Se alquila hospital de tuberculosos abandonado: 19.000 metros cuadrados por 3.000 euros al mes a cambio de reparar el inmueble

El Ayuntamiento de Boecillo (Valladolid) intenta recuperar las instalaciones de un centro ruinoso destrozado por los vándalos

Vista general del sanatorio abandonado de Boecillo (Valladolid).Juan Navarro

Una cruz invertida y un portal derruido dan la sórdida bienvenida al esqueleto de un edificio abandonado entre vastos pinares en Boecillo (Valladolid, 4.200 habitantes). Las escaleras conducen a un pasillo lúgubre, que conduce a un muro con un enorme boquete entre ladrillos. En los escalones, una pintada rebaja una pequeña dosis de terror al acceso al inmueble, en tiempos un hospital de tuberculosos y también residencia de ancianos. Dice Luisete Plasencia y está junto a un símbolo satánico rodeado de toda clase de escombros y basura. Sintetiza la esencia de este enorme inmueble, ahora n...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Una cruz invertida y un portal derruido dan la sórdida bienvenida al esqueleto de un edificio abandonado entre vastos pinares en Boecillo (Valladolid, 4.200 habitantes). Las escaleras conducen a un pasillo lúgubre, que conduce a un muro con un enorme boquete entre ladrillos. En los escalones, una pintada rebaja una pequeña dosis de terror al acceso al inmueble, en tiempos un hospital de tuberculosos y también residencia de ancianos. Dice Luisete Plasencia y está junto a un símbolo satánico rodeado de toda clase de escombros y basura. Sintetiza la esencia de este enorme inmueble, ahora nido de gamberradas, esoterismo, chavales inquietos y mal rollo para quien ose recorrer sus cientos de habitaciones destrozadas en seis pisos de devastación. Son 19.000 metros cuadrados y el Ayuntamiento anuncia su intención de ofrecer la cesión de la explotación durante 60 años a cambio de reparar el inmueble y pagar un alquiler de 3.000 euros al mes.

En el lugar, los pájaros, el viento y el crujir de las pocas persianas que sobreviven se mezclan con el ruido de las pisadas sobre cascotes, cristales, basura y arena. Las paredes reventadas, las escaleras agrietadas, los techos hundidos, los baños destruidos y los suelos con agujeros se convierten en laberintos adornados por un crisol de formas fálicas, mensajes variopintos y reflexiones de filósofos callejeros. Vivimos en demomafia, reza alguno; Ni Dios ni reyes, solo el hombre”; Jincho presidente, proclama aquel; Moriréis, sentencia otro. Este panorama, suspira Raúl Gómez, alcalde de Boecillo (PP), desalienta a cualquier entidad privada que quisiera rehabilitar y rentabilizar un edificio “aislado, para lo bueno y para lo malo,” y salvarlo del abandono que lo ha devastado en los últimos años.

Estado de una de las escaleras del edificio.Juan Navarro

El Ayuntamiento ofrece la cesión de explotación sobre una superficie de 19.000 metros cuadrados durante 60 años más 30 de prórroga, el máximo si ambas partes quieren, para impulsar una actividad residencial u hostelera, pues se trata de un suelo no urbanizable junto al río Cega. “Entendemos que se necesita una inversión fuerte para rehabilitarlo, de unos siete millones de euros, lo ofrecemos a tan largo plazo para que las empresas puedan amortizarlo”, explica Gómez, que añade que los primeros meses de alquiler serían gratuitos y que después serían unos 3.000 euros mensuales, poca cosa para una superficie inmensa: 24.000 metros cuadrados de parcela. Se trata de un nuevo intento de encontrar interesados tras ofertas precedentes que “quedaron desiertas por dificultades en las fechas de licitación o de financiación”, indica el alcalde, que ahora pretende “buscar facilidades en oferta y consultar a los interesados anteriores” para adaptarse a lo que pidan “dentro de un orden y de lo posible”.

Las salas que hoy no alojan nada bueno acogían a enfermos de tuberculosis. Tenía unas 350 camas, hasta que en 1963, tras una década funcionando, cerró. El hospital se convirtió en residencia de ancianos o de personas con discapacidad hasta que “en los 2000″, recuerda el regidor, el festival motero Pingüinos lo empleó como sede para los asistentes. Los primeros años del siglo trajeron la decadencia de las instalaciones, recuerda Félix Candela, de 29 años, residente veraniego en la zona. “Para nosotros el hospi abandonado era un pasatiempo más, íbamos allí, de día o de noche, a pasar miedo, una vez incluso dormimos en sacos junto al recinto”, recuerda el vallisoletano, entre risas. Candela detalla batallitas legendarias en esos pueblos: “Unos chicos compraron una vez casquería, se vistieron de militares o con sábanas por encima, pintaron las paredes con sangre e hicieron allí una fiesta en la que le dieron un susto de muerte a un chaval que no sabía nada”. Y cuenta que, en los primeros años en desuso, aún había “camillas y cadenas” para atar a los pacientes en los hoy tétricos sótanos, donde parece que ha caído una bomba.

Escombros, suciedad y pintas, en un vestíbulo del inmueble.Juan Navarro

El pasado como sanatorio y la actual aura fantasmagórica atraen a aficionados al esoterismo y a una “romería de curiosos”, según el alcalde, cuyo impacto en el inmueble se aprecia en cualquier esquina, más desde que el programa Cuarto Milenio grabó allí. Los suelos de una de las plantas altas tienen pintados pentáculos y el 666 propios de rituales satánicos, múltiples cruces invertidas coronan varias paredes y hay partes donde la escasa madera que queda, pues el saqueo arrasó con cualquier cosa de valor, está chamuscada. Aún huele a quemado en esas estancias, donde se pueden hallar mascarillas, latas de cerveza intactas o periódicos fechados en 2007. Gómez alega la complejidad de vigilar un sitio así, a cuatro kilómetros del pueblo, y explica que las veces que vallaron el recinto, donde llegó a haber vigilantes de seguridad, los cercados desaparecían prácticamente de inmediato. Hoy, lo más parecido a un impedimento para entrar son las escaleras desvencijadas y la garita abandonada que franqueaba el paso a los vehículos desde la carretera más cercana.

Por los senderos cercanos, ideales para ciclistas aficionados o para caminantes despreocupados, reciben Elena Belmonte, de 51 años, y de Miriam Rodríguez, de 36, junto a sus perros. Ambas viven en las proximidades pero no se atreven a entrar. “Tiene mucho peligro, aunque los chavales se suben hasta el tejado para hacerse fotos”, explican. Las mujeres recitan los usos modernos del viejo sanatorio y hablan de “fiestas con música, sesiones de espiritismo y quedadas de jóvenes” allá donde la madre de Belmonte trabajó cuidando de los mayores, cuando “los suelos de mármol y la piscina estaban como nuevos” antes de convertirse en cascotes y contenedor de agua estancada. “Durante muchos años en los sótanos había aún sillas de ruedas”, señalan ambas, que niegan con la cabeza cuando se les pregunta sobre una hipotética revitalización de este esqueleto: “¿Quién va a comprar esto?”.

Estado de las habitaciones del antiguo hospital y residencia de ancianos.Juan Navarro

Sobre la firma

Más información

Archivado En