Nueve razones por las que siempre volvería a Irlanda
El país de los druidas y las Guinness está lleno de verdes campiñas, un clima alocado y acantilados que no pasan desapercibidos, entre otras cosas encantadoras. Y todas me fascinan
La isla de Irlanda es un destino cercano al que muchos relacionan solo con viajes de juventud para aprender inglés; y otros, con su capital y poco más. A mí, nativo de los sedientos y desérticos parajes del sur peninsular, sus verdes campiñas, su clima alocado y húmedo, la belleza de sus acantilados, sus tradiciones, sus pubs y la amabilidad de sus gentes, me tienen fascinado.
Por eso siempre encuentro razones para volver. Estas son algunas de ellas:
1. La cercanía.
A poco más de dos horas de vuelo desde España tienes un destino de rica historia y cultura, perfecto para un puente o una estancia más larga.
2. Irlanda es el país de la herencia celta.
Sus paisajes, sus brumas y sus días lluviosos me hacen sentir dentro de viejas leyendas de druidas, arpas mágicas y dioses mitológicos.
3. Ir a un pub anónimo de cualquier aldea
En vez de a los pubs más famosos de Dublín, donde solo hay turistas, entrar a un pub anónimo de cualquier aldea perdida en las verdes campiñas, en el que solo hay gente local, me hace sentir acogido de inmediato. Antes de que te des cuenta estarás socializando con los parroquianos “with a pint of Guinness and a good craic” (con una pinta de Guinness y una buena conversación), cual irlandés de pro.
4. La música.
Irlanda es un país donde suena música siempre. Ya sea folk de orígenes celtas o grupos modernos que reinterpretan el rock. Es fácil acabar la noche en un pub donde hay música en directo.
5. No es barato, pero tampoco caro
No es un país barato y el alojamiento suele tener precios más altos de lo que imaginabas, pero se puede viajar con un presupuesto ajustado si te programas bien y con antelación.
6. Es muy fácil de recorrer por tu cuenta.
Aunque se conduzca por la izquierda y esto asuste al principio, es fácil acostumbrarse a tener el volante en el otro lado. La recompensa es parar donde quieras a disfrutar de un acantilado, de un bosque o de las ruinas de un castillo solitario.
7. Irlanda es mucho más que Dublín
Dublín es una capital que a mí particularmente me emociona poco. Si alquilas un coche y te pierdes por ese mundo rural, verde y ondulante, descubres un país de paisajes fascinantes y muy variados.
8. Un fish & chips en una vieja taberna de madera
Y tomarlo junto a un puerto, viendo el mar encrespado por el ventanal mientras escuchas el graznido de las gaviotas y el crepitar del fuego en la chimenea es…. Lo más cercano al Nirvana de un viajero.
9. Y para terminar, una Guinness al atardecer.
Hay productos gastronómicos que solo saben bien en el lugar de origen. El cabrales en Asturias o el té a la menta en Marruecos. Por eso, cuando viajo por Irlanda, tengo el sacrosanto ritual de, cuando se va a meter el sol, parar donde esté y deleitarme lentamente con una buena Guinness. La misma cerveza tomada a la misma hora fuera de Irlanda…. Ya no me sabe igual.