Columna

Nuestra esquizofrenia política

La derecha debería comenzar a cambiar de registro, no solo de identidad nacional vive el hombre. Y la izquierda, por su parte, debería ser menos imprevisible y líquida

Santiago Abascal, Macarena Olona e Iván Espinosa de los Monteros en el Congreso.Andrea Comas

La mesa entre el Gobierno y la Generalitat ya está en funcionamiento. Todavía es pronto para saber si podrá llegarse a un acuerdo y de qué tipo. Lo único seguro es que, sea lo que fuere, toda la derecha se opondrá de forma unánime. Insisto, sea lo que sea, incluso la puesta en marcha de un proyecto de revisión del Estatut. Vaya por donde vaya el cambio político y social del país, para nuestra derecha —y me refiero ahora solo a la derecha que representan el PP y Ciudadanos— hay un punto que no puede verse afectado por él, la identidad nacional española tal y como fue recogida en la Constitución...

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La mesa entre el Gobierno y la Generalitat ya está en funcionamiento. Todavía es pronto para saber si podrá llegarse a un acuerdo y de qué tipo. Lo único seguro es que, sea lo que fuere, toda la derecha se opondrá de forma unánime. Insisto, sea lo que sea, incluso la puesta en marcha de un proyecto de revisión del Estatut. Vaya por donde vaya el cambio político y social del país, para nuestra derecha —y me refiero ahora solo a la derecha que representan el PP y Ciudadanos— hay un punto que no puede verse afectado por él, la identidad nacional española tal y como fue recogida en la Constitución.

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Esta premisa es tan rígida, que todas las intervenciones de sus representantes son perfectamente previsibles. No hay tema sobre el que al final no acaben hablando de ellos como los únicos defensores de dicha Constitución, reducida siempre, claro está, a la dimensión que recoge la organización territorial del Estado. Comparado con un posicionamiento tan radical, todas las demás declaraciones que hacen sobre otras cuestiones aparecen como mera calderilla retórica, como una inevitable concesión a su rol de oposición. Para ellos, en la política española solo hay un enmarque posible, la cuestión nacional; su futuro político lo han apostado a un único número (igual que los independentistas, por cierto).

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Desde la otra parte, la del Gobierno, nos encontramos con lo contrario, una apertura total a lo que pueda venir. Su dependencia de grupos políticos tan multiformes les obliga a ser moldeables, elásticos, líquidos. Y también multi-temáticos e inclinados a la negociación. Nada está escrito, el futuro y la correlación de fuerzas decidirán lo que haya de ser.

Nuestra vida política está sujeta así a una extraña dialéctica entre lo rígido y permanente de los unos, y lo flexible/impredecible de los otros. Lo pesado y lo ligero, esa polarización entre leggerezza y pesantezza que Italo Calvino supo describir tan bien. En cierto modo es la esquizofrenia en la que desde siempre se ha encontrado la política y que ahora se observa también en toda Europa, donde las cuestiones identitarias parecen haberse impuesto sobre los intereses. Necesitamos arraigarnos a algo, tener peso, pero a la vez abrirnos al cambio social y la experimentación. Introducir un mínimo de levedad y pragmatismo se convierte, por tanto, en algo imprescindible, sobre todo cuando, como en nuestro país, todo se presenta en términos tan pesantes, tan propios de pasiones primarias, que acaba resultando insoportable.

En lo que respecta a los partidos nacionales, en España el código Gobierno/oposición se ha superpuesto, pues, a este de lo ligero y lo pesado. Y tengo para mí que eso debilita a los dos polos. La derecha debería comenzar a aligerarse un poco, a cambiar de registro, a imaginar otros discursos e introducir otros temas en la conversación. No solo de identidad nacional vive el hombre. Y la izquierda, por su parte, debería ser menos imprevisible y líquida. Que no olvide la máxima de Calvino: “La levedad del pensar puede hacernos parecer pesada y opaca la frivolidad”.

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