Columna

Dentro y fuera

Molino nos da una visión terrible del centro peninsular y ahora otra disparatada de la frontera y de lo que no tiene lugar

Alrededores de Iruecha (Soria). DAVID RAMOS (GETTY)

Lo más asombroso de Manuel Chaves Nogales es que podamos leer sus crónicas de hace casi cien años como si fueran actuales. Los dos gruesos volúmenes de su obra periodística, editados por la Diputación de Sevilla a cargo de María Isabel Cintas, son un tesoro. Seguramente también lo serán, dentro de muchos años, los reportajes de Sergio del Molino, su digno heredero y uno de los mejores prosistas actuales. Después del magnífico La España vacía de hace dos años, publica ahora Lugares fuera de sitio (Espasa) y logra algo inaudito, una perspectiva que, como la anterior, nadie habí...

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Lo más asombroso de Manuel Chaves Nogales es que podamos leer sus crónicas de hace casi cien años como si fueran actuales. Los dos gruesos volúmenes de su obra periodística, editados por la Diputación de Sevilla a cargo de María Isabel Cintas, son un tesoro. Seguramente también lo serán, dentro de muchos años, los reportajes de Sergio del Molino, su digno heredero y uno de los mejores prosistas actuales. Después del magnífico La España vacía de hace dos años, publica ahora Lugares fuera de sitio (Espasa) y logra algo inaudito, una perspectiva que, como la anterior, nadie había antes imaginado. El mapa de España que está escribiendo es radicalmente nuevo y original.

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En el volumen anterior nos guiaba por los espacios desérticos del país, algunos de ellos con menos densidad habitada que Groenlandia. Es un panorama desolador por lo que tiene de irrevocable, de fatal: el desierto español ya no se puede enmendar. En el nuevo trabajo recorre lugares que no ocupan un sitio evidente dentro de la geografía. Son enclaves que o bien nunca han sido enteramente “nuestros” (Ceuta y Melilla), que no lo son desde hace siglos (Gibraltar), que solo lo son a medias (Andorra, Llivia, Olivenza) o cuya situación, dado el histérico nacionalismo regional, es excéntrica (Treviño, Villaverde, Ademuz, Petilla). Molino nos da una visión terrible del centro peninsular y ahora otra disparatada de la frontera y de lo que no tiene lugar.

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Su prosa es eficaz y amena. La documentación, impecable. Pero sobre todo se agradece que no sea un antiespañol al modo infantil de la izquierda reaccionaria, aunque no escatime críticas a la política española que durante siglos ha ido creando desiertos y lugares sin sitio, o sitios sin lugares.

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