Análisis

Ortega todavía tiene razón

Ante el eterno problema de España, los españoles seguimos viendo en Europa la solución

El Parlamento Europeo, durante la sesión plenaria de este miércoles PATRICK SEEGER EFEPATRICK SEEGER (EFE)

España sigue siendo el problema. Las variaciones improvisadas para desmentir la célebre sentencia de José Ortega y Gasset no han llegado a tomar cuerpo, si hacemos caso a las opiniones del millar de españoles consultados por el Eurobarómetro. Ni se han invertido los términos de la ecuación, ni se han igualado. Ni España ha sido nunca por si sola la solución, ni Europa ha conseguido parangonarse con España como pr...

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España sigue siendo el problema. Las variaciones improvisadas para desmentir la célebre sentencia de José Ortega y Gasset no han llegado a tomar cuerpo, si hacemos caso a las opiniones del millar de españoles consultados por el Eurobarómetro. Ni se han invertido los términos de la ecuación, ni se han igualado. Ni España ha sido nunca por si sola la solución, ni Europa ha conseguido parangonarse con España como problema como pudo parecer erróneamente en la última década.

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Al contrario, superada la crisis económica, encarrilado el Brexit, amortiguadas las alarmas ante el terrorismo y la llegada de refugiados, la encuesta encargada por el Parlamento Europeo detecta una recuperación de la adhesión de los europeos a la Unión hasta unos niveles no alcanzados en los últimos 35 años, específicamente cuando se les pregunta si su país se beneficia de la pertenencia al club de los países miembros.

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La paradoja de la súbita fiebre europeísta es que se produce exactamente en la legislatura del Parlamento Europeo que ha protagonizado un mayor incremento del voto a formaciones que impugnan tanto la construcción europea como los sistemas de partidos vigentes, hasta el punto de transformar por si solo el paisaje político de una gran mayoría de los países socios, donde los partidos nuevos han entrado en el gobierno, apoyan a los gobiernos desde fuera o son la principal fuerza de la oposición.

El caso de los españoles es especial. Compartimos un cierto ánimo europeísta y somos incluso más entusiastas que el resto de los europeos, pero este sentimiento está teñido de mayores grados de insatisfacción y pesimismo respecto al futuro de la UE, que son más acentuados tratándose de España. El nuestro es un pesimismo paneuropeo y aparentemente resignado, que afecta a España y al conjunto de Europa, si bien concede a esta última el beneficio de una leve aunque mayor esperanza salvífica.

A la hora de enjuiciar la aparición de nuevos partidos, las expectativas de los españoles son también mayores y la crítica a dichas formaciones menos intensa. Explicaría esta actitud indulgente el hecho de que España es uno de los pocos países en los que los nuevos partidos no han llegado todavía al poder o ni siquiera se han hecho con las riendas enteras de la oposición, como ha sucedido en casi toda Europa.

Los españoles también estamos entre los europeos menos confiados en que nuestra voz sea escuchada en las instituciones europeas, justo en el momento en que por primera vez el Eurobarómetro detecta que hay una mayoría de europeos, insólita en los últimos diez años, que percibe precisamente lo contrario. Pero todavía es mayor la desconfianza respecto a la resonancia que tenga nuestra voz tratándose de las instituciones españolas, solo superadas por Italia entre los grandes países en cuanto a la sordera respecto a sus ciudadanos. Ante el eterno problema de España, los españoles seguimos viendo en Europa la solución.

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