Transversalidad

Cualquier intento de movilización masiva se enfrenta al mismo dilema: abrirse para incluir al mayor número posible de personas, y mantener una base definida y cohesionada

Manifestación del Día de la Mujer en Bilbao.Vincent West (REUTERS)

No es nada fácil construir movilizaciones laborales sólidas, transversales y efectivas en un mundo posindustrial. Los sindicatos tradicionales, por ejemplo, lo saben demasiado bien. Y esta es una de las muchas razones que hacen tan valiosa la huelga feminista de ayer: es, precisamente, un ejemplo exitoso de movilización laboral posindustrial.

Cualquier intento de movilización masiva se enfrenta al mismo dilema: mientras debe asegurar la máxima participación, abriendo las fronteras de sus reivindicaciones para incluir al mayor número posible de personas, también necesita mantener una bas...

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No es nada fácil construir movilizaciones laborales sólidas, transversales y efectivas en un mundo posindustrial. Los sindicatos tradicionales, por ejemplo, lo saben demasiado bien. Y esta es una de las muchas razones que hacen tan valiosa la huelga feminista de ayer: es, precisamente, un ejemplo exitoso de movilización laboral posindustrial.

Cualquier intento de movilización masiva se enfrenta al mismo dilema: mientras debe asegurar la máxima participación, abriendo las fronteras de sus reivindicaciones para incluir al mayor número posible de personas, también necesita mantener una base bien definida y cohesionada. El feminismo, que ha confrontado esta cuestión desde sus orígenes, ha debido hacerlo ahora además en un contexto particularmente complejo.

Complejo, primero, por el contexto laboral y tecnológico. A las profundas divisiones en el ámbito laboral producidas por la precarización de una parte de la fuerza de trabajo, se suma la atomización del trabajo propia de una economía basada en los servicios: subcontratación, especialización, y, en general, fragmentación que separa cada vez más las experiencias y, potencialmente, los intereses de los trabajadores.

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A esto se suma el habitual catalizador ideológico de las movilizaciones, la izquierda y el progresismo, está considerablemente dividido, hasta el punto de que algunos de los conflictos más encarnizados de los últimos años se han producido en el seno de las izquierdas, y no contra la derecha.

Todo ello hace más difícil el equilibrio entre inclusión y cohesión, pero el 8-M y el movimiento que le rodea ha confrontado este dilema como pocos ejemplos en los últimos años. Los debates siguen, y seguirán, en su interior, pero lo que me resulta más significativo (y algo de lo que otros podrían aprender) es que, aunque discrepen en los medios, las visiones contrapuestas mantienen el mismo objetivo, que es el único que puede sortear los obstáculos del contexto laboral y político: el de la transversalidad. Una que sólo se consigue buscando coincidencias en los intereses, y también en las perspectivas ideológicas. @jorgegalindo

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