Queridos lectores:
Ha sido un honor escribir para vosotros sobre viajes durante los 25 años que llevo trabajando en EL PAÍS, pero, como dijo en una ocasión el filósofo francés Michel Onfray (Teoría del viaje), es hora de cambiar el tiempo laborioso por el ocio inventivo y feliz. Pintaré, leeré, desempolvaré mis queridas cámaras Nikon y mi ampliadora Durst, veré todas las exposiciones que pueda, daré la...
Queridos lectores:
Ha sido un honor escribir para vosotros sobre viajes durante los 25 años que llevo trabajando en EL PAÍS, pero, como dijo en una ocasión el filósofo francés Michel Onfray (Teoría del viaje), es hora de cambiar el tiempo laborioso por el ocio inventivo y feliz. Pintaré, leeré, desempolvaré mis queridas cámaras Nikon y mi ampliadora Durst, veré todas las exposiciones que pueda, daré largos paseos, montaré en bici, me perderé por algún bosque segoviano para ver animalillos y seguiré viajando, claro. Tampoco descarto retomar las clases de esgrima. Veremos si mi cuerpo da para tanto.
Comencé a colaborar con EL PAÍS a finales de los noventa en la sección de viajes del suplemento Tentaciones. Yo era un joven reportero freelance, el nombre con el que se conocía durante la Edad Media a los soldados mercenarios, y se esperaba de mí que me comportase como tal.
“No voy a mandar a un señor de 45 años a hacer el Camino de Santiago”, me espetó en una ocasión mi jefa María Ángeles Sánchez ―una de las grandes periodistas de viaje en España, autora del libro Fiestas populares― antes de enviarme a mí a recorrer a pie durante 15 días los 350 kilómetros que hay entre Sahagún (León) y la catedral de Santiago. Un viaje en el que inventarié todos los albergues y servicios a lo largo de la ruta, hablé con la gente y tomé apuntes y fotos. Después, me puse a escribir. Antes de internet, los periodistas de viajes trabajábamos así.
Algunas de las misiones que nos encomendaban eran tan duras como divertidas. Valga como ejemplo el título y subtítulo de este reportaje rescatado de la hemeroteca por una compañera de Documentación, escrito a pachas con Carlos Pascual y Bernard Datcharry: “Nuestros reporteros se la juegan. Había que darle marcha al cuerpo. Y comprobar en nuestras carnes algunas de las propuestas aparecidas en estas mismas páginas. Para ello, tres redactores de Tentaciones han participado, sin identificarse, en otras tantas actividades a pie, en piragua y en bicicleta. El riesgo ha merecido la pena. Este es el resultado”. A mí me tocó en suerte hacer un curso de kayak de aguas bravas en los rápidos del río Gállego, en el Prepirineo de Huesca. Apenas sé nadar, pero no dije ni pío (cuando eres freelance vales lo que vale tu último reportaje). Fue una experiencia emocionante y húmeda. Como el curso de buceo. Lo pasaba tan bien de mal, que todavía añoro aquella épica época, anterior a los press trips, las redes sociales y los influencers. Por no hablar de ChatGPT.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Esta profesión me ha regalado momentos maravillosos y permitido conocer muchas gentes y lugares, pero viajar también consiste en desaparecer: “Una incursión solitaria por una apretada línea geográfica hacia el olvido”, según el escritor Paul Theroux, que en su libro El tao del viajero escribe: “Deja tu casa. Ve solo. Viaja ligero. Lleva un mapa. Ve por tierra. Cruza a pie la frontera. Escribe un diario. Lee una novela sin relación con el lugar en el que estés. Evita usar el móvil. Haz algún amigo”.
Mucha suerte y viajes felices.
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