La vía de la claridad y la vía Groucho Marx
El problema catalán es, como mucho, secundario para la agenda del Gobierno español. Pero en ERC se ha asumido la realidad, es decir, que no hay otra vía que la política
“Devolverlo a la política”. Así lo explicitó el martes Pere Aragonès en la introducción de su discurso en el debate de política general: devolver la enquistada crisis constitucional a la esfera política deshaciendo el nudo penal de 2017 y así encarrilarla a través de la política al separar el independentismo institucional de la tentación unilateral. Esa es la vía que caracteriza la presidencia de la Generalitat, inscri...
“Devolverlo a la política”. Así lo explicitó el martes Pere Aragonès en la introducción de su discurso en el debate de política general: devolver la enquistada crisis constitucional a la esfera política deshaciendo el nudo penal de 2017 y así encarrilarla a través de la política al separar el independentismo institucional de la tentación unilateral. Esa es la vía que caracteriza la presidencia de la Generalitat, inscrita en la decisión estratégica que adoptó Esquerra al digerir el colapso posterior al 1 de octubre del que ahora van a cumplirse cinco años. No es una vía fácil. Para los intereses del partido es arriesgada. Defrauda a un movimiento social hoy agriado y dentro del cual habita su principal base electoral. Facilita la demagogia boicoteadora del partido con el que paradójicamente gobierna. Implica ofrecer únicamente palabras y no progresos porque el problema catalán es, como mucho, secundario para la agenda del Gobierno español. Pero en ERC se ha asumido la realidad, es decir, que no hay otra vía.
“Acabaré la intervención dirigiendo una propuesta al conjunto del país para reforzar la posición catalana en el proceso de negociación con el Estado”. Aragonès desearía que esa negociación existiese, pero dentro y fuera de la Mesa de Diálogo todos saben que las reuniones no pasan de ser una escenificación y solo parecen tomársela en serio las oposiciones no para resolver problemas sino para desgastar a Sánchez y a Aragonès. Por si esa negociación existiese, planteó Aragonès en el Parlament, propondría lo que sigue: “Un Acuerdo de Claridad al Estado. Un acuerdo que identifique cuándo y cómo Catalunya podrá volver a ejercer el derecho a decidir. Como han hecho Canadá y Quebec”. Viniendo de dónde venimos —de la ruptura unilateral del ordenamiento constitucional— es una propuesta de normalización institucional para afrontar una realidad que ya es estructural: la consolidación de un bloque independentista que, a día de hoy, es improbable que pierda la mayoría de Gobierno y cuyo horizonte legítimo es el que es.
Esta voluntad de encauzar la crisis constitucional es el principal argumento de la oposición a Aragonès. Lo abracadabrante es que esa oposición la lidera Junts, partido siempre en tensa construcción y que se mantiene unido al actuar como el perro del hortelano con un único objetivo: impedir que Esquerra Republicana se consolide como el partido independentista hegemónico. Impedirlo con esta lógica solo comprensible para Groucho Marx. Impedirlo al tiempo que se cogobierna con ellos, pero a la vez que se les amenaza con plantear una cuestión de confianza al president como implícita alternativa para no consultar a sus bases sobre el acuerdo de Gobierno y así no verse obligados a dejar los despachos del poder autonómico.
Esa dinámica es frívola, cainita y antipolítica. Hizo descarrilar la anterior legislatura, podría acabar con la actual. Romper con esa dinámica es la única vía para que las instituciones del autogobierno recuperen autoridad. La decisión presidencial de cesar al vicepresidente Puigneró es crítica. La primera respuesta de Junts imposta contundencia: “Un error histórico”.