Columna

El compromiso con Europa

Trump celebró en las playas del desembarco de Normandía el compromiso de 70 años que sus políticas desautorizan cada día

De izquierda a derecha, la primera dama de los EE UU, Melania Trump, el presidente estadounidense Donald Trump, el presidente galo Emmanuel Macron, y la primera dama francesa, Brigitte Macron, en Colleville-sur-Mer (Francia).POOL (REUTERS)

Para Rusia, el desembarco fue la apertura de un segundo frente. Suyo era el peso del enfrentamiento con Hitler y suyo era también el mayor sacrificio de muerte y destrucción. Normandía, vista desde Moscú, fue el escenario secundario de una guerra de la que Stalin salió vencedor.

La mayor operación aeronaval de la historia tuvo un carácter ambivalente: aliviaba la presión sobre el frente oriental, pero iniciaba la carrera por el reparto de la hegemonía en Europa, prefigurando así la Guerra Fría. Tiene toda la lógica la ausencia rusa de las conmemoraciones del 75º aniversario, leídas desd...

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Para Rusia, el desembarco fue la apertura de un segundo frente. Suyo era el peso del enfrentamiento con Hitler y suyo era también el mayor sacrificio de muerte y destrucción. Normandía, vista desde Moscú, fue el escenario secundario de una guerra de la que Stalin salió vencedor.

La mayor operación aeronaval de la historia tuvo un carácter ambivalente: aliviaba la presión sobre el frente oriental, pero iniciaba la carrera por el reparto de la hegemonía en Europa, prefigurando así la Guerra Fría. Tiene toda la lógica la ausencia rusa de las conmemoraciones del 75º aniversario, leídas desde los medios oficiales moscovitas como la celebración belicista de la Alianza Atlántica.

La opinión popular en Estados Unidos era de una enorme cautela. Tras vencer a Hitler, los chicos tenían que regresar a casa y Washington negarse a convertirse “en el Santa Claus de los europeos”, según señalaba con preocupación el secretario de Estado Dean Acheson. El de Agricultura, Hans Morgenthau, tenía muy claro el futuro de Alemania: desindustrializarla y convertirla en un país pastoril, una idea compartida por muchos colaboradores del presidente Roosevelt. También Stalin lo tenía claro: los alemanes debían pagar unas elevadas indemnizaciones de guerra, repitiendo así la nefasta jugada francesa de 1919, que había victimizado a los vencidos y proporcionado bazas propagandísticas al nazismo.

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El reflejo más espontáneo desde Washington llevaba a golpear a Hitler, vencerle y luego desentenderse del destino de los europeos, como EE UU había hecho siempre hasta 1917, cuando intervino por primera vez en una guerra europea, y como volvió a hacer inmediatamente después, cuando el Senado rechazó los compromisos con la paz, es decir, el Tratado de Versalles y la incorporación a la Sociedad de Naciones. Afortunadamente para los europeos, los vencedores de la Segunda Guerra aprendieron las lecciones de la Primera.

“Ha terminado la época del aislacionismo y de la intervención ocasional, sustituida por una época de responsabilidad”, escribió The New York Times, cuando el presidente Truman enunció su doctrina de contención del poderío soviético. Estados Unidos mantuvo a sus soldados en tierras europeas. Luego llegó la ayuda del Plan Marshall, en vez del castigo a la Alemania vencida. Y poco después la OTAN y la Unión Europea, todo lo que molesta a Vladímir Putin y Donald Trump no entiende. El presidente de EE UU celebró en Normandía esta semana el compromiso de 70 años que sus políticas desautorizan cada día.

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