Editorial

Problema europeo

La guerra civil en Libia debe ser una priorirdad para la Unión Europea

Brigadas leales al gobierno de unidad lanzan una ofensiva sobre el aeropuerto de Tripoli (Libia). Carlos Rosillo (EL PAÍS)

La guerra civil que asola Libia es solo el último episodio del caos desatado tras la caída del dictador en 2011 y un buen ejemplo de la necesidad urgente de que exista una eficiente política exterior de la Unión Europa que, entre otras cosas, pueda ayudar a evitar la existencia de un Estado fallido en su frontera sur.

La ciudad de Trípoli es el escenario del asalto final de las tropas rebeldes lideradas por el mariscal Jalifa Hafter y los milicianos leales al Gobierno respaldado por Naciones Unidas. A principios de año parecía que Hafter iba a entrar en la capital —de hecho lo hizo en a...

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La guerra civil que asola Libia es solo el último episodio del caos desatado tras la caída del dictador en 2011 y un buen ejemplo de la necesidad urgente de que exista una eficiente política exterior de la Unión Europa que, entre otras cosas, pueda ayudar a evitar la existencia de un Estado fallido en su frontera sur.

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La ciudad de Trípoli es el escenario del asalto final de las tropas rebeldes lideradas por el mariscal Jalifa Hafter y los milicianos leales al Gobierno respaldado por Naciones Unidas. A principios de año parecía que Hafter iba a entrar en la capital —de hecho lo hizo en algunos barrios— y proclamar su victoria, pero los soldados del primer ministro Fayed al Sarraj, lanzaron en abril un contraataque que consiguió hacer retroceder las líneas del ejército rebelde hasta el aeropuerto, donde hoy se producen a diario los combates.

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El enquistamiento del conflicto armado —prácticamente ininterrumpido desde la caída del dictador— presenta múltiples consecuencias, todas ellas de extrema gravedad no solo para Libia sino para la región. El tráfico de personas se ha disparado, las condiciones de vida se han degradado y el país amenaza con convertirse en un Estado somalizado foco permanente de inestabilidad. Pero conviene no llamarse a engaño. La guerra libia no sólo depende de lo que sucede sobre el terreno, sino también del apoyo de aliados extranjeros a uno u otro bando. Naciones Unidas y la Unión Europea siguen reconociendo al Gobierno de Trípoli, pero Estados Unidos, Egipto y Emiratos Árabes Unidos apoyan al mariscal Jalifa Hafter. Desgraciadamente en ninguno de estos apoyos hasta ahora se ha visto un plan de paz y viabilidad para este país estratégico de la ribera mediterránea.

El derrocamiento de Gadafi —en el que intervinieron activamente las aviaciones militares de algunos países occidentales y que culminó con la muerte del dictador— no vino seguido de un apoyo activo a las instituciones libias ni de un plan de estabilización y desarrollo para una nación que había vivido una brutal dictadura durante 42 años. La ONU ha nombrado diversos representantes en la zona —entre ellos el español Bernardino León entre septiembre de 2014 y noviembre de 2015— mientras la UE ha hecho repetidas apelaciones a un alto el fuego. Ninguno ha tenido éxito.

Libia no es una cuestión más de la política exterior de la UE, sino que es un grave problema de seguridad y además uno de los actores principales en la crisis migratoria, cuya gestión está provocando tensiones de todo tipo en los países europeos. Dejar que se enquiste la situación es un error gravísimo. Solucionar el conflicto libio es un asunto de interés europeo.

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