El candidato

Quizá debiéramos considerar convertir la campaña electoral en un 'reality'

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a otros miembros del PSE-EE en San Sebastián.Javier Hernández (EL PAÍS)

Todos sabemos que la interpretación es intrínseca a la oratoria política y, concretamente, a los debates electorales, hasta el punto de que la defensa exitosa de un programa puede depender menos de su contenido que de la habilidad del candidato para persuadir a la audiencia de sus virtudes. Existe, sin embargo, la percepción creciente de que los debates electorales tienen cada vez menos que ver con un intercambio elocuente entre candidatos a ocupar el gobierno y más con un show banal...

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Todos sabemos que la interpretación es intrínseca a la oratoria política y, concretamente, a los debates electorales, hasta el punto de que la defensa exitosa de un programa puede depender menos de su contenido que de la habilidad del candidato para persuadir a la audiencia de sus virtudes. Existe, sin embargo, la percepción creciente de que los debates electorales tienen cada vez menos que ver con un intercambio elocuente entre candidatos a ocupar el gobierno y más con un show banal en el que lo que menos se esgrime son argumentos. En lugar de añorar tiempos pretéritos o ideales en los que los políticos, supuestamente, deliberaban lo concreto, conjugando pasión y mesura, ¿acaso debiéramos abandonar la fórmula del debate por otra más acorde con el espíritu de nuestro tiempo?

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En la sociedad del post-espectáculo, en la que los límites entre realidad y virtualidad, entre realidad y performance, son borrosos; quizá debiéramos considerar convertir la campaña electoral en un reality al estilo de El aprendiz o El jefe infiltrado, pero con orientación política en lugar de empresarial. Los candidatos estarían obligados a convivir en una misma vivienda y a enfrentarse diariamente a desafíos inducidos de inspiración política real. Lo harían tanto por separado, con sus respectivos colaboradores, como juntos, formando un mismo equipo o equipos rivales. Por ejemplo, se les podría pedir que recolectaran dinero en la calle para una asociación contraria a sus principios u organizaran juntos el presupuesto de una escuela con dinero limitado para luego presentarlo in situ a alumnos, profesores y padres. Estas tareas permitirían ver, sobre el terreno, el desempeño de cada uno de los aspirantes a presidente del Gobierno: sus habilidades negociadoras, capacidad para ponerse de acuerdo, inteligencia, sensibilidad, experiencia de vida e, incluso, sentido del humor.

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Al final de cada programa, o bloque de programas, serían los telespectadores quienes decidieran qué candidato está despedido hasta que sólo quede uno. No hay duda que, tras un proceso de estas características, los votantes tendríamos mucha más información sobre nuestros candidatos a la hora de ir a votar en las urnas de verdad. Y, al mismo tiempo, el futuro gobernante y los líderes de los partidos en la oposición habrían tenido la oportunidad de conocerse muy de cerca y colaborar mano a mano.

La propuesta puede sonar a provocación, pero invito al lector a visualizar a cada uno de los aspirantes a La Moncloa participando de este reality que podría llamarse El candidato. Ni el mejor equipo de casting de un reality podría contar con un elenco como el que forman, en la actualidad, Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias (y Abascal, si se cuenta con él). Si convenimos que, en los mítines y debates electorales, la performance de los candidatos ha terminado por suplantar el contenido de sus propuestas, ¿no sería más honesto y útil para los votantes verlos actuar de verdad en un contexto de realidad inducida?

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