Una España sin cobertura de móvil
Cientos de miles de habitantes de comarcas rurales sufren la falta de internet y telecomunicaciones
En el tramo de carretera que une la ciudad de Soria y San Esteban de Gormaz, a 70 kilómetros, el móvil del conductor no va a sonar o vibrar demasiado por muy solicitado que esté: apenas hay cobertura en esos minutos de asfalto. La peligrosa N-122 se turna con algunos kilómetros de autovía sin que en muchas zonas los teléfonos estén operativos, ni siquiera al atravesar por núcleos poblados. Intentar algo tan sencillo como mandar un correo electrónico o un mensaje de WhatsApp desde esas localidades se antoja imposible, tanto por la ...
En el tramo de carretera que une la ciudad de Soria y San Esteban de Gormaz, a 70 kilómetros, el móvil del conductor no va a sonar o vibrar demasiado por muy solicitado que esté: apenas hay cobertura en esos minutos de asfalto. La peligrosa N-122 se turna con algunos kilómetros de autovía sin que en muchas zonas los teléfonos estén operativos, ni siquiera al atravesar por núcleos poblados. Intentar algo tan sencillo como mandar un correo electrónico o un mensaje de WhatsApp desde esas localidades se antoja imposible, tanto por la ausencia de red móvil como por la escasez de pobladores para implorarles que compartan la clave de la wifi. La alternativa para no desviarse demasiado del trazado es dirigirse hacia los caminos de tierra, por si de repente llega la señal.
Existe una España que en pleno 2021 apenas puede usar un teléfono móvil, enviar un WhatsApp o navegar en internet. Si el servicio de las operadoras no alcanza hasta esas comarcas, puede pasar como en Castronuevo de Esgueva (Valladolid, 300 habitantes), en cuyas calles, pese a encontrarse a solo 12 kilómetros de la capital de provincia, resulta casi milagroso que el celular sea algo más que un trasto inútil en el bolsillo. Purificación García, de 65 años, apenas puede conectarse en dos lugares concretos de su casa de muros de piedra que ni el calor ni el frío atraviesan fácilmente. Tampoco el intangible internet lo logra, pero porque apenas hay. Solo una minúscula zona junto al pozo permite, con suerte, intercambiar mensajes o llamar.
El plan B, recurrente si llueve, es subir al viejo desván, antaño almacén de cereal, y buscar cobertura entre vigas y telarañas. La vivienda ya no tiene teléfono fijo porque no está habitada todo el año y no sale a cuenta, así que García muestra una paradoja: “Con el móvil estoy menos comunicada que cuando había fijo”. Las escasas garantías de comunicación se encuentran en la plaza, pues el Ayuntamiento ha instalado una red wifi pública que hace lo que puede, y en el camino del cementerio. Allí peregrina quien necesita mandar un correo o telefonear. El problema, comenta la vallisoletana, es que ante cualquier incidente hay muchas partes del pueblo donde no se puede solicitar ayuda más que a gritos.
La estampa incluso se agrava en áreas de montaña o geográficamente aisladas. En Soto de Sajambre (León, 50 habitantes) habilitaron hace unos años un “punto de cobertura” en lo alto de una piedra. El resignado usuario tenía que subirse a ella para hacer llamadas. Un panorama parejo exige templanza a Ramón Barreira, de 57 años y habitante de Terroso, casi en la frontera entre Ourense y Portugal. “Muy mal, muy mal va esto”, gruñe con cerrado acento gallego, lamentando que los lugareños tengan que pasear dos kilómetros para conectarse y regresar al siglo XXI.
La problemática, de una forma u otra, afecta a múltiples comarcas de toda España. El área gubernamental encargada de extender la digitalización es la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones. Fuentes de este departamento admiten que la labor de las administraciones implica fomentar, con subvenciones, que se presten estos servicios allí donde no llegan las prestaciones de las empresas porque no les es rentable ante la escasez de potenciales clientes. Los mapas que maneja la Secretaría de Estado dividen a los afectados entre zonas blancas —donde no hay acceso a banda ancha, lo que limita enormemente la cobertura— y zonas grises, donde el operador dispensa 30 megas de conexión, una cantidad decente hace una década pero escasa dado el uso actual de internet. En las zonas blancas viven cerca de 1,5 millones de personas, según la Administración; de las grises no hay una estimación de volumen de población. España, sostienen en la Secretaría de Estado, sale bien parada en las conexiones rurales con fibra, pues se ha convertido en la mejor del continente, con un 60,5% del territorio rural así cubierto tras partir de un 5,6% en 2015. Uno de los objetivos clave, señalan, es llevar la banda ancha al 100% del territorio en 2025, pero aún queda mucho por hacer con el apoyo de los fondos de la Comisión Europea.
Desiertos digitales
El contraste entre la exuberancia de recursos en el corazón de Europa y la escasez del campo lo conoce bien Pablo Delgado, economista y jurista de 27 años cuya familia procede de Valbonilla (Burgos, 50 habitantes). Delgado ha trabajado en el Parlamento Europeo (Bruselas) y en el Banco Central Europeo (Fráncfort) y ahora lo hace entre Valladolid y Madrid, tras haberse formado también en Roma. Por eso no da crédito a que, al regresar al pueblo, no haya modo alguno de que los agricultores puedan telefonearse o escribirse para pedir un apero, un remolque o ayuda con las ovejas. Toca conducir hasta la era o terreno donde estén faenando simplemente para hacer una pregunta. Más miedo da que un labriego no responda al móvil en horas: “No sabes si no le llega por la cobertura o si ha tenido un accidente con el tractor”. Tampoco pueden telefonear a la abuela desde un cercano merendero a tres minutos andando.
Los desiertos digitales los sufren también quienes insisten políticamente en el reequilibrio entre la España rural y la urbana. La experiencia la conoce Beatriz Martín, senadora de Teruel Existe y habituada a las penurias de provincias como la suya. Ella procede de Bueña (60 residentes) y basta con que azoten el viento o las tormentas para que la escasa red que nutre a la localidad decaiga. El móvil que le presta la Cámara alta no sirve porque la compañía con la que está hecho el contrato no funciona allí, y más de una vez ha tenido que trabajar desde el coche, en oasis comunicados de las proximidades.
La turolense lamenta que varias amigas suyas que viven en urbes grandes desearían instalarse en Bueña, pero la escasez de telecomunicaciones lo frustra. El partido ha hecho “trabajo de campo” para analizar qué partes de la provincia turolense carecen de esta cobertura: varios integrantes han recorrido en coche las carreteras con cuatro móviles, con la geolocalización activada, para descubrir ellos mismos dónde es imposible incluso pedir una ambulancia. El resultado es que hay parajes “de entre 20 y 30 kilómetros” de absoluto aislamiento. “No pedimos grandes servicios, sino algo de calidad, una velocidad normal”, ruega Martín. Este desequilibrio rural, eso sí, se convierte en cotizada paz para aquellos urbanitas con ganas de desconexión durante un par de días. El problema, lamentan en los pueblos perjudicados, es que ellos están forzados a una vida sin notificaciones en el móvil.