Columna

La crisis catalana hundió al PP

Los electores han optado por la distensión contra el ruido

Joan Tardà, Gabriel Rufián, Roger Torrent y Pere Aragonès celebran los resultados. Albert García

Si la crisis económica de 2008 se llevó por delante al PSOE, la crisis catalana ha descalabrado al PP. Donde Pablo Casado vio su salvación ha encontrado su calvario. Cuando se hizo cargo del partido todas las alarmas estaban encendidas: la corrupción le había echado del poder y la fragmentación le había dejado sin la cuota de supervivencia, el voto fiel de aquellos que nunca votarían a la izquierda. La fuerza tranquila de Rajoy —el sentido común, el nunca pasa nada, la tendencia a creer que los problemas se resuelven solos— encalló en tiempos de malestar y pocas expectativas: el PP aguantó por...

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Si la crisis económica de 2008 se llevó por delante al PSOE, la crisis catalana ha descalabrado al PP. Donde Pablo Casado vio su salvación ha encontrado su calvario. Cuando se hizo cargo del partido todas las alarmas estaban encendidas: la corrupción le había echado del poder y la fragmentación le había dejado sin la cuota de supervivencia, el voto fiel de aquellos que nunca votarían a la izquierda. La fuerza tranquila de Rajoy —el sentido común, el nunca pasa nada, la tendencia a creer que los problemas se resuelven solos— encalló en tiempos de malestar y pocas expectativas: el PP aguantó por inercia gracias al descalabro socialista. En su desidia, dilapidó la preciada herencia de Aznar: la unidad de la derecha. La corrupción hizo el resto.

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Casado se agarró a Cataluña. Creyó que en el desgarro vivido a finales de 2017 estaba la salvación. Con esta idea ganó el congreso de 2018 y se lanzó a especular con los sentimientos patrióticos ofendidos, con la unidad de España como única bandera. Llegó tarde. La gente había dado ya un paso adelante (algo que parece que captó Pedro Sánchez). El susto del otoño de 2017 había pasado. La revuelta había quedado en nada, el temor se difuminó. La cuestión catalana se iba integrando en el paisaje, hasta el punto que, en las encuestas, bajaba sin parar en el ranking de las preocupaciones ciudadanas. Casado —como Rivera— se agarró al ruido de Torra y le compró la estrategia fabuladora del momentum, para seguir alimentando el miedo, su capital. Pero la opinión pública, tanto la catalana como la española, estaba en otro estadio. Y ha resultado que son mayoría los que apuestan por las vías de entendimiento y reencuentro.

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Ha ganado Sánchez, y, en Cataluña, han ganado Esquerra Republicana y el PSC (con la derecha en posición marginal). De lo que se deduce: que Cataluña tiene un peso determinante en la gobernabilidad de España; que el independentismo está ahí y de nada sirven los intentos de negarlo o excluirlo; que, pasados los momentos de alta tensión, la ciudadanía quiere calma y soluciones políticas. Lo entendió Sánchez, no quiso entenderlo la derecha. El PP pensó que era el único recurso para aplazar su crisis. Ciudadanos, desde que nació, es de piñón fijo: su pulsión nacionalista contra los nacionalistas periféricos le puede más que su adscripción liberal. Vox sí se sale con la suya: vio la oportunidad de dar voz al integrismo —Dios, patria, familia— en el Congreso y allí estará.

El presidente Sánchez tiene una legislatura por delante, con la derecha condenada a pelearse por la hegemonía entre un PP que se hunde y un Ciudadanos que se le acerca peligrosamente y fía su futuro al sorpasso. Los electores han optado por la distensión contra el ruido. Quien quiera entender, que entienda.

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