El frente sur

Si Argelia recupera viejos reflejos de la guerra fría y se suma a la guerra de Putin contra Europa, Marruecos utiliza idénticas armas para arrimar el ascua a la sardina de su contencioso territorial con Argelia en el Sáhara Occidental

El ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, en un encuentro en Argel con su homólogo argelino, Ramtan Lamamra, el 10 de mayo.getty

Ucrania sufre una bárbara invasión militar, pero la guerra que libra contra el ejército de Putin desborda sus fronteras, y se establece en una multiplicidad de frentes, no todos estrictamente bélicos, que alcanzan las lindes meridionales de Europa. Los grifos de la energía —gas y petróleo—, la cosecha de cereales, la fabricación y suministro de armamento, los flujos de inmigrantes y la diplomacia internacional componen el entramado bélico con el que el Krem...

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Ucrania sufre una bárbara invasión militar, pero la guerra que libra contra el ejército de Putin desborda sus fronteras, y se establece en una multiplicidad de frentes, no todos estrictamente bélicos, que alcanzan las lindes meridionales de Europa. Los grifos de la energía —gas y petróleo—, la cosecha de cereales, la fabricación y suministro de armamento, los flujos de inmigrantes y la diplomacia internacional componen el entramado bélico con el que el Kremlin pretende imponer su hegemonía sobre una Europa que está defendiéndose como puede ante esta guerra de agresión.

Es un momento de desorden multipolar, en el que todas las potencias, grandes y pequeñas, pretenden sacar provecho del retraimiento de Estados Unidos exhibido con la presidencia de Trump y culminado con la brusca retirada de Afganistán. Toda guerra, como toda crisis, por lamentable que sea, no deja de ser una oportunidad. Las causas humanitarias y los motivos morales pasan a segundo plano para quienes saben sacar dinero y poder de la destrucción y de la muerte. Son pocos los que faltan a tan siniestra cita. No es el caso de Marruecos y Argelia, países hermanos enconados en una enemistad fundacional, que alimenta los celos y la rivalidad en el aprovechamiento de su proximidad geográfica y de sus relaciones con España y con Europa.

Argelia es el segundo consumidor africano de cereales después de Egipto. También es un cliente soberbio en el mercado de armas, solo detrás de China y de India en la compra a Rusia, el segundo fabricante mundial. Para Europa, su gas y su petróleo son una alternativa al suministro ruso ahora declinante o en trance de anulación. Gracias a su joven demografía y a su enorme desempleo, en sus manos está el arma temible de la inmigración, usada prácticamente por todos en el sur global.

Si Argelia recupera viejos reflejos de la guerra fría y se suma a la guerra de Putin contra Europa, Marruecos utiliza idénticas armas para arrimar el ascua a la sardina de su contencioso territorial con Argelia en el Sáhara Occidental. Lo anunciaron los Acuerdos Abraham promovidos por Trump, que condujeron a la apertura de relaciones diplomáticas con Israel por parte de varios países árabes, también Marruecos, a costa de palestinos y saharauis. Pegasus, el sistema de espionaje israelí, estaba de por medio y permitió a Rabat su órdago triunfante sobre el gobierno de Pedro Sánchez, y de carambola el agravio de nunca acabar de Argelia en defensa de la causa saharaui, que es también la de su salida al Atlántico.

La era de la ambigüedad toca a su fin. Cuenta y mucho la presión de Moscú, probablemente insoportable para un régimen como el argelino, en el que pesan especialmente los servicios secretos. Serguéi Lavrov estuvo en Argel a finales de mayo. Se nota su mano en la reciente maniobra argelina. Incluso en los argumentos: la nueva posición española sobre el Sáhara no es muy nueva y en todo caso no es ilegítima ni ilegal. Madrid, como antes Berlín, París y Washington, sostienen como mejor fórmula una autonomía dentro de Marruecos, pero ni rechazan ni vulneran las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que exigen el consenso de todas las partes, sea para acordar dicha autonomía, sea para organizar el referéndum. España no es Rusia y el Sáhara tampoco es Ucrania.

Nada es inocente en esta historia. La cadena de provocaciones es asombrosa. También la torpeza española. No es fácil navegar en unas aguas tan turbulentas, pero parecen fuera de dudas la desorientación y la debilidad del Gobierno. Si Marruecos consiguió destituir a la ministra de Exteriores, Arantxa González Laya, parece claro que Argelia demanda como contrapartida la destitución de su sucesor, José Manuel Albares. También en este contencioso, hasta ahora tan doméstico, solo Europa puede sacarnos del aprieto.

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