Columna

Hacerse cargo

Si el mercado lo coloniza todo, solo el dinero marcará la pauta social

DIEGO MIR

Les pregunto: ¿Se puede comprar todo? ¿Qué consecuencias morales tendría? Porque a veces parece que ni siquiera nos planteamos estas preguntas clave, cuando la realidad es que pocas cosas carecen de precio: cazar un rinoceronte negro en peligro de extinción cuesta 150.000 dólares; el vientre de una mujer india, 6.250; lanzar a la atmósfera una tonelada de CO2, apenas 13 euros. Son solo algunos de los ejemplos con los que comienza Lo que el dinero no puede comprar, de Michael Sandel, flamante premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales.

Lo mejor de este profesor de Har...

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Les pregunto: ¿Se puede comprar todo? ¿Qué consecuencias morales tendría? Porque a veces parece que ni siquiera nos planteamos estas preguntas clave, cuando la realidad es que pocas cosas carecen de precio: cazar un rinoceronte negro en peligro de extinción cuesta 150.000 dólares; el vientre de una mujer india, 6.250; lanzar a la atmósfera una tonelada de CO2, apenas 13 euros. Son solo algunos de los ejemplos con los que comienza Lo que el dinero no puede comprar, de Michael Sandel, flamante premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales.

Lo mejor de este profesor de Harvard no es cómo nos incita a pensar con sus preguntas, ni siquiera su apuesta por la vieja concepción socrática de una educación dialogante, reflexiva y crítica, capaz de sacudir nuestra visión rutinaria de las cosas. Lo extraordinario es cómo, cuando la discusión pública se ha reducido a solo dos visiones antagónicas del mundo (liberales versus populistas), sea capaz de devolvernos a la profundidad real de los problemas del mundo que habitamos. Y si no, piensen en lo siguiente: ¿Qué consecuencias tiene el uso mercantil de la protección medioambiental, la procreación o la vida de los animales? Son preguntas clásicas que, por alguna razón, hemos desplazado del centro del debate.

Se refieren todas ellas a bienes sociales fundamentales ya invadidos por la lógica del mercado, impidiendo así la reflexión sobre su dimensión pública o el significado que les damos. Por ejemplo, ¿por qué está tan viciado el debate sobre la sanidad? ¿Por qué a veces es tan difícil defender que es un bien social que no debe depender de la renta o los ingresos? Se trata de una discusión fundamentalmente política, pero su espacio deliberativo ha sido fagocitado por el mercado. ¿El resultado? Desigualdad y corrupción, porque tratar la salud y el cuerpo como mercancías que pueden comprarse y venderse en partes distorsiona nuestra dignidad y nuestro autorrespeto como seres humanos.

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Es un debate clave y antiguo: si el mercado lo coloniza todo, cosas como los cuidados médicos o la educación de los hijos dependerán de nuestros ingresos, y solo el dinero marcará la pauta social, estableciendo diferencias insalvables entre nosotros. Es una de las causas del vaciamiento de las clases medias, pero el problema no es solo de índole material y moral. En algún punto hemos extraviado las nociones de libertad e igualdad, extirpándoles su condición de valores al reducirlas al libre intercambio mercantil entre falsos iguales. Porque los mercados, como nos instruyó Toni Judt, no generan confianza, cooperación o acción colectiva para el bien común. Somos los ciudadanos, y la política, quienes debemos hacernos cargo.

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