Yolanda Díaz tras Andalucía
Ante la propuesta de ruptura encarnada por Pablo Iglesias, la ministra personifica la adaptación reformista al poder; del intento de ‘sorpasso’ al PSOE a la voluntad de complementarlo para mantenerlo
La verdadera mala noticia de las elecciones andaluzas para la izquierda radical no vendrá tanto de los resultados en sí, ya augurados por la ruptura pactada entre Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez en febrero de 2020, sino de las debilidades estructurales puestas en evidencia y que amenazan con socavar...
La verdadera mala noticia de las elecciones andaluzas para la izquierda radical no vendrá tanto de los resultados en sí, ya augurados por la ruptura pactada entre Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez en febrero de 2020, sino de las debilidades estructurales puestas en evidencia y que amenazan con socavar el proyecto aún no nacido de Yolanda Díaz.
Los problemas organizativos se han plasmado en la rocambolesca formación de listas, que ha acabado dejando fuera a Podemos de la candidatura oficial, aunque este entuerto revela algo más importante y que trasciende a Andalucía: Podemos dejará un terreno muy áspero para quien venga después.
Esto tiene que ver con una peculiaridad de los morados. Ciudadanos y Vox desarrollaron su organización mediante una estrategia de penetración territorial (utilizando el término del politólogo italiano Angelo Panebianco), con un centro que controlaba la propagación del partido. En cambio, el aparato de Podemos se edificó empleando una estrategia de difusión territorial, mucho menos usual, mediante la cual articuló plataformas que se estaban constituyendo en diferentes municipios y regiones, incluso integrando algunos grupos regionalistas emergentes. La razón tenía que ver con la existencia de diversas tradiciones de activismo que nunca se integraron en el PSOE.
Esta estrategia condicionó enormemente la forma en que Podemos debía afrontar sus decisiones, especialmente cuando las cosas empezaron a ir mal, porque fue el origen de escisiones y faccionalismos locales que pronto empequeñecieron al proyecto de Iglesias. Como en Andalucía.
La incógnita es cómo reunificar ese espacio. Mientras que en un nuevo partido generado por penetración como Ciudadanos puede bastar con que el secretario de organización se lleve la guía de contactos telefónicos para precipitar su pase al adversario, en el caso de Podemos lo que queda tras la implosión de los círculos violetas es un reguero de partidos, candidaturas o núcleos personales que dejan un espacio difícil de recomponer. Un patrón histórico que se repite: ni el PCE post-Transición, ni IU, ni Podemos han sabido o podido unificar la izquierda radical en una fuerza que mantenga una representación parlamentaria estable y resistente a la provisionalidad de los votantes.
La novedad es que en el pasado el retroceso electoral de ese espacio beneficiaba al PSOE por defecto. Ahora, eso es menos seguro, porque su crisis puede desmovilizar a una parte de la izquierda, fulminando también el sostén de la mayoría gubernamental.
Quizá los promotores del proyecto de Díaz puedan pensar que este problema organizativo puede superarse gracias a una fuerte personalización en torno a la ministra. Se trataría de reeditar así la capacidad de arrastre que el liderazgo de Iglesias demostró entre 2014 y 2016. Pero eso también está quedando en entredicho en Andalucía.
Y es que el personaje Yolanda aparece como un reverso de lo que fue Pablo. En vez de una fuerza contra el sistema, Díaz se proyecta como un actor del Gobierno. Ante la propuesta de ruptura encarnada por Iglesias, la ministra personifica la adaptación reformista al poder. Del intento de sorpasso al PSOE, a la voluntad de complementarlo para mantenerlo. De abrazar la retórica del populismo a ejercer la pragmática de la popularidad. La aspiración de Díaz ya no puede ser el asalto a los cielos, sino evitar que lo haga el PP de la mano de Vox.
El resultado se refleja en sus cifras: es percibida mucho más moderada —siempre un punto más a la derecha que Iglesias, casi más cerca del PSOE que de Podemos— y más popular: su valoración llega a superar hasta en dos puntos la que recibía Iglesias en sus mejores momentos, en buena parte gracias a la puntuación recibida entre quienes no la votarán nunca.
Pero, al final, el gran talento de Iglesias fue aglutinar la fuerza de los demás partidos para elevarse a sí mismo y a Podemos, en beneficio de Pedro Sánchez. La división de la izquierda andaluza abre dudas de que Díaz pueda mantener esa ecuación.