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El blog de viajes
Por Paco Nadal

Cuatro bosques de Cataluña para visitar en otoño

La Coll de Jou, la sierra de Milany, la Fageda d’en Jordà y el parque nacional de Aigüestortes se transforman en esta época del año en una orgía cromática

Aunque el clima predominante en la parte catalana de los Pirineos es el mediterráneo continentalizado, la cubierta vegetal varía drásticamente según la altitud, la orientación de las vertientes y su lejanía al mar. Gracias a eso crecen también bosques de caducifolias más propios del clima atlántico que en otoño se transforman en una orgía cromática.

Aquí van cuatro lugares para disfrutar de este fenómeno.

Coll de Jou (Vall de Ribes)

Una estrecha carretera de cinco kilómetros lleva desde Ribes de Freser, en la comarca del Ripollès (Girona), hasta la pequeña aldea de Bruguera. La pista, en continuo ascenso, es ya en sí un festival de color por el túnel vegetal que la envuelve. Pero el verdadero espectáculo aparece un par de curvas antes de entrar en Bruguera, cuando las casas de piedra del conjunto urbano y el bosque que tapiza toda la ladera de la sierra Cavallera componen una paleta de ocres, rojos y verdes difícil de superar. El pino silvestre a media altitud y el pino negro en cotas altas se mezclan con robledales y hayedos, que en estas fechas son de un rojo intenso. Los abedules, alisos y avellanos de zonas más húmedas añaden notas amarillas en la escena.

La mejor manera de disfrutar de este bosque mixto es seguir las indicaciones de Coll de Jou que se ven a la entrada de Bruguera. Una pista de cemento apta para todo tipo de vehículos asciende atravesando el bosque; se puede dejar el coche en algún sitio que no estorbe y caminar entre la arboleda o seguir subiendo y llegar a unos pastos de altura donde está el ganado y donde los árboles desaparecen para dejar paso a unas vistas majestuosas de todo el valle de Ribes.

Sierra de Milany (Vallfogona de Ripollès)

La carretera que va de Olot, en La Garrotxa, a Ripoll avanza en paralelo a la sierra de Milany, una zona de transición prepirenaica, con una elevación media de unos 1.500 metros y una cubierta forestal que en estas fechas otoñales es otra maravilla cromática de la naturaleza. La carretera tiene poco tráfico (este va mayoritariamente por la N-260, un poco más al norte), y salva tres puertos de montaña: la Collada de Coubet, el Coll de Santigosa y el Coll de Canes.

En cualquiera de los tres merece la pena parar, bajar del coche y deleitarse con el interminable manto de hayas y robles que pinta las zonas medias y altas de la serranía con sus tonalidades ocres. Desde la población de Vallfogona de Ripollès salen senderos que se internan en la sierra y llevan, por ejemplo, a la Font de la Tosca, al Castell de Milany o las gargantas del Torrent de la Masica.

Fageda d’en Jordà (La Garrotxa)

Este tampoco no es un paisaje típico de alta montaña. Pero este enorme bosque de hayas, algunas centenarias, es un clásico en toda ruta por La Garrotxa, comarca prepirinenca de Girona famosa, sobre todo, por sus antiguos conos volcánicos. A la Fageda d’en Jordà se llega por la carretera que va de Olot a la pequeña y encantadora localidad de Santa Pau. Allí hay un aparcamiento donde empiezan los senderos que se internan en esta selva de claroscuros y tonos ocres, amarillos y rojizos en otoño. El especial microclima húmedo de la zona ha permitido la existencia de hayas de gran porte a muy escasa altitud. Puedes recorrerla a pie por alguno de sus senderos e incluso en bicicleta por la misma pista por la que circulan los carros tirados por caballos para paseos turísticos que se contratan allí mismo.

De una u otra manera, te sumerges en un mundo de luz matizada, entre troncos rectilíneos de hayas que crecen sobre antiguas coladas de lava del volcán Croscat. Un paisaje cautivador y misterioso. El poeta catalán Joan Maragall le dedicó un poema donde ensalza la paz y aislamiento que le transmitía el lugar.

El parque nacional de Aigüestortes (Lleida)

Aunque en el único parque nacional en Cataluña lo que predomina es el pino negro y el abeto, en zonas más bajas, húmedas y de umbrías crecen bosques de robles, hayas y otras caducifolias. Uno de los mejores sitios para comprobarlo es la senda de la Nutria, un itinerario a lo largo del valle del río Sant Nicolau que comienza en el aparcamiento de la Palanca de la Molina, entre Boí y el balneario de Caldes de Boí, en la entrada occidental del parque, por la Alta Ribagorça. La senda está bien marcada y sube en paralelo al cauce hasta una zona de pastos de altura junto al lago Llebreta. La laguna, de forma elíptica, está rodeada de bellísimas zonas de pastos, cascadas y un bosque caducifolio que en otoño estalla en mil tonalidades.

Por el otro acceso, el oriental, por el Pallars Sobirà, también depara paisajes otoñales increíbles. Mucho antes de llegar a la entrada del parque, e incluso antes de la población de Espot, las laderas del río Escrita aparecen tapiadas por un denso bosque de abeto y pino negro en el que despuntan, como si fueran focos de luz amarilla, las frondosas de alta montaña, en especial hayas, pero también abedules, fresnos y avellanos. En el entorno del Estany de Sant Maurici los bosquetes de caducifolias amarillas animan en estas fechas la estampa más famosa de esta vertiente del parque nacional: la que compone el lago y las cimas gemelas de Els Encantats. Para llegar al Estany de Sant Maurici hay que dejar el coche en el aparcamiento a la entrada del parque y caminar una hora en ligero ascenso. Están permitidas también las bicicletas.

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