Columna

La baraka de Sánchez

"Dadme generales con suerte”, decía Napoleón, que no ignoraba su valor incluso para el mejor estratega

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, saluda a la gente al inició del mitín que dió este jueves en la capital tinerfeña. Cristóbal garcía (EFE)

Después de las elecciones generales, toda una pasión nacional en torno a unos colores —rojos, azules, naranjas, morados y verdes— como los gremios de Siena ante el Palio, la narrativa electoral se ha deslavazado ante el 26-M. Las elecciones europeas se desdibujan a pesar de los sesudos ensayos sobre su enorme trascendencia; y en las elecciones locales no hay manera de armar un relato único. Cada ciudad tiene su propia realidad, su propia lógica. Allí los nichos electorales manejan claves distintas, y hay candidatos con transversalidades variables. Días atrás, Manuela Carmena confesó que podría...

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Después de las elecciones generales, toda una pasión nacional en torno a unos colores —rojos, azules, naranjas, morados y verdes— como los gremios de Siena ante el Palio, la narrativa electoral se ha deslavazado ante el 26-M. Las elecciones europeas se desdibujan a pesar de los sesudos ensayos sobre su enorme trascendencia; y en las elecciones locales no hay manera de armar un relato único. Cada ciudad tiene su propia realidad, su propia lógica. Allí los nichos electorales manejan claves distintas, y hay candidatos con transversalidades variables. Días atrás, Manuela Carmena confesó que podría votar al alcalde Málaga, Francisco de la Torre, un veteranísimo democristiano con 20 años en el cargo que lo mismo gusta a Vox que se declara de sensibilidad centroizquierdista. En las ciudades hay otras batallas.

Sólo un acontecimiento, más allá de la detención de Josu Ternera, ha alterado esa inercia: el veto a Miquel Iceta. O dos: la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba y el veto a Iceta. El primero, por una triste fatalidad; el segundo, por una absurda miopía. Los dos, presumiblemente, pueden tener efectos positivos para el PSOE. Reaparece así el factor baraka, esa palabra árabe que los franceses adoptaron en su colonia argelina desposeyéndola de matices religiosos para usarla como suerte providencial. Sánchez tiene baraka, y eso no es poco. “Dadme generales con suerte”, decía Napoleón, que no ignoraba su valor incluso para el mejor estratega.

La despedida de Rubalcaba se ha hecho, merecidamente, con honores. Aunque se haya abusado de la hagiografía —él mismo hubiera ironizado de los excesos— al cabo se ha reconocido a un político de formidable talento e inequívoco sentido de Estado. Se ha visto al Partido Socialista, al que desde la oposición situaban fuera del bloque constitucional, con sus mejores valores. Tanto es así que ya han comenzado las contranecrológicas más o menos mezquinas. Pero algunos de los mejores elogios le han venido de quienes más lo fustigaron; Mariano Rajoy ha estado soberbio. La sombra de Rubalcaba, autor del Frankenstein, ha reforzado al PSOE en un momento determinante.

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Y el veto cerril a Iceta ha dado al PSOE distancia con el independentismo, en un momento muy conveniente. Eso altera el relato. Tanto es así que Rivera ha visto el agujero y ha sacado la tesis de que “fingen pelear porque estamos en campaña electoral” y porque “el PSOE tiene que tapar sus concesiones al nacionalismo”. La teoría, compartida con Vox, resulta ridícula. El gesto de hostilidad indepe, aunque vaya en clave electoral interna, es oxígeno. Y ahora Sánchez va a colocar en las Cortes a dos catalanes contra ese veto.

Es poco probable un gran impacto de todo esto en las elecciones municipales; en cambio, quizá sí después, con la gestión de los pactos. La investidura del presidente, de muchas comunidades, decenas de diputaciones, cientos de ayuntamientos, cuatro mil cargos… requerirá geometrías variables y ecuaciones imprevistas. Para nada tan simple como lo ve Iglesias y su Juego de Tronos. Ya no se trata solo de colores. Y el PSOE, no sin baraka, ha ganado posiciones.

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