Columna

Acertar con el virus

Gracias a las prácticas nacionales tan dispares ante la Covid-19, podremos ver, en un plazo de tiempo relativamente corto, qué medidas funcionan mejor

Una persona con mascarilla por las calles de Nueva York.JUSTIN LANE (EFE)

No ha habido crisis en la historia de la humanidad donde la ciencia haya desempeñado un papel más decisivo. Pero, en lugar de tener un consenso global sobre cómo actuar, pocas veces hemos visto respuestas nacionales tan diversas. En un extremo, las medidas draconianas de China, encarnación del intervencionismo estatal más tradicional con la tecnología más moderna. En el otro, la confianza del Reino Unido en la “inmunidad colectiva”, paradigma del liberalismo: el Estado no puede garantizar la contención de la epidemia y hay que confiar en que la sociedad, a través de un contagio limitado, se au...

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No ha habido crisis en la historia de la humanidad donde la ciencia haya desempeñado un papel más decisivo. Pero, en lugar de tener un consenso global sobre cómo actuar, pocas veces hemos visto respuestas nacionales tan diversas. En un extremo, las medidas draconianas de China, encarnación del intervencionismo estatal más tradicional con la tecnología más moderna. En el otro, la confianza del Reino Unido en la “inmunidad colectiva”, paradigma del liberalismo: el Estado no puede garantizar la contención de la epidemia y hay que confiar en que la sociedad, a través de un contagio limitado, se autoinmunice. Y entre estos dos polos nos situamos los demás, en un abanico de opciones que incluyen el drástico confinamiento italiano o español y la laxa contemporización sueca o finlandesa.

Todas estas fórmulas contra el coronavirus tienen base científica. Es curioso ver cómo los epidemiólogos responsables en cada país recurren al mismo gráfico, y a la misma idea de que el objetivo es aplanar la curva y evitar el colapso de los servicios sanitarios, para justificar medidas opuestas. Por ejemplo, cerrar todos los colegios o mantenerlos abiertos. Hay estudios serios señalando la conveniencia de clausurar los centros educativos de forma preventiva para acortar las epidemias, y otros indicando que, por el contrario, los costes superan a los beneficios.

Y es que, por mucho que confiemos en la ciencia, esta no puede ofrecernos certidumbres en escenarios con tantos factores desconocidos que interactúan a la vez. Los recursos sanitarios, del personal que puede trabajar en cada momento a la disponibilidad de camas de UCI y respiradores, el comportamiento de la población, alternando gestos altruistas y actitudes egoístas, la evolución siempre misteriosa de un virus nuevo… todas estas variables bailan sin cesar. Con lo que es extremadamente difícil dar con la tecla adecuada en cada instante.

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Lo normal es errar. Los ciudadanos debemos interiorizar que nuestras autoridades, guiadas por la mejor de las intenciones y con los mejores datos científicos a su alcance, se han equivocado y se equivocarán. Así avanza el conocimiento científico, con ensayo y error. Pero hay luz al final del túnel: gracias a las prácticas nacionales tan dispares, podremos ver, en un plazo de tiempo relativamente corto, qué medidas funcionan mejor. Los errores nos llevarán al acierto. @VictorLapuente

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