Los inolvidables paisajes de la Costa Brava según Josep Pla
Entre el macizo del Montgrí y las islas Formigues, con parada en su localidad natal, Palafrugell, una ruta literaria por los escenarios predilectos del escritor entre bellas calas mediterráneas, miradores, hoteles y restaurantes con sabrosa cocina ampurdanesa
Ningún escritor como Josep Pla (Palafrugell, 1897-1981) ha contribuido tanto a despertar el entusiasmo por la Costa Brava. Su voz, unida al litoral de Girona, es única. No se adscribe a movimiento alguno, no recuerda a casi nada y por tanto no requiere interpretación ni exégesis. Gran degustador del paisaje costero, el autor de El cuaderno gris (1966),...
Ningún escritor como Josep Pla (Palafrugell, 1897-1981) ha contribuido tanto a despertar el entusiasmo por la Costa Brava. Su voz, unida al litoral de Girona, es única. No se adscribe a movimiento alguno, no recuerda a casi nada y por tanto no requiere interpretación ni exégesis. Gran degustador del paisaje costero, el autor de El cuaderno gris (1966), antes que acumular datos, prefirió introducir su sensibilidad personal. “Pero no solo eso”, matiza Francesc Montero, director de la Fundació Josep Pla —ubicada en su localidad natal—, “también buscó retratar las apacibles formas de vida vigentes en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, a las cuales se vincula este paisaje gerundense, para salvarlas del olvido a través de la palabra”.
Dentro de la comarca del Baix Empordà, Pla enmarcó su “paisaje básico” entre el macizo del Montgrí (Torroella de Montgrí) y las islas Formigues (Palamós). Constreñidos en estos límites geográficos, pues, estos son los escenarios —mayormente de Palafrugell— que sirvieron de material literario al genial palafrugense con apariencia de payés: sonrisa perenne, boina y tabaco de picadura. Calas, miradores, hoteles y restaurantes servirán de apoyo a una bibliografía traducida en un 60% al castellano, en especial por Ediciones Destino.
El primer refugio, en la bahía de Fornells (Begur)
En esta rada “dulcísima y abrigada” pasó Josep Pla varias temporadas, lejos de las calamidades de la II Guerra Mundial. Entonces, unas 35 almas vivían en Fornells y, por no haber, ni había oficinas administrativas, ni reloj público, ni cementerio, lo que obligaba a transportar los ataúdes “por caminos inverosímiles”. “Resguardada de los vientos del norte por los acantilados del cabo de Begur, la tierra simula un fondo de cazuela colocado sobre la geología, un fondo soleado, abierto al sol naciente ante el mar, cerrado a poniente por las montañas”, escribiría en Cosas del mar y de la Costa Brava, (editorial Juventud). El puerto de Fornells es la viva imagen de una piscina olímpica. Subiendo a pie por el Carrer Francesc Sabater se llega en dos minutos a la antigua barraca de pescadores, hoy muy reformada, de color granate, donde vivió don Josep y donde, posteriormente, se afincó el pintor paisajista Francesc Gimeno.
Como un descubrimiento aparece, al final de una escalinata, en el norte de la bahía, playa Fonda. Nos dirigimos acto seguido a la cala de Aiguablava, de un rico cromatismo, asfixiada de público en julio y agosto y que en temporada baja invita a un paseo muy placentero, del que no es ajeno el restaurante Toc al Mar, en el que la calidad de sus pescados al horno de leña lo convierten en imprescindible (cierra del 11 de diciembre al 4 de febrero de 2023). Con todos los pescados que se capturaban en Fornells, Pla escribió Bodegón con peces, monografía ictiológica incluida en Cosas del mar y de la Costa Brava.
El mejor enclave de la bahía, el correspondiente a la punta d’es Muts, se lo reservó el parador de Aiguablava, reformado íntegramente en 2020, con un espectacular pureza de líneas a cargo del estudio GCA Architects. A las inmejorables vistas desde sus 78 habitaciones se suman el spa y el gimnasio, también panorámicos. Y quien desee solo visitar el bar, contemplará en las zonas comunes gran parte de las 200 pinturas que componen su colección de arte.
La barraca de Hermós: cala de Aigua Xellida (Palafrugell)
Entre Fornells (Begur) y Calella (Palafrugell) se conserva el tramo más aparatoso de litoral costabravense. Dentro de ese esplendor de calas recónditas, Aigua Xellida es paradigma de belleza mediterránea, razón de que se prohibiera hace tres años construir chalets de lujo en este enclave, ya de por sí urbanizado. Como un destino literario hay que enfocar la bajada por el sendero arbolado, no exento de encanto, acompañados por Cinco historias del mar (Destino), en uno de cuyos relatos, Un viaje frustrado, Pla homenajea a su amigo de juventud, Hermós, quien ejerció de guardabosques en Aigua Xellida y adonde se fue a vivir cual Robinson, cerrando la puerta de la barraca las noches en que los contrabandistas hacían acto de presencia. Durante sus estancias en Barcelona, recogidas en su imprescindible dietario El cuaderno gris, el escritor soñaba con evadirse a esta cala “remota, con el cielo y el mar tan radiantes, todo adormecido al sol con el rumor de los pinos.” Como para no visitarla.
