Columna

Contémoslo todo

Todo tiene que ser evaluado y hecho público, así pondremos los datos al servicio de quien esté en condiciones de usarlos para aportar respuestas

Fernando Simón el martes en rueda de prensa en La Moncloa.JOSE MARIA CUADRADO JIMENEZ (La Moncloa / AFP)

Conforme superamos el primer shock que nos provocó la epidemia, vamos asumiendo que la lucha contra el virus no será cosa de días o semanas, sino de meses o años. El objetivo para quienes toman las decisiones será reducir al máximo el daño humano (y aquí entra tanto la salud como los ingresos, dos dimensiones más correlacionadas que separadas entre sí), asegurando que la carga sea lo más pareja y progresiva posible.

El problema es que nadie tiene una receta perfecta. Idealmente, deberíamos ser capaces de clasificar a la población en tres grupos: personas infectadas que pueden c...

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Conforme superamos el primer shock que nos provocó la epidemia, vamos asumiendo que la lucha contra el virus no será cosa de días o semanas, sino de meses o años. El objetivo para quienes toman las decisiones será reducir al máximo el daño humano (y aquí entra tanto la salud como los ingresos, dos dimensiones más correlacionadas que separadas entre sí), asegurando que la carga sea lo más pareja y progresiva posible.

El problema es que nadie tiene una receta perfecta. Idealmente, deberíamos ser capaces de clasificar a la población en tres grupos: personas infectadas que pueden contagiar el virus, no contagiadas, y aquellas que ya pasaron la enfermedad. Pero hoy por hoy casi ningún país del mundo dispone de la capacidad para ello. Así que tendremos que dedicarnos a contar todo lo demás.

Primero, tenemos que medir nuestra ignorancia. Estudios representativos que testean una muestra aleatoria de la población ayudarán a medir la incidencia del virus en un momento determinado, pero es necesario construir indicadores que se mantengan en el tiempo. Un sustituto razonable podría ser proyectar la evolución de los fallecidos: asumiendo una letalidad determinada con base en estudios existentes se puede estimar la cantidad de casos reales. Esto nos daría una mejor idea de la dimensión real de la epidemia.

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Además, necesitamos medir comportamientos para calibrar las medidas de distancia física, que deberemos mantener para reducir la probabilidad de contacto entre personas portadoras y no portadoras del virus: cuánta gente entra, sale o permanece en lugares de encuentro. También es imprescindible, me temo, contar el sufrimiento: no solo el que provoca directamente la covid-19, sino también el que se produce indirectamente: quién está perdiendo bienestar (físico, material, emocional), dónde, y cuánto.

Contémoslo todo. Pero hagámoslo también hacia fuera, para que cualquiera conozca la evolución de cada número. Así, pondremos los datos al servicio de quien pueda trabajarlos para aportar respuestas. Pero además dispondremos de una referencia para cambiar criterios y decisiones. A los políticos nunca les gusta decir “me equivoqué”. Pero esta va a ser una habilidad valiosa, imprescindible, ante un reto de inusitada incertidumbre.@jorgegalindo

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