Ronda, ‘stendhalazo’ de escritores desde Cervantes a Rilke

Su monumental puente, un marco natural incomparable y la mitificación romántica de lo andaluz han atraído a la ciudad malagueña a numerosos autores y artistas extranjeros, como Lorca o Hemingway

Vista de la puerta de Almocabar, en las murallas de la ciudad de Ronda (Málaga).Manfred Gottschalk (world image / GETTY IMAGES)

Un profundo desfiladero, el Tajo, surcado por el tenue murmullo del río Guadalevín, corta en dos la elevada meseta sobre la que se yergue Ronda. A un lado, la vieja urbe de íberos, romanos, godos y musulmanes; al otro, la zona comercial que fue creciendo tras la conquista cristiana, El Mercadillo. Una magna obra de ingeniería del siglo XVIII, el Puente Nuevo, las une fundiéndose en la espectacular naturaleza que la rodea, lo que la hace única.

Uno de los escritores que más tiempo pasó en Ronda es el poeta Rainer Maria Rilke. Vino a Toledo atraído por El Greco y terminó en la ciudad malagueña buscando sosiego. Aquí permaneció entre diciembre de 1912 y febrero de 1913. Se alojó en el hotel Reina Victoria, en cuya habitación 208 escribió La trilogía española, parte de las Elegías de Duino, poemas sueltos y una treintena de cartas y postales en las que describía Ronda, a Lou Andreas-Salomé y a Auguste Rodin. Una estatua lo recuerda en sus jardines y al lado del gastrobar hay una pequeña exposición con libros y algunos objetos que pertenecieron al poeta.

Rilke daba largos paseos diarios. Desde el hotel, disfrutando de las vistas de la serranía, bajaba por el paseo de los Ingleses que bordea un abismo de 180 metros de caída. Pasaba por los agradables jardines de la Alameda y la plaza de España hasta llegar al punto emblemático de Ronda: el Puente Nuevo. Una imponente mole, construida entre 1751 y 1793, cuyos pilares bajan los casi 100 metros de precipicio hasta el fondo del río. Se adentraba por el casco viejo, deambulando por las blancas y silenciosas callejuelas que recorrió antaño el poeta árabe Abul Beka y que Borges describió como “un cóncavo silencio de patios, / un ocio del jazmín / y un tenue rumor de agua”. Después pasaba ante viejas casas señoriales con escudos de armas. Palacios como el de Mondragón, hoy Museo Municipal, donde residieron gobernadores árabes y cristianos, los Reyes Católicos y la familia de Martin Amis, quien escribió aquí su primera novela; el de los descendientes de Moctezuma, hoy museo del pintor Joaquín Peinado; y la Casa del Gigante, de los siglos XIII y XIV, que conserva yeserías árabes. Bajando por la calle de Armiñán se encontraba con el único minarete que queda y por el callejón de los Tramposos llegaba a la iglesia de Santa María la Mayor. Construida sobre una antigua mezquita, en ella conviven el gótico tardío y el Barroco con restos del mihrab nazarí y parte del alminar convertido en campanario. Rilke se sentaba bajo el fresco de San Cristóbal, al que dedicó un poema. Ronda le recordaba a San Cristóbal cruzando el río con la ciudad a sus espaldas.

Ilustración de Ronda de Irene Hagemann. IRENE HAGEMANN

La iglesia da a una ajardinada plaza donde se halla el Ayuntamiento, un antiguo cuartel de 1743, y el convento de Santa Isabel de los Ángeles, de 1540, a cuya iglesia el poeta y novelista de origen checo iba a escuchar los cánticos de su coro infantil. Quizá degustó los dulces que elaboran las clarisas desde 1664. Cuesta abajo llegaba hasta la sobria iglesia del Espíritu Santo, las murallas árabes que abren las puertas de Almocábar y de Carlos V y, extramuros, al convento de San Francisco, de bellísima portada gótico-isabelina.

