Columna

Rocémonos

Lo que es seguro es que los diputados de todas las siglas se besarán las mejillas y palmearán las espaldas deseándose feliz verano

Pleno de investidura de Pedro Sanchez como presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados.©Jaime Villanueva (EL PAÍS)

Olvídense de la puerta de los leones. La entrada al palacio del Congreso no es tan magnífica. Un pasillo alto y estrecho con dos puertas altas y estrechas a mano izquierda, por donde se accede al hemiciclo. Por esa única vía, aún más angosta por la profusión de oropeles a los márgenes, entra a la Cámara desde el presidente del Gobierno hasta el último diputado del Grupo Mixto, sin más protocolo ni ceremonia que su orden de llegada al recinto. En ese obligado paseíllo, los padres y madres de la patria se rozan los flancos, literalmente, con un enjambre de periodistas, ujieres, escoltas, asesore...

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Olvídense de la puerta de los leones. La entrada al palacio del Congreso no es tan magnífica. Un pasillo alto y estrecho con dos puertas altas y estrechas a mano izquierda, por donde se accede al hemiciclo. Por esa única vía, aún más angosta por la profusión de oropeles a los márgenes, entra a la Cámara desde el presidente del Gobierno hasta el último diputado del Grupo Mixto, sin más protocolo ni ceremonia que su orden de llegada al recinto. En ese obligado paseíllo, los padres y madres de la patria se rozan los flancos, literalmente, con un enjambre de periodistas, ujieres, escoltas, asesores, palmeros y esa masa de espontáneos que no se sabe qué diablos pinta pero que acude al calor de los focos para ver y ser vista.

A quienes sí se les ve todo en ese cuerpo a cuerpo por mucho que disimulen es a sus señorías. La soberbia o el miedo, el cansancio o el ímpetu, la desolación o la euforia, según quiénes sean y cómo les vengan dadas ese día. Pero si hay algo que se les ve siempre a todos es el aire de saberse en la pomada. Y lo están, ciertamente. Son el poder legislativo en persona en el corazón del cogollo de la democracia. Que no les confunda el ruido. Los mandobles quedan para la tribuna. Fuera, reina la cortesía cuando no el compadreo habitual en cualquier grupo de personas que pasan el suficiente tiempo juntas en el mismo sitio. Lo que no tengo tan claro es que algunos se rocen con el pueblo al que representan más allá del pasillo. Cuando escribo aún no se sabe si el candidato Sánchez saldrá hoy como presidente con un aprobado envenenado o cateado hasta septiembre. Lo que es seguro es que los diputados de todas las siglas se besarán las mejillas y palmearán las espaldas deseándose feliz verano. La que firma también se lo desea. A ellos y a ustedes. Rócense, señorías. Rocémonos todos con propios y ajenos, a ver si el roce hace la razón y el cariño y venimos más relajados y constructivos.

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