Columna

Libertad en declive

Las urnas no cotizan a la baja. Con su soberanía se puede todo, incluso liquidar libertades y derechos, hasta llegar a implantar la dictadura

Aung San Su Kyi, jefa de Gobierno de MyanmarFRANCE PRESS

Donde antaño avanzaba, ahora se estanca. Donde había poca, hay menos todavía. Donde se hallaba estancada, ahora retrocede. La libertad cotiza a la baja. Las urnas no. Todos las exaltan como expresión de la voluntad democrática, incluso los dictadores. Con la soberanía de las urnas se puede todo, incluso liquidar libertades y limitar derechos, hasta llegar a la dictadura.

El paradigma del retroceso es Myanmar, la antigua Birmania, donde la transición se ha convertido en involución; la heroína de la democracia y premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, en apologista del genocidio y de la...

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Donde antaño avanzaba, ahora se estanca. Donde había poca, hay menos todavía. Donde se hallaba estancada, ahora retrocede. La libertad cotiza a la baja. Las urnas no. Todos las exaltan como expresión de la voluntad democrática, incluso los dictadores. Con la soberanía de las urnas se puede todo, incluso liquidar libertades y limitar derechos, hasta llegar a la dictadura.

El paradigma del retroceso es Myanmar, la antigua Birmania, donde la transición se ha convertido en involución; la heroína de la democracia y premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, en apologista del genocidio y de la represión, de la persecución de los periodistas incluso; y la libertad del pueblo birmano, en el exterminio de otro pueblo, los rohingyas, ni siquiera reconocidos en su existencia.

Vemos cómo retrocede a lo lejos, en Turquía, China, Rusia y Venezuela, en México y en África, algo que algunos creerán todavía reconfortante. Craso error, porque también se tambalea en nuestro vecindario, en Hungría, Polonia, Eslovaquia o Malta. Y entre nosotros, bajo las presiones de poderes formales e informales, públicos y privados, pero también de nuevas censuras populistas, con frecuencia organizadas a través de las redes sociales.

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La libertad de expresión es el canario en la mina. Allí donde desfallece, desfallecen todas las libertades y desfallece la democracia. De ahí la grandeza de la Primera Enmienda a la Constitución de Estados Unidos que sitúa la libre expresión en la cúspide los derechos sagrados. Se puede quemar la bandera. Se puede insultar al presidente, blasfemar o negar el Holocausto. Lo único sagrado es la libre expresión de los pensamientos y de las ideas.

El único límite es que no se incite directamente a la violencia. No es libre expresión la orden de fuego al pelotón de fusilamiento, ni aquella Radio Mil Colinas con sus incitaciones al genocidio hutu contra los tutsis en Uganda, ni tampoco el falso grito de alarma en un cine abarrotado que provoca una avalancha.

La idea de libertad americana tiene cada vez más seguidores en Europa, aunque no los suficientes, por lo que se deduce de autos y sentencias de los tribunales españoles. Una sociedad abierta debe calibrar bien la diferencia entre quienes incitan directamente a la violencia y quienes ponen a prueba las costuras legales en el ejercicio de la libertad de expresión.

Hay que soltar a los canarios con sus trinos, por estridentes y desagradables que sean, y hay que darles incluso las gracias, porque son prenda y reclamo de las libertades de todos.

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