No es olvidable el camino de ronda hasta el mirador de Sa Roncadora, imponente bajo los temporales, cuando las olas rompen con furia a través de una enorme grieta del acantilado formando cascadas y nebulizando el Mediterráneo. Daremos la vuelta en el mirador de la cala Marquesa.
Ante la inmensidad del Mediterráneo en el cabo de Sant Sebastià (Palafrugell)
Josep Pla, gran andarín, gustaba de cubrir los seis kilómetros que separan el centro de Palafrugell de la cima del cabo de Sant Sebastià, a 169 metros por encima del nivel del mar, pura geografía simbólica del municipio. Así, entre pinares, hizo sus pinitos literarios; de esta forma germinó en su conciencia la necesidad de describir, de buscar el adjetivo idóneo para cada sustantivo. “El viento silva en las esquinas, inicia un llanto de criatura, enjuga la luz amarilla de una ventana. El faro de San Sebastián se enciende y los rayos de luz dan la vuelta en medio de una soledad majestuosa”, plasmó en Historias del Ampurdán (Desnivel).
De la magnificencia del faro de primer orden dan fe su linterna y su rejería mayestática. La maquinaria gira también de día por consejo del fabricante. Abajo, en la antigua vivienda de los fareros, está el restaurante Far Nomo, especializado en cocina japonesa de fusión.
A un lado del faro desciende el sendero que, en cinco minutos, nos planta en el coqueto mirador de la Divina Pastora, con cueva y figurita alusiva, y ante un mar Mediterráneo que ofrece sus mejores galas en cuanto a tonalidades y esplendor: “Una barca de pesca parece una cáscara de nuez; un velero es una mancha blanca, como una remota gaviota; un barco a vapor, un juguete de niño”, plasma en Guía de la Costa Costa Brava (Destino). Detrás del faro se extiende el mirador Joaquim Turró, orientado a Llafranc. Próxima a la ermita se yergue la torre de Guaita (vigía), del siglo XV, a cuya terraza se accede contactando con el Museo del Corcho (las visitas hasta la próxima Semana Santa se reservan para grupos). El cabo fue habitado desde antiguo, como atestigua el poblado ibérico (siglos VI-I a.C.).
En la antigua hospedería del siglo XVIII abre el hotel El Far, uno de los que atesoran mayor encanto en la costa catalana. De sus nueve habitaciones dobles, seis gozan de la posibilidad de ver cómo amanece sobre el horizonte marino así como de ser testigos del encendido y apagado del faro. Para lo que resta de año, tienen previstas dos escapadas: una romántica y otra de fin de año, incluyendo la chocolatada con la que los palafrugenses recibirán desde el cabo el primer sol de 2023.
Dos playas muy particulares: Tamariu y Llafranc (Palafrugell)
He aquí los arenales que flanquean el cabo de Sant Sebastià. Fuera de temporada, Tamariu resulta en alto grado hermosa, rodeada de una masa verde de pinares. “Debajo del prodigioso paisaje físico en Tamariu hay un espíritu del lugar ─el genius loci─ indefinible, secreto, misterioso, que parece estar ligado a la quinta esencia de la libertad. Es ese espíritu enmarcado por una geografía prodigiosa lo que habrá mantenido en nuestro espíritu más arcaico el sueño de Tamariu como modesto paraíso recuperable” (El meu país, Destino).
Más abierta que Tamariu, la playa de Llafranc alberga un pequeño puerto y una “cocina excelente” (en la actualidad cuenta con una decena de restaurantes), adonde acudía Pla por el camino de ronda —unos 15 minutos de paseo— que le separaba su casa de la playa del Canadell, y que hoy también se puede recorrer disfrutando del paisaje costero. El literato, al ver las primera construcciones en Llafranc, puso el grito en el cielo, alentando la creación de un organismo encargado “con poderes dictatoriales, de velar por el respecto al paisaje y a las bellezas naturales”. En Llafranc, Quim Casellas sigue poniendo en práctica su cocina tradicional actualizada en el hotel-restaurante Casamar. Dispone de tres menús (bebidas aparte): Vegetariano, 49 euros; Punta d’En Blanc, 62 euros; Degustación, 88 euros (cierra del 8 de enero de 2023 a finales de marzo).
El puerto con soportales de Calella de Palafrugell
Calella agrupa un ramillete de calas y uno de los varaderos más icónicos de la costa mediterránea peninsular. La del Canadell fue, desde siempre, una playa señorial, a la que acudían los burgueses de veraneo. Hasta allí se desplazaba la familia Pla cada verano en un carro cargado con colchones y enseres, seguido de la tartana familiar. Los descendecientes del letraherido aún disponen de esa casa, reconocible por su color burdeos desde la terraza del mirador Manel Juanola i Reixach (sí, el boticario inventor de las celebérrimas pastillas para la tos nació en Palafrugell). Lo suyo es pasear el Canadell por la orilla hasta el otro extremo y subir al banco del mirador de Carles Sentís.
