Dos muertos en una mesita de noche a la espera de una prueba de ADN
María Díaz murió en 2013, a los 101 años. Su marido, Domingo Hildago, fusilado en 1939, a los 26. Ella nunca lo olvidó. Una reciente exhumación abre la posibilidad de volver a juntarlos
En todas las mesitas de noche de María Díaz Corchero —la de la casa de su nuera en Barcelona, la de su antiguo hogar en el pueblo o cualquier sitio al que tuviera que desplazarse…— hubo siempre un retrato de su marido, Domingo Hildalgo. Le sobrevivió 74 años: ella murió en 2013, a punto de cumplir los 102, y él, en 1939, fusilado a los 26. Pero nunca lo olvidó. Lourdes Hildago, una de sus nietas, recuerda que, desde que tiene uso de razón, su abuela le habló de él. “Lo tuvo presente todos los días de su vida. Me contó su historia a mí y luego a mis hijos. Le preocupaba mucho que ...
En todas las mesitas de noche de María Díaz Corchero —la de la casa de su nuera en Barcelona, la de su antiguo hogar en el pueblo o cualquier sitio al que tuviera que desplazarse…— hubo siempre un retrato de su marido, Domingo Hildalgo. Le sobrevivió 74 años: ella murió en 2013, a punto de cumplir los 102, y él, en 1939, fusilado a los 26. Pero nunca lo olvidó. Lourdes Hildago, una de sus nietas, recuerda que, desde que tiene uso de razón, su abuela le habló de él. “Lo tuvo presente todos los días de su vida. Me contó su historia a mí y luego a mis hijos. Le preocupaba mucho que supiéramos que era inocente”. Hoy, las cenizas de María Díaz Corchero esperan en una mesita de noche en Almadén (Ciudad Real) junto al retrato de Domingo Hidalgo, cuyos restos, a falta de la identificación genética, acaban de ser exhumados de una fosa en el cementerio municipal. “Al menos”, afirma Lourdes, “que descansen juntos”.
Se casaron a comienzos de la Guerra Civil. Domingo era minero, como casi todos en Almadén, un pueblo que durante años vivió dos vidas: una en la superficie y otra paralela en la galería de calles subterráneas de las que se extraía mercurio. “Un día”, recuerda Lourdes, explicando el relato que oyó toda la vida en su casa, “picaron a la puerta y preguntaron por él y si tenía escopeta. En ese momento, Domingo estaba cazando con su padre, porque pasaban hambre. Dijeron que cuando volviese les avisasen porque querían que les acompañase de escolta de cinco presos de derechas que iban a trasladar a la cárcel de Ciudad Real”. Ese traslado finalmente se produjo, pero los presos nunca llegaron a su destino. El convoy se desvió del camino, hizo bajar a los presos y ordenó a los escoltas que les disparasen. “Cuando volvió a casa, mi abuelo le contó a mi abuela lo que había ocurrido y dijo que él se había negado a matarlos. Es lo mismo que declara en el juicio que estoy leyendo ahora. Porque otro día —cuando cambiaron las tornas en el pueblo— fueron a buscarlo por la muerte de estas personas. Fue a declarar y ya nunca salió de allí”.
Como no le permitían visitar a su marido en la cárcel, María, que entonces estaba embarazada, se sentaba todos los días en una piedra que había enfrente y esperaba durante horas. “Él estaba en el segundo piso y a veces podían saludarse”, recuerda Lourdes. A Domingo lo condenaron a muerte el mismo día que su esposa dio a luz a su segundo bebé, una niña. “A mi abuelo le permitieron ir a conocer a la recién nacida. Mi abuela le preguntó si sabía algo de la sentencia y él, que ya sabía que le habían puesto la pena máxima, mintió y le dijo que no se preocupara, que todo se iba a arreglar”. Pero María dejó de verlo desde la piedra. “Fue a casa de sus suegros y ellos le contaron que ya lo habían matado. Su suegro había intentado recuperar el cuerpo, había ido con un burro para recogerlo, pero no se lo permitieron”. Lo habían enterrado con otros ejecutados en una zona que entonces quedaba fuera del cementerio de Almadén y que ahora está dentro”, añade Lourdes.
