Columna

Negro viernes

Urge reorientar nuestra actitud sobre qué bienes consumimos y cómo se producen

Una tienda de Madrid se prepara pra el Black Friday. Víctor Sainz

Black Friday, el viernes que sigue al día de Acción de Gracias. Los programas informativos abrieron anunciando las arrebatadoras cifras de ventas del día: 5.000 millones de dólares sólo en EE UU. Comienza la temporada de compras que enlaza con la Navidad y las rebajas de enero. El fenómeno se ha globalizado, extendiéndose por Europa, Sudamérica y Asia, con versiones locales como la de Jack Ma, fundador de Alibabá, el Amazon chino, que lanzó hace una década el ...

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Black Friday, el viernes que sigue al día de Acción de Gracias. Los programas informativos abrieron anunciando las arrebatadoras cifras de ventas del día: 5.000 millones de dólares sólo en EE UU. Comienza la temporada de compras que enlaza con la Navidad y las rebajas de enero. El fenómeno se ha globalizado, extendiéndose por Europa, Sudamérica y Asia, con versiones locales como la de Jack Ma, fundador de Alibabá, el Amazon chino, que lanzó hace una década el Día de los solteros. Este año, la gala que celebraba el evento en Shanghái tuvo un marcado carácter de exaltación al consumo doméstico, de especial significado habida cuenta del enfriamiento de la economía china en plena guerra comercial. El resultado fue óptimo, Alibabá batió su propio récord de ventas, 31.000 millones de dólares.

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Considerando cuestiones como la demografía —se calcula que para 2050 la población del planeta habrá alcanzado la cifra de 10.000 millones—, el incremento de la clase media y los cambios en los hábitos de consumo, es previsible que cada año se superen estas cifras con holgura. Según el Brookings Institute, se está produciendo una expansión sin precedentes de la clase media global, a la que se incorporan anualmente más de 140 millones de personas, la mayoría de las cuales vivirán en Asia, con China e India acaparando la mayor cuota de mercado de consumo. Uno de los rasgos que define a esta categoría social es su estatus de clase consumidora, caracterizado por unos usos que incluyen el deseo de casas mayores, más coches y una mentalidad de usar y tirar concomitante con la práctica fabril de la obsolescencia programada. Todo ello con importantes implicaciones para el medioambiente, desde la emisión de gases, hasta el vertido de plástico a los mares, pasando por la demanda global de carne, que se ha cuadruplicado.

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De modo que nos encontramos atrapados en un contrasentido: por una parte el incremento del consumo genera empleo y riqueza y, por otra, socava los sistemas naturales de los que dependemos.

La celebración del Black Friday en EE UU coincidió irónicamente con la divulgación que hizo la Casa Blanca de un informe sobre el clima elaborado por las agencias federales, en el que se advierte por primera vez en un lenguaje sin paliativos del impacto catastrófico que tendrá el calentamiento global. Sobre esta cuestión, Erik Assadourian, director del volumen Signos Vitales del Instituto Worldwatch, que analiza los patrones globales de producción y consumo, señala que al traer el cambio climático una contracción económica forzosa, las sociedades deberían considerar adelantarse y programar un proceso de decrecimiento selectivo. Éste es uno entre los varios enfoques que abordan la compatibilidad del desarrollo con la preservación del medioambiente. Urge en cualquier caso, reorientar nuestra actitud sobre qué bienes consumimos y cómo se producen.

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