El Port Bo y Les Voltes (soportales) son casas de pescadores del siglo XIX con el encanto de la mejor arquitectura popular, hoy todas pintadas de blanco. Al atardecer, describe Pla en Guía de la Costa Brava, “el sol toca las casas de refilón y los colores blancos toman una rara coloración de melocotón claro”. Aún perviven los llaguts (barcas típicas) sobre la arena, cerca de donde acudió Joan Manuel Serrat buscando la tranquilidad necesaria para componer su disco Mediterráneo.
También es buena idea caminar media hora por el camino de ronda desde Calella hasta la cala del Golfet, “de una pureza diríamos que geológica y una virginidad intacta”.
Natural por derecho: visita a cala Estreta (Palamós)
Que el autor se desplazaba por la costa en barca queda confirmado en este añejo refugio de contrabandistas, dotado con un barracón de pescadores que, si ahora lo calificamos de natural, qué decir hace casi un siglo. A los visitantes se les permite acercarse en coche hasta la misma escalinata de bajada (excepto en verano, que está cortado el acceso). No andó Pla escaso de vigor poético: “El agua nos parece más pura que en cualquier otro sitio, la arena más limpia, el recogimiento más seguro, los pinos más olorosos, la libertad más auténtica, la soledad menos dramática”, relató en Guía de la Costa Brava. Es esta una de las muchas caletas vírgenes que se suceden, ricas en sinuosidades, en el espacio de interés natural Castell-Cap Roig; la Estreta incluye un proyecto de minitómbolo, del que resulta una piscina con vistas a las islas Formiges. De paso podemos ir a contemplar la cala del Crit, ya en el ayuntamiento de Mont-ras.
El lujoso y recóndito hotel La Malcontenta es el más cercano a estas calas. Abre todo el año.
Parada en la Fundación de Pla
En la que fue su casa natal, ampliada a la vivienda adyacente en Palafrugell, se ubica la Fundació Josep Pla, cuya exposición permanente sirve como introducción y biografía ilustrada del escritor. Cabe la posibilidad de hacer la visita guiada con solo solicitarla a la entrada. Bajo el epigrafe Ruta Josep Pla se programan, entre marzo y noviembre, recorridos por los hitos planianos más significativos de toda la Costa Brava, no siempre los mismos, por lo que hay que consultar la agenda. También se pueden emprender dichas rutas de forma autoguiada con solo bajarse la carpeta informativa colgada en la web, o bien adquirirla en la misma fundación, por 6 euros.
Los alcornoques del macizo litoral de Les Gavarres fueron la base de la riqueza de Palafrugell, como pone de manifiesto su Museu del Suro (museo del corcho), ubicado en una fábrica modernista (1907) en la que trabajó Pere Pla, hermano de Josep. En el museo se habla del corcho, de su transformación artesanal e industrial, y en su salas se expone, hasta el 15 de enero, el arte marginal de Joaquim Vicens Gironella. Junto al museo está el depósito de agua de Can Mario, de estilo modernista, con interesante trabajo en forja, al que se puede subir a la terraza, incluso en invierno, con solo pedir cita en el museo. Bolsos, carteras y hasta un paraguas de corcho se venden en la tienda.
Luego tocará refrigerio en el Centre Fraternal de la plaza Nova, que guarda el rumor de las viejas tertulias que Pla escuchó en este casino habitual de la clase obrera; paredaño está —aunque hoy cerrado— el Casino Mercantil, el preferido por los terratenientes.
Y rematamos la excursión en el restaurante La Xicra, que propone una sabrosa cocina ampurdanesa en una casa reformada en la calle que sirvió de inspiración a Josep Pla para su novela El carrer Estret (La calle Estrecha, Destino). Es de destacar cómo la cocinera, Anna Casadevall, borda los catxoflinos, guisos elaborados antaño con lo que había ese día en la nevera, sean las manitas de cerdo con gambas y albondigas, sea Es Niu, plato originario de Palafrugell —cuyas jornadas gastronómicas se extienden hasta este domingo 11 de diciembre—. En su carta siempre figura el suquet, si bien, previa reserva, Casadevall se compromete a elaborarlo con cabracho, el pez más suculento, para componer un guiso de pescado, según Pla. El menú degustación cuesta 55 euros (bebidas aparte).
Cerca, en la casa solariega donde vivió el prosista —es casi un museo— se encuentra hoy el restaurante Pa i Raïm, regentado por descendientes de Josep Pla e incluido en su ruta literaria. Ofrece cuatro menús: Del arroz, 38 euros; Para compartir, 47 euros; De temporada, 62 euros; y Es Niu, de 50 euros y que sí incluye bebida y se sirve hasta el 11 de diciembre. Roseta Jorba, la cocinera, es sobrina biznieta del ampurdanés, y ejecuta una cocina tradicional pasada por el tamiz de la modernidad.
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