Félix Bolaños, ‘superministro’ para gestionar la nueva mayoría y el conflicto con los jueces por la amnistía
El hombre fuerte del Ejecutivo pasó de las sombras del aparato de Sánchez a ser protagonista de todas las negociaciones y operaciones complicadas del presidente
Hasta hace no mucho tiempo, cuando dio el salto a la primera línea de la política que ahora consolida con un enorme poder como ministro de Presidencia y Justicia, Félix Bolaños se definía como un “fontanero”. Son esos personajes de la política muy poco conocidos por los ciudadanos pero imprescindibles en cualquier estructura de poder. Son los que preparan los papeles, los que negocian, los que diseñan las operaciones más delicadas y las ejecutan discretament...
Hasta hace no mucho tiempo, cuando dio el salto a la primera línea de la política que ahora consolida con un enorme poder como ministro de Presidencia y Justicia, Félix Bolaños se definía como un “fontanero”. Son esos personajes de la política muy poco conocidos por los ciudadanos pero imprescindibles en cualquier estructura de poder. Son los que preparan los papeles, los que negocian, los que diseñan las operaciones más delicadas y las ejecutan discretamente. Todo al servicio del líder, sin protagonismo personal.
Durante muchos años, Bolaños, un madrileño que ha sobrevivido a todas la batallas de federación socialista más cainita, fue eso para Sánchez. Desde el diseño de los nuevos estatutos del PSOE, que dieron casi todo el poder al secretario general y a las bases, a las operaciones más delicadas, como la exhumación de los restos del dictador Francisco Franco, las negociaciones fallidas con el PP para renovar el Consejo General del Poder Judicial, la renovación de RTVE o las relaciones con La Zarzuela.
Todo, absolutamente todo, pasaba por Bolaños antes de que Sánchez fuera presidente y mucho más cuando llegó a serlo y colocó a su hombre de confianza —un jurista y alto funcionario del Estado que trabajó en el Banco de España pero también en la empresa privada— como secretario general de Presidencia. Desde entonces, poco a poco, Bolaños ha ido ganando peso en el Ejecutivo hasta que en julio de 2021, en plena pugna interna con Iván Redondo y con Carmen Calvo, vio cómo caía casi todo el núcleo duro y él era ascendido a ministro de Presidencia y Relaciones con las Cortes.
Del núcleo original de Sánchez solo quedan él y Santos Cerdán. No por casualidad son los dos grandes negociadores de la investidura, con María Jesús Montero, que llegó después pero ahora también está en el corazón del poder alrededor del presidente. Bolaños siempre ha permanecido cerca de Sánchez en los momentos decisivos: desde las primarias de 2017 en el PSOE, la moción de censura de 2018 que lo llevó a La Moncloa, los adelantos electorales, las negociaciones fallidas y las exitosas. Es el hombre que siempre está, en las buenas y las malas. Y que conoce como pocos al presidente.
Sánchez no lo hizo vicepresidente en 2021, y tampoco ahora, pero en la práctica ha tenido más poder que si lo hubiera hecho. Desde su Ministerio de Presidencia, según admiten algunos dirigentes, ha sido prácticamente un ministro de Justicia en la sombra, porque todos los asuntos jurídicos delicados han pasado por su despacho, el mismo que antes fue de Calvo y antes, con el PP, de Soraya Sáenz de Santamaría, una enorme sala diáfana desde la que se puede ver el edificio del Consejo de Ministros y también el palacio de La Moncloa. Desde esa mesa alargada, Bolaños ha dirigido la agenda del Consejo de Ministros, la resolución de las peores crisis de la coalición, las relaciones con la justicia y el diseño de todas las leyes delicadas, incluida la más polémica del final de la anterior legislatura: la reforma del Código Penal para eliminar el delito de sedición y rebajar el de malversación. También la renovación del Tribunal Constitucional, que logró después de meses de resistencias de la derecha judicial y cuyo resultado —el tribunal de garantías pasó a tener mayoría de magistrados de corte progresista— será decisiva esta legislatura.
Y desde allí ha diseñado también, en una larguísima negociación con los partidos independentistas, la polémica ley de amnistía para los encausados del procés, que está llena de referencias a la Constitución y muy cuidada técnicamente para que pase el filtro más delicado, el del Constitucional. Bolaños llevará ahora la negociación del recorrido parlamentario de esa ley. Lo hará a través de Rafael Simancas, secretario de Estado de Relaciones con las Cortes y otro de esos hombres que siempre están en todo: el ministro controla las negociaciones y los tiempos del Congreso, pero no los del Senado, en manos del PP. Bolaños también pilotará la aplicación práctica de la norma y deberá gestionar el previsible conflicto con una parte de la judicatura, que la considera una vulneración del principio de separación de poderes.
Sánchez ha premiado a su principal negociador con un superministerio que concentra en él un poder inédito, porque nadie había acumulado estos dos cargos y menos en un momento en el que Justicia será uno de los ministerios más importantes de la legislatura. Bolaños ha dejado así hace tiempo, al menos desde 2021, de ser un fontanero para alcanzar la cima política. Pero para eso antes tendrá que resolver con éxito los dos mayores desafíos de la legislatura, que claramente quedan en sus manos con este nombramiento: la estabilidad de la nueva mayoría parlamentaria que sustenta al Gobierno —deberá cuadrar los intereses contrapuestos de ERC y Junts o de PNV y Bildu en cada iniciativa o votación importante— y la batalla de la amnistía en el ámbito judicial y político, cuyo resultado es incierto. Será un superministro con mucho poder, pero también con muchos riesgos.
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