El barco europeo sin rumbo

¿Qué hace Bruselas en economía? ¿Qué quiere Bruselas en política?

Banderas de países miembros de la UE frente al Parlamento Europeo en Estrasburgo. PATRICK SEEGER (EFE)

Está claro que las cosas no pueden seguir así. Hablamos de Europa. La crisis de confianza que emergió de la gestión autoritaria franco-alemana encaminada a la salvación del euro en 2009, sin cambio de orientación de la política monetaria, el austericidio impuesto por el tándem Merkel-Schäuble —con el apoyo de Países Bajos, Austria y Finlandia—, el Brexit y la irrupción de partidos populistas de indefinidas tendencias en las últimas elecciones con la consecuente desagregación de los bloques tradicionales en Europa, conducen a un bloqueo aparentemente irreversible del sistema europeo encarnado e...

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Está claro que las cosas no pueden seguir así. Hablamos de Europa. La crisis de confianza que emergió de la gestión autoritaria franco-alemana encaminada a la salvación del euro en 2009, sin cambio de orientación de la política monetaria, el austericidio impuesto por el tándem Merkel-Schäuble —con el apoyo de Países Bajos, Austria y Finlandia—, el Brexit y la irrupción de partidos populistas de indefinidas tendencias en las últimas elecciones con la consecuente desagregación de los bloques tradicionales en Europa, conducen a un bloqueo aparentemente irreversible del sistema europeo encarnado en el Tratado de Lisboa.

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La victoria del voluntarismo positivo europeo de Emmanuel Macron en Francia creó la ilusión de una salida aceptable de este círculo perverso. Sin embargo, el pragmatismo gubernamental de Berlín tras los resultados electorales demuestra que, pese a las promesas del SPD, los partidos de la coalición de gobierno de Angela Merkel no cambiarán de orientación. La suya no es sino la verdadera política económica europea, que coincide precisamente con la economía política del Bundesbank. El presidente del BCE, Mario Draghi, tuvo que recurrir a grandes dosis de imaginación y diplomacia para mantener un raquítico equilibrio entre las exigencias alemanas y el interés general europeo. Es el precio que la ciudadanía europea ha de pagar por mantener el euro-marco, pues Alemania siempre dejó claro que no habrá otra política monetaria que esa.

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Hoy el caldo de cultivo de todos esos ingredientes cobra otros sinsabores. Dieciocho años después, en los países en los que la extrema derecha aún no ha alcanzado el poder, los gobernantes se amedrentan ante cada cita electoral por la amenaza de fracaso. Cuando la extrema derecha consigue soberanía, las señales de cambio enseguida afloran en formas visibles para la ciudadanía.

Piénsese en el nuevo Gobierno italiano que prevé la salida posible del euro, una reorientación de las alianzas hacia el Este, la renuncia a satisfacer indefinidamente deudas y una política represiva con la inmigración. El caso italiano es sumamente interesante en la medida en que demuestra que existe posibilidad de conjunción entre la extrema derecha y la izquierda populista para desmontar el proyecto liberal europeo. Pues los efectos sociales del pacto de estabilidad europeo están borrando todas las referencias identitarias opuestas.

Asistimos, pues, a la revancha política que engendran los nefastos modelos económicos. Y las elecciones europeas de 2019 auguran aún más peligros: los partidos tradicionales transmiten la impresión de haber perdido la voz, carecen de proyectos creíbles para una ciudadanía vulnerable, mientras los partidos populistas representan una clara orientación: acabar con una Europa devenida en problema cuando prometía ser la solución.

Mientras, ¿qué hace Bruselas en economía? Propone bonos basura europeos. ¿Qué quiere Bruselas en política? La ampliación a Kosovo, es decir, llenar aún más el barco sin rumbo. ¡Adivinemos cómo puede acabar esto!

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