Escenas de cacería en el bosque

Cada vez son más frecuentes las escenas sangrientas en la selva del mundo desgobernado por Trump

Activistas disfrazados de Bin Salmán y Trump, el viernes en Washington.LEAH MILLIS (REUTERS)

En la selva, donde rige la ley del más fuerte, los mayores depredadores exhiben los despojos sanguinolentos de sus víctimas. En la saña con que destrozan el cuerpo de sus presas proclaman la fuerza sin límites de sus fauces y sus garras. En el pavor que reverbera hasta los últimos rincones del bosque se cifra el homenaje de sus habitantes temblorosos y obedientes.

El mundo sin ley es la guerra de todos contra todos, equivalente al estado de naturaleza, la selva donde impera la voluntad del más fuerte. Gusta a quienes se sienten suficientemente poderosos como para sobrevivir, e incluso i...

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En la selva, donde rige la ley del más fuerte, los mayores depredadores exhiben los despojos sanguinolentos de sus víctimas. En la saña con que destrozan el cuerpo de sus presas proclaman la fuerza sin límites de sus fauces y sus garras. En el pavor que reverbera hasta los últimos rincones del bosque se cifra el homenaje de sus habitantes temblorosos y obedientes.

El mundo sin ley es la guerra de todos contra todos, equivalente al estado de naturaleza, la selva donde impera la voluntad del más fuerte. Gusta a quienes se sienten suficientemente poderosos como para sobrevivir, e incluso imponerse, como es el caso de Donald Trump, que se encaramó hasta la máxima magistratura sobre una montaña de fraudes y mentiras y comprende y simpatiza con las fieras que también han alcanzado el poder, aunque sea sobre una montaña de cadáveres.

Cada vez son más frecuentes las escenas sangrientas de cacería en la selva del mundo desgobernado. Jamal Khashoggi ha sido la última víctima, en manos del depredador más joven y feroz, el joven príncipe y carnicero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán. La anterior fue Sergei Skripal, el espía ruso traidor, atacado con veneno por los sicarios del Kremlin. No hay que olvidar al hermano de Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte, el desgraciado Kim Jong-nam, liquidado en Malasia con el agente nervioso VX, una potente arma química. Tampoco hay que desatender al destino misterioso de Meng Hongwei, probablemente trágico, el exdirector chino de Interpol llamado a capítulo a Pekín y desaparecido en el chupadero de Xi Jinping.

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Trump no tiene la culpa. Insulta y amenaza a la prensa, le ríe las gracias a quienes golpean a los periodistas, como Gerg Gianforte, un congresista republicano de Montana, que agredió a un reportero del diario británico The Guardian. Pero él no hace esas cosas. Las hacen sus amigos, los tipos a los que admira y a los que elogia y protege, como Mohamed bin Salmán, Vladímir Putin, Kim Jong-un y Xi Jinping. Son muchos más los que las hacen y hacen muchas más, que ni siquiera merecen la atención presidencial: una cosa es el escarmiento público y otra distinta es el crimen que requiere silencio.

Bin Salman en Yemen, Putin en Ucrania y en Siria, Kim Jong-un en su propio país, Xi Jinping en Tibet y en Xingjiang, superan en crueldad y devastación a las escenas singulares de cacería en el bosque del desorden internacional presidido por Trump, el líder del mundo libre. A fin de cuentas, él se siente como pez en el agua, es decir, como la mayor fiera entre las otras fieras.

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