Columna

¿Quién teme a la derecha feroz?

Lo que busca el rearme ideológico es llevar los votos de centro a la derecha

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, durante una rueda de prensa tras el Comité Ejecutivo Nacional.Carles Ribas (EL PAÍS)

Hay máximas políticas que casi siempre se cumplen, como que los partidos del poder sólo pueden renovarse una vez que pasan a la oposición. O que en política siempre triunfan los audaces, como sostenía Maquiavelo. O que en la democracia española sólo puede entenderse la renovación como rejuvenecimiento. Esta ecuación se verifica del todo con el triunfo de Pablo Casado. En este caso, esos elementos casi atemporales se dan la mano con otros más contextuales; a saber, el fenómeno de la reideologización de la derecha tradicional europea. O, al menos, su intento de llevarla a cabo. No tiene más reme...

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Hay máximas políticas que casi siempre se cumplen, como que los partidos del poder sólo pueden renovarse una vez que pasan a la oposición. O que en política siempre triunfan los audaces, como sostenía Maquiavelo. O que en la democracia española sólo puede entenderse la renovación como rejuvenecimiento. Esta ecuación se verifica del todo con el triunfo de Pablo Casado. En este caso, esos elementos casi atemporales se dan la mano con otros más contextuales; a saber, el fenómeno de la reideologización de la derecha tradicional europea. O, al menos, su intento de llevarla a cabo. No tiene más remedio: dentro de su mismo espectro los populismos le están planteando una competencia fiera.

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En el caso español la situación es distinta, porque carecemos de ese tipo de partidos. Pero la melodía que se le escucha a Casado es parecida a la de otras derechas continentales no xenófobas: reafirmación de la identidad nacional como bandera de enganche, y combate a eso que por simplificar podemos calificar como “multiculturalismo”, que sirve para designar al adversario político. No en vano es aquí donde se ha refugiado la izquierda para plantear sus propias batallas identitarias. Se suele concretar en la celebración de la diversidad y, ahora más que nunca, en un feminismo radicalizado. Frente a ellos se eleva el respeto estricto a la religión mayoritaria, los valores familiares y la aceptación plena de la lógica del mercado.

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Hasta aquí nada que objetar, son valores que encuentran un amplio respaldo en cualquier sociedad, y es normal que haya un partido que trate de representarlos. Que además se haga con buenos modales y sonrisa juvenil es de agradecer. Hay quien dice incluso que Casado pronto emprenderá el camino hacia el centro para disputar este copioso caladero de votos. Mi tesis es que su intención es la contraria, que lo que busca el rearme ideológico es llevar los votos de centro a la derecha. O sea, polarizar. Lejos de descafeinar el discurso, poco a poco lo irá endureciendo. Sí, con la misma sonrisa.

No, desde luego, en temas como el aborto, que tiene escaso rendimiento electoral y, como vimos con la frustrada reforma de Gallardón, es irrealizable. O el combate a la “ideología feminista” o similares, que no le dará a la derecha un solo voto que no tenga ya por otras razones. Tendremos discurso único, el nacional-identitario. Sencillamente, porque lo que en Europa funciona como “multiculturalismo” en España se traduce en “multinacionalidad”. No hay problema alguno, por ahora, con minorías islámicas o “invasiones” migratorias.

Además, Puigdemont se lo está poniendo en bandeja. Habrá que ver si Casado sabrá abordarlo con sentido del Estado, responsabilidad y pragmatismo, no con ventajismo electoral y para azuzar las pasiones, que es justo lo que el independentismo desea: llevarlo a su propio terreno. De eso dependerá algo más que el éxito de la nueva derecha. Nos jugamos el futuro de todos.

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