‘OT’ abre la gran brecha generacional: ‘niñatos’ contra ‘revenidos’

La polémica sobre una canción de Mecano en el concurso, que acaba de conseguir dos Premios Ondas, ha desatado una nueva batalla entre 'millennials' políticamente correctos y mayores nostálgicos

A la derecha, grupos que defienden los clásicos: Depeche Mode, Mark Knopfler (Dire Straits) y Ana Torroja (Mecano). A la derecha, las nuevas generaciones representadas por Maluma y Amaia, de 'OT'.Montaje: Blanca López-Solorzano

Han sido pocos los capaces de eludir el debate sobre OT, Mecano, las mariconeces y el dogmatismo moral y musical surgido estos días. Por un lado, los llamados pollaviejas, gente perteneciente al mundo premillennial, quejándose del afán censurador, políticamente correcto (largo bostezo) y té matcha de los más jóvenes. Por otro lado, los jóvenes, pidiendo a los mayores que se aparten y les dejen en paz,...

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Han sido pocos los capaces de eludir el debate sobre OT, Mecano, las mariconeces y el dogmatismo moral y musical surgido estos días. Por un lado, los llamados pollaviejas, gente perteneciente al mundo premillennial, quejándose del afán censurador, políticamente correcto (largo bostezo) y té matcha de los más jóvenes. Por otro lado, los jóvenes, pidiendo a los mayores que se aparten y les dejen en paz, que están construyendo un mundo mejor y este tipo de interferencias tan siglo XX les distraen de sus quehaceres, que no quieren recibir lecciones de nadie que estuviera vivo la última vez que los Rolling Stones sacaron un buen disco.

Bueno, no piensan esto exactamente, porque no saben ni les importa quiénes son los Stones. Y eso, miren, me parece bastante bien. Vivimos en un mundo que se divide entre los que se jactan de desconocer cosas –la ignorancia ya no es osada, es jactanciosa– y quienes se tiran de los pelos cuando ven a alguien que desconoce lo que ellos conocen –la sabiduría ya no es didáctica, es instrumental–. Nadie conoce a nadie.

Los 'pollaviejas' de la generación X se han desenmascarado finalmente y se ha descubierto que bajo esa fachada de padre enrollado, capaz incluso de exportar un PDF, se escondían unos tipos revenidos

Siempre ha habido choques generacionales. Incluso antes de Twitter. Siempre se han creído los mayores con capacidad de apelar a la nostalgia para justificar la crisis que se avecina cuando ellos dejen de ostentar el poder. Siempre ha habido jóvenes con ganas de tomar el poder por lo civil o lo cultural, rebelándose ante un mundo viejo y cansado que necesita una mano de pintura y, claro, no solo la van a dar ellos, sino que van a elegir el color.

No por nada son el futuro. Entre estas dos posturas tan enconadas como inevitables siempre ha habido también, en ocasiones, una solución de consenso, un equipo que ejercía de bisagra que era el que formaban los mayores con interés por lo que estaba sucediendo y los más jóvenes con curiosidad por lo que pasó. Durante la primera década de este siglo este contingente fue tan numeroso que se temió por la misma evolución de la especie.

Era una época en la que todo el mundo luchaba por un sitio en el centro. Un ejemplo es la política. El PSOE ya no era obrero, sino de centroizquierda. El PP ya no era derecha hispánica, sino un contemporáneo centroderecha. Esa coyuntura política se trasladó a lo cultural. Fueron los años de la retromanía, que en aquellos momentos los estudiosos entendieron como un frenazo brusco y preocupante del concepto de cultura como eje acelerador de conceptos e ideas, de la forma más rápida de llegar al futuro. Los artistas eran nuevos, pero sonaban como los viejos, lo que podía contentar a jóvenes y mayores a la vez. Paz social, keynesianismo y The Strokes. Qué años, oigan. Chavales de 20 años leyendo a Gay Talese, fascinados con fotos de Marilyn, soñando con el otoño en Nueva York…. zzzzzzzzzzz

Pero eso se fue al carajo. La tecnología sustituyó a la cultura como pegamento que unía a los ya cuarentones miembros de la generación X, con los Xennials (entonces vistos como desubicada generación bisagra necesitada de un abrazo, hoy nuestra única esperanza de llegar a un acuerdo pactado) y a una cosa nueva que se llamaban millennials. Despertaban más admiración que recelo. Estaban muy preparados, el mundo iba a ser suyo. A los mayores no les importaba mucho porque se sentían orgullosos del mundo que les iban a dejar. Los nuevos ayudarían a hacer mejores IPhones, pero los mayores siempre podrían decir que tuvieron un IPhone 4.

