Columna

Problemas ideológicos

En etapas de polarización, la ambigüedad es peligrosa, cada partido ha de colocarse en un bloque

Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados.Fernando Villar (EFE)

Hace unos años, el ensayista Mark Lilla escribió un texto en The New Republic (publicado en español en Letras Libres) sobre “nuestra era ilegible”. En él decía que, “aunque no sirviera para nada más, la Guerra Fría hacía que nos concentráramos”. Para muchos, ordenaba y simplificaba la realidad. Había dos bloques ideológicos claros, con sus propias cosmovisiones y proyectos de civilización. Provocó conflictos absurdos y fomentó un clima de miedo. Pero simplificó los objetivos, que estaban siempre claros: el otro nos marcaba siempre el camino.

Treinta años después del fi...

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Hace unos años, el ensayista Mark Lilla escribió un texto en The New Republic (publicado en español en Letras Libres) sobre “nuestra era ilegible”. En él decía que, “aunque no sirviera para nada más, la Guerra Fría hacía que nos concentráramos”. Para muchos, ordenaba y simplificaba la realidad. Había dos bloques ideológicos claros, con sus propias cosmovisiones y proyectos de civilización. Provocó conflictos absurdos y fomentó un clima de miedo. Pero simplificó los objetivos, que estaban siempre claros: el otro nos marcaba siempre el camino.

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Treinta años después del fin de la Guerra Fría y de la “muerte de las ideologías”, nos encontramos huérfanos de sentido. Lilla afirma que “carecemos de conceptos adecuados o, incluso, del vocabulario apropiado para describir el mundo en que vivimos”. Daniel Innerarity dice que los seres humanos de épocas anteriores vivían mucho peor que nosotros, “podían pasar hambre y sufrir la opresión, pero no estaban perplejos”.

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Por eso recurrimos de nuevo a la identificación ideológica. Nos simplifica la realidad. Nos ayuda a no volvernos locos frente a la complejidad del mundo. Pero cada vez nos resulta menos útil. Por ejemplo, ¿qué significa ser progresista hoy? Una parte de la derecha se ha apropiado de la idea de progreso y ha creado una especie de política de la inevitabilidad: las cosas son así, y negarse es negarse al progreso. Por el otro lado, una parte de la izquierda se ha vuelto conservadora: habla de protección y cuidados, defiende monopolios y mercados cautivos y es moralista. Como dice Steven Pinker, muchos autodenominados progresistas suelen ser los mayores enemigos del progreso.

En España, el bipartidismo dividió durante décadas entre izquierda y derecha. El multipartidismo que surgió en 2015 rompió con el bipartidismo. Surgieron partidos nuevos que aspiraban a la transversalidad, que hablaron de “ni de derechas ni de izquierdas”. Pero no tardaron en clasificarse ideológicamente. Podemos es ahora una especie de poscomunismo o socialdemocracia radical y Ciudadanos un centroderecha liberal. Esto ha afectado la distribución ideológica del sistema de partidos. Nos movemos hacia una especie de bipartidismo pluralista, o un multipartidismo de bloques ideológicos: hay tres partidos de derechas y dos de izquierdas. En etapas de polarización, la ambigüedad ideológica es peligrosa, así que cada partido ha de colocarse en uno de los dos bloques.

Esta reestructuración ideológica es común en los sistemas multipartidistas, pero España tiene una variable propia: el conflicto territorial. Hoy el eje nacional y el ideológico son casi indistinguibles. Más o menos ha sido así siempre: la derecha es más dura con el independentismo y tiene una agenda centralista; la izquierda defiende una especie de federalismo asimétrico y sentimental. Pero tras el 1 de octubre y la aparición de Vox, la nación, algo aparentemente transversal, se ha vuelto un tema más ideológico que nunca.

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