Josu Ternera, el hombre que encarna la historia de ETA
La entrevista de Jordi Évole al exjefe etarra, convertida en un polémico documental que se estrenará en el Festival de Cine de San Sebastián, pone ante la cámara 50 años de terrorismo
El 12 de mayo de 1989, una comisión judicial formada por el entonces juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, la fiscal Carmen Tagle y un comisario de la Policía Nacional se desplazó al Palacio de Justicia de París, al despacho del magistrado francés Michel Legrand. Querían interrogar por primera vez a José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, Josu Ternera, en aquel momento considerado jefe de ETA y detenido cuatro meses antes en Bayona. Legrand hizo las primeras preguntas, pero el etarra se limitó a responder “je n’ai rien à dire” (no tengo nada que decir, en francés) y a hac...
El 12 de mayo de 1989, una comisión judicial formada por el entonces juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, la fiscal Carmen Tagle y un comisario de la Policía Nacional se desplazó al Palacio de Justicia de París, al despacho del magistrado francés Michel Legrand. Querían interrogar por primera vez a José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, Josu Ternera, en aquel momento considerado jefe de ETA y detenido cuatro meses antes en Bayona. Legrand hizo las primeras preguntas, pero el etarra se limitó a responder “je n’ai rien à dire” (no tengo nada que decir, en francés) y a hacer un alegato político sobre la independencia de Euskadi.
Según rememora Garzón en conversación telefónica con EL PAÍS, tanto el juez francés como la comisión española preguntaron al etarra si su forma de luchar por la independencia del País Vasco era asesinando a niños (en noviembre del año anterior un coche bomba había matado en Madrid a un hombre y a un bebé de dos años). Urrutikoetxea se limitó a decir: “Cuando hablemos de las torturas que practican contra nosotros en las cárceles españolas, entonces hablaremos de eso”. La fiscal no pudo evitar comentar en voz baja: “Valiente hijo de puta”. Ternera pareció escucharla y preguntó al juez francés quién era ella. “Nos miró con desprecio”, recuerda Garzón. Tagle fue asesinada por ETA cuatro meses más tarde.
Ahora, 34 años después, el documental No me llame Ternera del periodista Jordi Évole, cuyo estreno el 22 de septiembre en el Festival de Cine de San Sebastián ha provocado una enorme polémica con peticiones de que no se proyecte, pone frente a la cámara a Urrutikoetxea y todo lo que representa. Con 72 años, símbolo de una ETA ya disuelta, tanto para los que estuvieron dentro como para los que sufrieron su violencia, la biografía de Josu Ternera se confunde con la historia de la propia organización terrorista. Entró en la banda en 1968, el año en que comenzaron los asesinatos, y fue su máximo dirigente en una de las épocas más sangrientas, la década de los ochenta, además de ser responsable del aparato político y representante de la banda en negociaciones con el Gobierno. También fue uno de los dos etarras ―la otra fue Soledad Iparraguirre, Anboto, hoy encarcelada en España— que leyeron el comunicado de disolución en 2018.
Urrutikoetxea dejó claro en el juicio celebrado contra él en París, en octubre de 1990, su simbiosis con la organización terrorista: “He sido, soy y seré militante de Euskadi Ta Askatasuna y estoy orgulloso de ello”, dijo. El periodista Florencio Domínguez, en su libro Josu Ternera: una vida en ETA (La esfera de los libros), explica esta longeva trayectoria, única en la banda, en la que “en cada escisión, en cada ruptura, Urrutikoetxea se alineó siempre con aquellos que mantenían su fidelidad al nacionalismo independentista y la violencia”. Otros dirigentes etarras de su generación murieron ―como José Miguel Beñarán, Argala, o Domingo Iturbe, Txomín―, se apartaron de la banda o fueron obligados a hacerlo tras ser detenidos.
Ternera, que nunca ha sido juzgado en España, admite en el documental de Évole su participación en el robo de la dinamita con la que la banda asesinó en 1973 al entonces presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco. También reconoce su implicación de manera indirecta en el ametrallamiento que costó la vida, en 1976, al alcalde de Galdakao (Bizkaia), Víctor Legorburu. En ambos casos, la amnistía de 1977 le exime de cualquier responsabilidad penal.
No ocurre lo mismo con su implicación, como presunto instigador, en el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza de 1987, que causó la muerte a 11 personas, seis de ellas menores. Por este hecho está procesado. También se le investiga en España por otras dos causas: la financiación de ETA a través de las herriko tabernas y un delito de crímenes de lesa humanidad. Además, la Audiencia Nacional admitió en enero de 2022 una querella contra él por la colocación del coche bomba en la T-4 del aeropuerto de Madrid-Barajas que mató a dos personas y puso fin a la última tregua de ETA. En estas causas investigadas en España, Josu Ternera niega su participación.