Vivimos en un mundo que se divide entre los que se jactan de desconocer cosas y quienes se tiran de los pelos cuando ven a alguien que desconoce lo que ellos conocen

Los millennials se han destapado como una gente con ciertos problemas para entender que el mundo no les debe nada y los pollaviejas de la generación X se han desenmascarado finalmente y se ha descubierto que bajo esa fachada de padre enrollado, moderno y capaz incluso de exportar un PDF se escondían unos tipos revenidos, recelosos de perder lo poco que lograron quitarle a la generación anterior, que es la que hizo la Transición y se aseguró de que no se transitara hacia ningún sitio que no fuera previamente homologado por ellos. Miren el Parlamento. Hoy ya nadie quiere ser de centro.

Así, nos hemos plantado en un diálogo patético entre niñatos convencidos de que no solo los tiempos han cambiado, sino que los han cambiado ellos mismos. Por otro, gente que se quedó sandwicheada entre la generación anterior (el poder) y la siguiente (el conocimiento tecnológico). Y hemos llegado hasta aquí porque a los de ahora les importa una mierda lo de antes y a los de antes no solo ha dejado de importarles lo de ahora, sino que lo desprecian.

En estos días se han visto tuits de asco ante el reguetón o cualquiera música asociada a lo joven blandiendo la espada de Dire Straits, Mecano o Joaquín Sabina. Qué penita. Los muchachos ya no quieren que los mayores les enseñen demasiado y los mayores están perdiendo su fascinación por la juventud y esas cosas que hacen con la tablet. ¿Y saben qué? Aunque el origen de este discurso sea risible y los argumentos de defensa de cada uno de los bandos son más débiles que una letra de José María Cano, en realidad, es así cómo deben ser las cosas.

Un joven no tiene ninguna obligación de escuchar a Bob Dylan o ver las películas de Orson Welles, del mismo modo que un mayor no tiene por qué respetar a J. Balvin o engancharse a La casa de papel. No. Quien quiera tener 15 años y escuchar a Queen, allá él, pero que no se crea más listo que el de al lado que es fan de Maluma. Quien quiera tener 45 y fascinarse por C. Tangana, que lo haga, pero que no por ello crea que sigue perteneciendo al futuro.

Nos convencieron de que los grupos de nuestra época eran una mierda comparados con los que existían cuando se criaron nuestros padres, ¿Para qué escuchar a Oasis si estaban los Beatles?

Provengo de una generación, la nacida en los setenta, algo acomplejada, asertiva en lo inútil, timorata en lo importante (por eso mis coetáneos están respondiendo tan mal, vamos faltos de práctica en el conflicto). Nos criaron convenciéndonos de que los grupos de nuestra época eran una mierda comparados con los que existían cuando se criaron nuestros padres, ¿Para qué escuchar a Oasis si estaban los Beatles? Nos obligamos a rebuscar en el pasado porque nos dijeron que ahí estaban las respuestas al presente y las pistas hacia el futuro.

Y ahora queremos hacer lo mismo con los siguientes, convencerles de su ignorancia y obligarlos a que nos cojan de la mano, que les vamos a poner un disco de Depeche Mode y enseñarles incluso la forma en que se puede acabar con el heteropatriarcado, aunque no dedicáramos demasiado tiempo ni esfuerzo en nuestra juventud a lograrlo.

Pero nos han salido rebeldes, soberbios y resabiados. No sé si antes ha habido un rupturismo en términos culturales tan bestias, pero sí sé que el 10 de octubre más de dos millones de personas vieron la gala de OT, pero la lista de reproducción de la Clase de Cultura Musical del programa (temas de Pulp, Iron Maiden, Charles Aznavour…) tiene poco más de 400 seguidores en Spotify.

OT no es un programa musical, es un fenómeno y, por primera vez, uno verdaderamente interesante y rico en interpretaciones. Por ejemplo, que los concursantes de esta edición no se supieran la letra de Mi música es tu voz, el tema estrella de la primera edición, allá por 2001, es un ejemplo maravilloso y perfecto de cómo es esta generación: a mañana se llega solo desde hoy, no desde ayer.

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