La derecha revive a ETA y Grande-Marlaska estalla
El ministro del Interior se encara con la derecha frente a las acusaciones de traición y recuerda que la banda planeó matarle
Y dos años después, Fernando Grande-Marlaska estalló. El juez que se hizo famoso —y a veces hasta polémico— por sus golpes a ETA llevaba meses y meses aguantando que lo tildasen de cómplice de los terroristas. “Traidor”, “felpudo de Bildu”, “toga manchada de sangre”, asaeteaba la oposición al ahora ministro del Interior y antes magistrado cubierto de laureles en la lucha contra el terroris...
Y dos años después, Fernando Grande-Marlaska estalló. El juez que se hizo famoso —y a veces hasta polémico— por sus golpes a ETA llevaba meses y meses aguantando que lo tildasen de cómplice de los terroristas. “Traidor”, “felpudo de Bildu”, “toga manchada de sangre”, asaeteaba la oposición al ahora ministro del Interior y antes magistrado cubierto de laureles en la lucha contra el terrorismo, a quien el PP elevó incluso al Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Ahora que ETA ya no mata, Marlaska tenía que escuchar cada semana ese tipo de acusaciones por su política de acercamiento de presos de la banda al País Vasco. El ministro se defendía sin esgrimir nunca esa antigua hoja de servicios, que sus rivales pasaban por alto o recordaban brevemente solo para echárselo en cara. Hasta que este martes Marlaska perdió la paciencia.
En la catarata de acusaciones al ministro, con la palabra “traición” tintineando en todos los discursos, se afanaron al mismo tiempo PP, Vox y Ciudadanos. Fue tal el clamor conjunto que el diputado de esta última formación Pablo Cambronero levantó de sus escaños a la bancada de la extrema derecha, en pie para ovacionarle, mientras sus compañeros se conformaban sentados con un aplauso más rutinario.
En la escabechina tuvieron un protagonismo especial dos familiares de asesinados por ETA, la popular Teresa Jiménez-Becerril y el miembro de Vox Francisco José Alcaraz. Ambos esgrimieron sus historias personales ―como también hizo Cambronero invocando su antiguo trabajo de policía― para decir que el acercamiento de presos deshonra la memoria de las víctimas. En las sucesivas réplicas, Marlaska empezó reprochando al PP, “ese partido de valientes”, que use a las víctimas “como arma arrojadiza” y “no encuentre otra persona para confrontar con el ministro del Interior”. Luego, ya dio muestras de que venía con una actitud distinta al encararse con Ignacio Gil-Lázaro, también de Vox. “En materia de lucha contra el terrorismo creo que tengo una historia bastante más solvente que la suya”, le respondió, antes de leer unas antiguas declaraciones de este veterano diputado, con más de 30 años en las filas del PP, en las que defendía el acercamiento de presos al País Vasco durante el Gobierno de Aznar. Gil-Lázaro, entre otras cosas, había llamado a Marlaska “canalla, vil y miserable”.
Se veía que el vaso del ministro se estaba colmando y la gota definitiva llegó con la interpelación de Alcaraz, a la que su grupo había dado carácter de urgencia y presentado con el siguiente texto: “Qué medidas va a adoptar el Gobierno para dejar de humillar a las víctimas de ETA”. El ministro escuchó como el diputado de Vox y expresidente de la AVT decía que “tiene su toga manchada de sangre”, y el resto de la bancada de la extrema derecha, aporreando los escaños, coreaba: “¡Dimisión! “¡dimisión!”. Fue entonces cuando Marlaska estalló.
Lo hizo a su manera, sin sentimentalismos y sin excesivas vehemencias, con un aviso previo: “No me gusta hablar personalmente, pero como aquí todo el mundo lo hace y viene con su historia, creo que ha llegado el momento”. Contó que hace años dejó su tierra —“Euskadi, a la que amo”— por el clima social que había generado el terrorismo, un traslado a Madrid que provocó que su marido perdiese el empleo que tenía. Recordó su entrada en la Audiencia Nacional y su actuación contra ETA “por profesionalidad”. Luego levantó un poco la voz: “Yo fui objetivo de ETA. [Hubo] varios planes para atentar contra mi persona, uno muy desarrollado. Me siento casi culpable porque hoy muchos están muertos y yo sigo viviendo”. Y remató: “¿Cómo va a humillar a las víctimas de ETA el Gobierno al que pertenezco?”.
Casi diez años después de que cesase el terrorismo en el País Vasco, el pleno del Congreso de este martes dedicó a ETA casi un tercio de sus cinco horas de debates. Sobre la cuestión, recordó Marlaska, su departamento ha contestado en los últimos meses en el Congreso a “decenas de preguntas orales y miles de preguntas por escrito”. Y no hay indicios de que pare, según se deduce de las palabras de Jiménez Becerril señalando los escaños de EH Bildu: “ETA no ha sido derrotada, está ahí representada. Y no hay apisonadora que la aplaste mientras el presidente del Gobierno pacte con sus herederos”. Claro que también está Vox, se apresuró a aclarar Alcaraz, y estos han llegado al Congreso con el propósito de ser “una traba a los intereses de ETA”.
La ofensiva contra el ministro del Interior levantó el fragor en una jornada de control al Gobierno que había comenzado sin muchos aspavientos. La oposición reprochó al Ejecutivo los pésimos datos económicos e intentó, sin ningún éxito, resolver el misterio de cómo serán las anunciadas ayudas directas a las pequeñas empresas. Lo que más pareció asombrar a la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, más que las pullas de la oposición, fue una intervención de su vecino de escaño Pablo Iglesias. El vicepresidente segundo aludió a una artista transexual para burlarse de Santiago Abascal: “La diferencia entre Paca la Piraña y usted es que ella hizo la mili”. Calviño se volvió hacia él con gesto de perplejidad: “¿Paca queeé….?”.