3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Sálvese quien pueda

Los datos de la Ayuda al Desarrollo para 2020 se quedan muy lejos de las necesidades impuestas por la pandemia

Vacunación contra el coronavirus en el estado de Río de Janeiro (Brasil). La inmunización de los países en desarrollo es la única vía eficaz para acabar con la pandemia global.PILAR OLIVARES (REUTERS)

Hace solo unos meses, la nota de prensa del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE hubiese sido una magnífica noticia: “La ayuda internacional de los donantes oficiales alcanzó en 2020 el máximo histórico de 161.200 millones de dólares [134.000 millones de euros]”. La cifra supone un incremento del 3,5%, en término reales, con respecto a 2019, y supera en 30.000 millones de dólares las cifras de hace solo cinco años. Dieciséis donantes han incrementado su ayuda en el último año.

¿Por qué no sacamos, entonces, la sidra champanada? Por la simple razón de que operamos en otro universo. El universo definido por una pandemia cuyos impactos directos e indirectos, inmediatos y previsibles, han puesto patas arriba la estrategia global de desarrollo. Y en ese espacio paralelo, el mensaje de los países ricos recuerda al que debió gritar el bueno de József Szájer cuando la policía belga interrumpió su soirée picante: “Sálvese quien pueda”.

Repasemos algunos números. El récord de la ayuda internacional ha venido espoleado por la respuesta de algunos donantes al impacto de la covid-19 en las regiones más pobres del mundo. Las instituciones europeas, en particular, se responsabilizaron de nueve de los 12.000 millones de dólares (10.000 millones de euros) extra destinados por los donantes a este propósito (ver gráfico adjunto).

El problema es que este esfuerzo debe ser comparado con el que los países ricos han hecho para salvarse a sí mismos. Toda esta histórica Ayuda al Desarrollo supone –según cálculos de la propia OCDE– un 1% de los 16 billones de dólares [13,35 billones de euros] que los Estados Unidos, la Unión Europea, el Reino Unido y otros han destinado sus propios rescates nacionales. Mientras nuestros presidentes convierten sus parlamentos en teletiendas donde exhibir coches, turbinas, microprocesadores y semillas, las cuatro quintas partes restantes del planeta se asoman al abismo.

Entiéndanme bien: soy el primer entusiasta de los programas Next Generation y de su aspiración regeneradora. Pero resulta ingenuo –por no decir criminal– pensar que esas generaciones futuras van a poder desenvolverse como islas de sostenibilidad en un planeta que se hunde. Que, de hecho, ya se hundía (literalmente) antes de la pandemia. Solo en materia de clima, la comunidad de donantes ha fracasado sonoramente a la hora de reunir los 100.000 millones de dólares de financiación adicional para los países pobres comprometidos hace una década. Como señala el Center for Global Development, casi la mitad de los 79.000 millones reportados como adicionales a la OCDE corresponden en realidad a un ejercicio de contabilidad creativa y no a un compromiso añadido para compensar los estragos del calentamiento global. España, ay, invirtió el esfuerzo reduciendo su contribución en 4.000 millones de dólares.

Incorporen covid a la ecuación y eleven estas cifras exponencialmente. Si la Biblia fuese escrita hoy, describiría un Apocalipsis muy parecido a los doce gráficos con los que el Banco Mundial resumía hace poco el año 2020: cerca de 100 millones de personas más en la pobreza extrema; una crisis de deuda soberana que deja a la de los años ochenta en un buen recuerdo; otra de deuda personal no menos importante y derivada de los gastos sanitarios; una caída inaudita en las remesas de los migrantes (que, aún así, aguantan heroicamente); 1.500 millones de estudiantes expulsados de la escuela como consecuencia de la pandemia; un incremento de hasta 132 millones de personas desnutridas…

Resulta difícil exagerar esta catástrofe. Pero resulta igualmente complicado entender en qué escenario la comunidad de donantes considera que el statu quo es una idea razonable. El aislacionismo que rebuznan los populistas de ultraderecha en la UE es exactamente lo que parece: una visión ignorante, anticientífica y cruel del futuro que nos espera. Y las medidas que lo llevan a término ­–como el nacionalismo de la vacuna y de la expansión fiscal– indican el camino equivocado.

La Ayuda al Desarrollo es una de las políticas públicas mejor equipadas para el tiempo que viene. Comprende la necesidad de una gobernanza sólida y justa frente a desafíos complejos; tiene experiencia en la innovación de políticas y la conformación de alianzas improbables; está acostumbrada a orientarse y medirse de acuerdo con el impacto de sus acciones. Es el momento de multiplicar los recursos y la ascendencia política de la cooperación, no de darnos por satisfechos con mantenerlos. Ojalá los partidos de nuestro país recuerden esto en la próxima negociación presupuestaria y en la reforma legislativa de la Cooperación Española.

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