Galicia y Podemos, de ‘House of Cards’ a ‘Falcon Crest’

El partido rompe el principio de acuerdo con Sumar para las elecciones. División al borde del precipicio, no sea que lo sensato dure un cuarto de hora, no sea que alguien piense que la política útil puede mandar sobre lo autorreferencial

Irene Montero, junto a Ione Belarra, en el acto para anunciar la candidatura de la número dos de Podemos a las europeas de junio, el 16 de diciembre en Madrid.JUAN BARBOSA

Las Navidades nos gustan tanto porque son ese tiempo donde lo tradicional manda sobre lo inesperado y eso, en los terribles años veinte, donde lo imprevisto se ha apoderado del calendario, agazapado como un bandido a salto de mata que aguarda para darnos el palo, no puede causarnos más que satisfacción. Puede que por eso la izquierda, fiel también a sus tradiciones, quiera acabar el año proporcionándonos un espectáculo dentro de lo esperable. ...

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Las Navidades nos gustan tanto porque son ese tiempo donde lo tradicional manda sobre lo inesperado y eso, en los terribles años veinte, donde lo imprevisto se ha apoderado del calendario, agazapado como un bandido a salto de mata que aguarda para darnos el palo, no puede causarnos más que satisfacción. Puede que por eso la izquierda, fiel también a sus tradiciones, quiera acabar el año proporcionándonos un espectáculo dentro de lo esperable. Podemos rompe el principio de acuerdo que había alcanzado con Sumar para las elecciones gallegas. División al borde del precipicio, no sea que lo sensato dure un cuarto de hora, no sea que alguien piense que la política útil puede mandar sobre lo autorreferencial.

Todo esto se remonta, en el fondo, al año 2015, cuando Podemos parecía capaz no sólo de disputar la hegemonía de la izquierda al PSOE, sino incluso, así lo confirmaban las encuestas, de dar una sorpresa en las generales. En ese contexto se decidió que en las municipales de mayo, que precedían a la gran cita de diciembre, el partido morado se abstuviera de concurrir con su denominación para no mancharse. Llegaron así las marcas blancas que conquistaron los grandes ayuntamientos y tomaron notables posiciones en los Parlamentos autonómicos. Un gran éxito que acarreaba inserto un gran problema: a la larga aquello sería un reino de taifas imposible de digerir para el votante medio. En el momento en que el suflé del cambio perdió fuerza, Podemos se vio incapaz de forjar un poder territorial cohesionado, estable y coherente. Y así hasta hoy.

Sumar ha heredado este escenario y una inquietante realidad. Puede que en la política contemporánea poseer un líder carismático, presencia digital y un nombre reconocible valga para encarar, al asalto, unos comicios generales que, pese a su naturaleza parlamentaria, se desarrollan en lo electoral como una cita presidencialista. Pero lo cierto es que para que un proyecto político cuaje, esto es, se mantenga en el tiempo más allá de un ciclo de cuatro años, es imprescindible que eche raíces en lo territorial. De ahí la importancia, para el partido de Yolanda Díaz, de conseguir un resultado aceptable en Galicia. De ahí que se haya contado con Marta Lois, portavoz de Sumar en el Congreso, como candidata a la Xunta. De ahí que el búnker que controla Podemos no haya dejado pasar la ocasión para hacer daño.

Como parece normal, por su propia supervivencia, lo que queda de Podemos en lo territorial pretende hacer política allí donde puede, es decir, Sumar. A pesar, no nos engañemos, de que la organización de Díaz les ofrece acuerdos muy poco ventajosos, nada que los morados no conozcan, nada que no hicieran cuando eran ellos quienes mandaban: en política las alianzas, también las amistades, siempre están expuestas al aprovechamiento mutuo, también a la ley del más fuerte. La cuestión es que lo que conviene fuera de Madrid no cuadra con las necesidades de la dirección central, ya sólo empeñada en llegar con fuerza a las europeas para lograr un todo o nada con Irene Montero. Frente a la discrepancia de intereses, ostracismo y expulsiones para los líderes regionales que no han pasado por el aro. Para el resto basta con que Canal Red toque a rebato para que el sucedáneo digital de democracia interna dé el resultado que se desea. Aquello que se conoció como nueva política aspiró, por un tiempo, a parecerse a House of Cards. Hoy, en realidad, se asemeja más a Falcon Crest, luchas dinásticas por mantener lo que queda del viñedo.

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