La oposición se prepara para la tormenta perfecta contra el Gobierno

La combinación de crisis sanitaria, económica y política rodea al Ejecutivo

Madrid -
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, el pasado miércoles.Emilio Naranjo (EFE)

La política española es un juego complejo en el que desde hace muchos años todos los caminos conducen al mismo lugar: Sabin Etxea, un edificio imponente en el centro de Bilbao, moderno, con amplias cristaleras oscuras, donde toma sus grandes decisiones el Euskadi Buru Batzar (EBB), la dirección del PNV. En La Moncloa, de nuevo, Pedro Sánchez y su equipo estarán este lunes pendientes de Sabin Etxea, como antes lo estuvieron Mariano Rajoy —fue el PNV quien decid...

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La política española es un juego complejo en el que desde hace muchos años todos los caminos conducen al mismo lugar: Sabin Etxea, un edificio imponente en el centro de Bilbao, moderno, con amplias cristaleras oscuras, donde toma sus grandes decisiones el Euskadi Buru Batzar (EBB), la dirección del PNV. En La Moncloa, de nuevo, Pedro Sánchez y su equipo estarán este lunes pendientes de Sabin Etxea, como antes lo estuvieron Mariano Rajoy —fue el PNV quien decidió su caída—, José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar o Felipe González. Allí se debatirá en una reunión del EBB qué vota el PNV el miércoles en la prórroga del estado de alarma, aunque la decisión podría rematarse después con negociaciones.

Los contactos en los últimos días han sido intensos, admiten fuentes del Ejecutivo y del PNV. Sobre todo entre Carmen Calvo y Andoni Ortuzar, presidente del EBB. También Aitor Esteban, portavoz del PNV, y Adriana Lastra, del PSOE, están haciendo su habitual trabajo discreto de tender puentes. Se negocia en estas horas alrededor de una fórmula de “cogobernanza” que dé más autonomía a las comunidades para el desconfinamiento. El voto del PNV no tiene por qué ser decisivo numéricamente —el Ejecutivo está convencido de que el PP no se atreverá a votar en contra de un decreto de alarma porque eso supondría aceptar que la gente pueda salir libremente de sus casas y moverse por todo el país, señalan en La Moncloa— pero sí políticamente. Si el Gobierno se quedara completamente solo en la votación del miércoles, aunque saliera el decreto gracias a las abstenciones, la oposición y el ambiente político y empresarial verían que el Ejecutivo está muy débil en un momento de tormenta perfecta que nadie niega en el Ejecutivo y en el PSOE. Y la ofensiva, calculan varios ministros consultados, se recrudecerá.

En público, el Gobierno evita contestar a la oposición. Las polémicas se minimizan y Sánchez pasa de puntillas sobre la situación política endiablada a la que se enfrenta, con una de las oposiciones más duras de toda Europa y con un Ejecutivo en minoría, con aliados con elecciones a la vista como el PNV o ERC, lo que complica su apoyo. Pero en privado, en los escasos momentos que las dimensiones de la crisis sanitaria y económica que tienen encima de la mesa les deja para pensar a medio plazo, los ministros no hablan de otra cosa más que de esa tormenta perfecta que les está preparando la oposición para abrasarlos a fuego lento en un cóctel imposible de crisis sanitaria —aunque los datos mejoran, los 25.000 muertos dan cuenta de las colosales dimensiones de la pandemia—, crisis económica —las previsiones que han enviado a Bruselas esta semana apuntan dos años de problemas— y la crisis política que están intentando promover desde la oposición para las próximas semanas. Hay mucha discusión interna porque en el PSOE algunos quieren reaccionar ya y contraatacar para evitar que la derecha siga deteriorando la imagen del Ejecutivo y del presidente. “Esto es como una guerra de baja intensidad. Es una operación de derribo del Gobierno y no hay pudor. Ahora que empiezan los datos a mejorar un poco, intensifican la campaña. Y después se aferrarán al derrumbe económico. Es la misma estrategia del PP de 1996, 2008, 2011. Esto ya lo hemos visto", señala un miembro del Ejecutivo.

"Ahora quieren romper la coalición. Pero no va a pasar”, se desahoga un ministro. Varios de ellos insisten en la misma idea: Sánchez resistirá porque es su forma de hacer política y la coalición no se romperá porque los dos partidos la defenderán. Por tanto, no hay ninguna posibilidad de que la ofensiva tenga éxito. En el Ejecutivo asumen que la crisis económica provocará un fuerte desgaste, pero creen que podrán vencerlo porque promoverán una salida social de la crisis muy diferente a los ajustes de 2010, que hundieron al PSOE desde los 169 escaños de 2008 a los 110 de 2011. El Gobierno insiste en que no habrá ajustes, aunque algunos dirigentes asumen que será muy difícil evitarlos a medio plazo. “¿Alguien cree que todo esto lo van a pagar los fondos europeos? Habrá que hacer algo de ajuste, pero no a costa de más desigualdad, ese es el punto”, señala un dirigente regional. Sánchez ha empezado a mostrar un poco ese pequeño giro de estrategia frente a la ofensiva. En vez de pedir a la oposición que apoye el estado de alarma sin más, les deja claro que si no lo hacen serán responsables de que miles de ciudadanos se queden sin ayudas, sin ERTE, y otros salgan a la calle libremente y se contagien porque no haya un instrumento legal que sirva para impedírselo. Esta semana, Sánchez y su núcleo duro estuvieron hablando sobre este asunto y el presidente decidió volcar la presión en la oposición, convencido de que el PP no se atreverá votar no. “Si lo hicieran nos lo pondrían muy fácil, sería una irresponsabilidad enorme”, señala otro dirigente.

Fuentes del PP aseguran que la decisión del voto no está tomada aún. Este lunes Sánchez hablará con Pablo Casado después de dos semanas de silencio. Ni siquiera algunos incondicionales del presidente entienden por qué no le llama más, aunque solo sea para quitarle un poco de espacio para la crítica. Incluso a dirigentes socialistas importantes les cuesta saber qué está pasando en La Moncloa, cada vez más encerrada en sí misma. Pero lo que sí tienen claro todos es que la tormenta política perfecta es casi inevitable esta vez. Y nadie sabe qué hay al otro lado.

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