María se quedó sola con un hijo de dos años —el padre de Lourdes— y una niña de pocos meses. “Al niño lo mandó con sus padres y sus hermanas, y mi abuela se fue a casa de los suyos con la niña. Mi prima me ha contado hace poco que el padre de mi abuelo, después de que mataran a su hijo, estuvo un mes encerrado en una habitación llorando sin parar”. Para ganarse un dinero y algo de comida, María hacía de ama de cría. Pero tras el fusilamiento de Domingo, perdió clientes. “La gente decía que los disgustos estropeaban la leche materna. Mi abuela contaba esto mucho. Decía: ‘La única que se llevó mi veneno fue mi niña”. La pequeña, que había nacido con problemas, murió a los 20 meses. “Entonces ella se puso a servir de interna en Puertollano [Ciudad Real] e iba a ver a mi padre cuando podía”. Cuando por fin pudo estabilizarse y recuperar a su hijo, les costó adaptarse. “Mi padre estaba acostumbrado a sus abuelos, a sus tías, sus amigos… y al principio se escapaba en bicicleta al pueblo donde se había criado. Luego, cuando mi padre tenía 21 años, se fueron a Barcelona, con una maleta, y allí conoció a mi madre, que siempre dice que se casó con su marido y con mi abuela, que vivió toda la vida con ellos. Cuando mi padre murió, a los 60, ella siguió en casa. La pobre sobrevivió a su marido, a su hija y a su hijo”.
Lourdes viajó recientemente desde Barcelona a Almadén para ver los trabajos de exhumación en la fosa a la que fue arrojado su abuelo Domingo con otros siete hombres. Ha sido realizada por el equipo de Mapas de Memoria, con una subvención de 12.000 euros concedida a la Federación Española de Municipios y Provincias por el Ministerio de la Presidencia. Volvió a casa muy impresionada tras ver los huesos, los restos humanos del hombre del que había oído hablar toda su vida.
El cementerio de Almadén alberga distintas fosas con un total de 67 cuerpos. Aquel 1 de agosto de 1939 fueron ejecutados ocho vecinos: Ángel Amores Gómez, Antonio Bolaños Urbina, Antonio Chamorro Serrano, Valeriano Illán López, Alfredo Jiménez Gómez, Manuel Meca López, Vicente Vieco Raso y Domingo Hidalgo López. El mayor tenía 46 años y el más joven, 25. La mayoría eran mineros. De Manuel Meca, dirigente político de la localidad, vinculado al PSOE y a UGT, se había extendido la leyenda de que había logrado escapar, pero su nombre aparece en el libro del cementerio que recoge la “ejecución por sentencia de ocho ombres (sic)”. El antropólogo de la UNED Jorge Moreno, del equipo Mapas de Memoria, explica que en ese mismo lugar se realizaron nuevos enterramientos, en 1956 y en 1970. “Los expertos han encontrado los restos con signos de muerte violenta, sin relación anatómica, aglutinados. Su primera hipótesis es que al realizar esos enterramientos posteriores, el enterrador metió los que ya había en una bolsa”. Voluntarios de cinco países —Francia, EE UU, Uruguay, el Reino Unido y Líbano— han participado en la exhumación, coordinada por Nicholas Márquez-Grant, de la Universidad de Cranfield y de Oxford, quien ha trabajado en fosas de las dos guerras mundiales y colabora con Scotland Yard en crímenes del presente.
Durante la exhumación, que ha concluido este jueves, expertos y familiares de las víctimas comentaron el reciente reportaje publicado por este periódico sobre las lagunas de los jóvenes en materia de memoria democrática. Les dolía que hubiese calado en algunos de ellos el mantra de que es mejor “no remover el pasado”, explica el antropólogo Jorge Moreno. “En Almadén la tierra estaba muy dura, muy apelmazada. Para poder avanzar hacia abajo había que picar muy fuerte, incluso hubo que utilizar un martillo mecánico. Los perpetradores siempre están a favor de la tierra inmóvil, de un pasado quieto. Al remover se evidencia la impunidad de los asesinatos”, señala.
Cuando aparecieron los primeros restos humanos, la familia de Lourdes pidió algo que los familiares no suelen pedir, pero que el equipo de Mapas de Memoria va a incorporar en las siguientes exhumaciones: unos minutos a solas con su abuelo. Los expertos salieron de la fosa y se apartaron para dejarles intimidad. Uno de ellos, Ángel Luis Ruiz, comentó: “Claro, es que nuestro equipo no busca restos, encuentra personas. Y lo que la familia hace con ese gesto es un pequeño velatorio”.