También llegó a estar procesado por el asesinato en Vitoria, en 1980, de Luis María Hergueta, directivo de la empresa Michelin. No obstante, este atentado fue perpetrado y reivindicado por ETApm, en la que Urrutikoetxea no militó (sí lo hizo en ETAm). Este dato fue alegado en la Audiencia Nacional por el abogado abertzale Iñigo Iruin, lo que llevó al juez Santiago Pedraz a anular el procedimiento por esta causa contra el exdirigente etarra en mayo de 2021.
En su libro, Domínguez destaca que Urrutikoetxea “ha vivido la mayor parte del tiempo en la sombra, intentando ocultarse del escrutinio público y tratando de no dejar huella de su paso por algunos escenarios”. De hecho, ni siquiera se le atribuyen documentos ideológicos. El único texto que se le conoce es el libro Giltzapeko sukaldaritza (La cocina entre barrotes, editorial Hiru Argitaletxea), en el que recoge las recetas que elaboró durante los diez años que estuvo preso en Francia por pertenencia a banda terrorista.
Pero su relevancia en ETA ha sido evidente. Urrutikoetxea aparece vinculado a las conversaciones de Argel, de 1989, a las que la banda exigía que se incorporara pese a estar encarcelado en Francia; y al encuentro en 2004 con el entonces líder de ERC Josep-Lluís Carod-Rovira. Pero, sobre todo, está ligado a los contactos con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en Suiza y Noruega de 2006, que, si bien no llegaron a buen puerto, sirvieron para allanar el camino que desembocó, en 2011, en el abandono de la violencia y, posteriormente, en la disolución de la banda.
El Gobierno consideró entonces que la presencia de Josu Ternera en aquellas reuniones no era garantía de nada, pero sí que, para que fructificasen, debía estar. Jesús Egiguren, el dirigente socialista vasco que se sentó frente a él en aquella mesa de diálogo, recordaba en 2015 en El Correo cómo aquel proceso se torció, precisamente, cuando Urrutikoetxea fue relegado por otro jefe etarra. “Allí apareció [Francisco Javier López Peña] Thierry, que era el que hablaba mientras Ternera estaba en una esquina”, rememoraba Eguiguren, interpretando esa sustitución como preludio del atentado de la T-4 que fulminó la negociación.
Urrutikoetxea asegura que, tras aquel fracaso, se apartó de la organización. Pese a ello, siguió implicado en movimientos claves de ETA. En noviembre de 2011 se desplazó a Oslo para integrarse en la delegación que, tras el anuncio del “cese definitivo de la violencia” de un mes antes, aspiró sin éxito a reunirse con el Gobierno de Mariano Rajoy (PP). Su siguiente salida a escena fue la lectura del comunicado de disolución de la banda en 2018. Un año más tarde fue detenido en Francia cuando acudía a un hospital a tratarse de un cáncer.
Su arresto puso fin a una huida de 17 años, un tiempo récord. Fuentes policiales destacan que consiguió permanecer tanto tiempo fuera de su radar porque no utilizó para ocultarse las estructuras de la banda, ya carcomida por la acción policial. Se apoyó en una red paralela de amigos. También ayudó su forma de vivir en clandestinidad, casi como un ermitaño. Durante siete años tras el fracaso de las negociaciones de 2006, vivió en una casa cerca de Durban-sur-Arize, un pueblecito de 100 habitantes en los Pirineos franceses. Según contaron en mayo de 2022 a EL PAÍS sus vecinos, Josu Ternera vivía solo, sin hablar más que con un par de lugareños, sin recibir más visitas que las de su pareja y sin salir de los alrededores. Al ser arrestado seis años más tarde, en 2019, vivía de manera similar en una solitaria cabaña en un municipio de 250 residentes cerca del Mont Blanc.
Tras su arresto en Francia ―donde permanece en libertad vigilada en la localidad de Anglet junto a su pareja y su hija―, Urrutikoetxea ha centrado sus esfuerzos en evitar por la vía judicial su entrega a España. Hasta ahora lo ha conseguido: en Francia debe ser aún juzgado por otra causa, y hasta que no sea condenado allí y cumpla sentencia, no será entregado. En julio, el tribunal de la Audiencia Nacional que iba a juzgarlo por el atentado de Zaragoza acordó aplazar la vista prevista para el próximo enero al constatar que no habrá sido extraditado por Francia para esas fechas. Ahora, el estreno del documental de Évole vuelve a atraer el foco sobre Josu Ternera y la historia de ETA que él encarna.