Paseando a los pies de las murallas del Carmen y de la Cijara se va a los baños árabes del siglo XIII y a los dos viejos puentes que unían la ciudad; uno de los rincones, con el Tajo y la ciudad de fondo, más atractivos. Se vuelve a la parte alta por el Arco de Felipe V, subiendo la empinada cuesta de Santo Domingo que pasa ante la puerta renacentista del palacio del Marqués de Salvatierra y la Casa del Rey Moro. Esta conserva en su interior una escalera nazarí de 365 peldaños excavada en la roca del Tajo que llega hasta el río, por la que esclavos cristianos subían agua a la ciudadela cargando odres. Se puede subir también a El Mercadillo por la otra orilla, disfrutando de las vistas del Tajo desde los jardines que contornean el precipicio o, como hacía Rilke, por el antiguo barrio sefardí de La Peña y la emblemática fuente de los Ocho Caños, del siglo XVIII.

Detalle del interior del palacio de Mondragón, hoy el Museo Municipal de Ronda (Málaga).Antonio López (Alamy / CORDON PRESS)

Rilke también recorrió el valle a los pies de Ronda, llegando a la ermita mozárabe de la Virgen de la Cabeza, de los siglos IX y X, excavada en las Cuevas de San Antón. En la Hoya del Tajo apreciaba una de las vistas icónicas de Ronda: tras la cascada del Guadalevín, la inmensidad del Puente Nuevo que funde el color de sus sillares con las vertiginosas paredes a las que se asoma la ciudad. Una escena espectacular a pleno sol, con un cielo azul intenso, y cuando recibe la dorada luz del atardecer.

Cerca del hotel de Rilke está la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, que guarda un relicario con la mano incorrupta de Santa Teresa. Un poco más adelante, la plaza de toros, cuyas corridas cantó Lorca en Mariana Pineda. Construida en 1785, luce un blanco inmaculado externo y un ruedo de asientos bajo techado que sustentan 136 columnas toscanas. Su museo exhibe carteles de Guinovart, Barceló y Pérez Villalta, entre otros; y obras de Goya, quien fue amigo y retrató al diestro Pedro Romero, cantado por Bergamín, miembro de una de las grandes dinastías taurinas de Ronda. La otra son los Ordóñez: Cayetano Ordóñez, Niño de la Palma, aclamado por Alberti, y su hijo Antonio Ordóñez, cuyas estatuas cortejan la entrada de la plaza. Amigos de los Ordóñez fueron Ernest Hemingway y Orson Welles. Con ellos asistieron en Ronda a corridas, incluidas las goyescas, que inspiraron a Hemingway para escribir Muerte en la tarde y Fiesta, en la que el torero curiosamente se llama Pedro Romero.

Paseando a los pies de las murallas del Carmen y de la Cijara se va a los baños árabes del siglo XIII de Ronda. Antonio López Velasco (GETTY IMAGES)

Ronda cautivó tanto a Hemingway y a Welles que las cenizas de este último reposan en la finca de los Ordóñez, El Recreo de San Cayetano. Hemingway dejó escrito que Ronda es un lugar ideal para una luna de miel porque todo “es un decorado romántico”. Sendos monumentos los recuerdan detrás de la plaza de toros, la misma de la que también fue asiduo el escritor y espía británico A. E. W. Mason, que sitúa en Ronda su novela Miranda of the Balcony.

El atractivo de Ronda para escritores y artistas se remonta al siglo XIX, cuando la visitaron viajeros románticos como Washington Irving, Louisa Tenison, Prosper Mérimée y Richard Ford, entre otros. Un mural de azulejos los recuerda cerca del Puente Nuevo. Se solían hospedar en la Posada de las Ánimas, como hizo Cervantes. Vinieron atraídos por el exotismo del pasado árabe, el flamenco, los toros, la guerra contra los franceses y bandoleros como El Tragabuches y El Tempranillo. Las leyendas que les contaron alimentaron su imaginación y los tópicos, pero con sus escritos inmortalizaron Ronda, hasta el punto de que un James Joyce, sin pisar España, la evoca al final de su Ulises.

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