Columna

La camisa de fuerza ya no aguanta

Argelia marcha hacia la libertad, por primera vez con posibilidades de que sea la libertad verdadera, la de las personas

Protesta de estudiantes contra Buteflika en Argel el pasado martes.MOHAMED MESSARA (EFE)

Argelia lo tiene todo. Recursos naturales. Un territorio enorme, soberbio. Ciudades maravillosas. Una población joven y educada con unas enormes ansias de vivir en libertad y en democracia. Una cultura plural riquísima, de lenguas, costumbres, literatura, música.

Cuesta mucho desembarazarse de lo que le sobra. Esa costra vieja y rígida que la domina y constriñe hasta impedirle crecer y ser ella misma. Esa falsa república que jamás ha existido, construida por un aparato militar y policial, madre de todas las corrupciones y crímenes, surgido durante la guerra de liberación nacional que co...

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Argelia lo tiene todo. Recursos naturales. Un territorio enorme, soberbio. Ciudades maravillosas. Una población joven y educada con unas enormes ansias de vivir en libertad y en democracia. Una cultura plural riquísima, de lenguas, costumbres, literatura, música.

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Cuesta mucho desembarazarse de lo que le sobra. Esa costra vieja y rígida que la domina y constriñe hasta impedirle crecer y ser ella misma. Esa falsa república que jamás ha existido, construida por un aparato militar y policial, madre de todas las corrupciones y crímenes, surgido durante la guerra de liberación nacional que condujo a la independencia en 1962.

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La historia pesa. Y su peso a veces es de plomo. Pocos países sintetizan mejor la tragedia de la descolonización, cuya factura de dolor y muerte apenas se traduce luego en libertad, prosperidad y dignidad para los ciudadanos. Fue un episodio capital de la Guerra Fría, pero luego no hubo transición hacia una sociedad democrática y un Estado de derecho. Al contrario, bordeó el camino de la dictadura islámica solo eludido por otra dictadura, la militar, al altísimo precio de uno o dos centenares de miles de muertos, no se sabe con exactitud.

Los argelinos, especialmente los jóvenes menores de 30 años, que conforman el 70% de su población, no caben en esta camisa de fuerza. Quienes mueven sigilosamente los hilos del poder son los restos del naufragio de aquella generación tercermundista que asustó a occidente en los años sesenta y setenta. Buteflika, esté ahora medio vivo o enteramente muerto, cumple 82 años. El jefe del Estado Mayor, Ahmed Gaid Salah, probablemente el hombre fuerte en la sombra, 79. El primer ministro, Ahmed Ouyahia, un burócrata sin carisma ni capacidad, tiene 66. Y Tayeb Belaiz, presidente del Consejo Constitucional, con 71, es sobre el papel quien debiera sustituir al presidente en caso de incapacitación.

Que esto no es una república y que su Constitución y su sistema legal son papel mojado lo sabe todo el mundo, pero nadie se ha esforzado más en demostrarlo y exhibirlo que Buteflika con su elección presidencial de 2014, cuando se hallaba ya paralizado. Desde su ictus de 2013 el Consejo Constitucional debió destituirle, atendiendo a la letra de la Constitución, y hace una semana no debió aceptar su candidatura, pues el reglamento dice que debe depositarla personalmente el candidato, internado entonces en un hospital de Ginebra. Todavía le queda una oportunidad hasta el miércoles, cuando se cumplen los diez días de plazo para aceptar las candidaturas.

Asombra el silencio institucional. Argelia es una nave sin nadie al timón. La calle bulle, cada vez más llena, más eufórica, y el régimen calla. Primero era desprecio, pero ahora es miedo, pavor. Haga lo que haga el Consejo Constitucional, tanto da. Esta camisa de fuerza ya no aguanta. El país marcha hacia la libertad, por primera vez con posibilidades de que sea la libertad verdadera, la de las personas. Y los europeos, nuestros Gobiernos, la Unión Europea, no debemos quedarnos a contemplar el espectáculo desde la barrera.

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