día en el que se enfrenta a una sesión de control muy difícil, que estará centrada en el caso Koldo. El presidente, según fuentes del Gobierno, prepara una contraofensiva en la que comparará la respuesta a los casos de corrupción del PSOE y del PP para intentar frenar los ataques de Alberto Núñez Feijóo, que vive un momento dulce después del éxito del PP en las gallegas y el regalo inesperado del caso Koldo. Sánchez necesitaba resolver la crisis con Ábalos antes de este miércoles, precisamente para poder dar una respuesta contundente a Feijóo. Pero esperaba otra salida, y ahora se encontrará al que fuera su secretario de organización ya en el Mixto.
Una vez superado el mal trago de este miércoles, en el que Sánchez reivindicará que él está dispuesto a actuar “caiga quien caiga” y por dura que sea la decisión, su equipo trabaja ya para acelerar con los dos grandes asuntos pendientes, la ley de amnistía y los Presupuestos, que están encadenados, y así poder encarrilar la legislatura definitivamente para despejar la idea de que está en riesgo.
“En cuatro años va a haber muchos cambios de ciclo”, bromeó la semana pasada Sánchez en Marruecos, después de decirles a los periodistas que tiene “todo el tiempo del mundo” por delante para gestionar y resolver cualquier crisis, porque la legislatura acaba de empezar. En ese momento aún no se veían las dimensiones del caso Koldo, que se acababa de conocer, y mucho menos podía imaginar Sánchez que acabaría con un exsecretario de organización en el Grupo Mixto seis días después. A esa idea, el tiempo que hay por delante y la mayoría que no se ha roto, se aferra el Gobierno para confiar en que podrá seguir y superar también esta crisis.
Todo sucede a velocidad de vértigo en el guion loco de la política española desde que en 2015 se dinamitó la época de las mayorías tranquilas en el Congreso. Pero Sánchez ha demostrado en el pasado que es quien mejor se mueve en esta vorágine. El desafío de Ábalos ha dejado claro que el presidente no siempre logra su propósito ni siquiera dentro del PSOE, porque no ha logrado convencer al que fuera miembro destacado del núcleo duro de que haga un sacrificio por el bien del partido. Pero Sánchez ya ha mostrado en muchas ocasiones anteriores que en los momentos más complicados saca una carta que cambia la jugada. Ahora le toca probar que puede encarrilar la investidura pase lo que pase.