Tentaciones

¿Por qué los hombres heterosexuales feministas seguimos entre el pánico y el silencio?

Hoy se celebra el Día Europeo por la Igualdad Salarial, un foco de reivindicación necesario para ir consiguiendo una sociedad cada vez más justa

Nicole Adams

Los hombres heterosexuales –como los catalanes para Rajoy– hacemos cosas, pero sobre todo una: contradecirnos. Sobre todo con el feminismo. Sobre todo con la boca cerrada. La contradicción es, de todas las silenciosas, nuestra respuesta favorita. No tenemos ningún grupo de WhatsApp para hablar de ello. No se comenta. No se verbaliza porque tampoco es un tabú. Si reflexionásemos cada vez que sucede, colapsaríamos. Nuestra cara mutaría en pantalla de Windows 95 tratando de ejecutar el lanzamiento de una sonda lunar. Os aseguro que no querríais ver eso. Nuestro cuerpo pasaría del...

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Los hombres heterosexuales –como los catalanes para Rajoy– hacemos cosas, pero sobre todo una: contradecirnos. Sobre todo con el feminismo. Sobre todo con la boca cerrada. La contradicción es, de todas las silenciosas, nuestra respuesta favorita. No tenemos ningún grupo de WhatsApp para hablar de ello. No se comenta. No se verbaliza porque tampoco es un tabú. Si reflexionásemos cada vez que sucede, colapsaríamos. Nuestra cara mutaría en pantalla de Windows 95 tratando de ejecutar el lanzamiento de una sonda lunar. Os aseguro que no querríais ver eso. Nuestro cuerpo pasaría del espasmo al estertor, se quedaría suspendido en el tiempo y el mundo tendría que seguir girando sin nosotros (y sabemos que eso podría no ser del todo perjudicial).

La razón es biológica: estudios neurocientíficos aseguran que un 95% de nuestras decisiones pertenecen al subconsciente. Esa contradicción constante es una acción refleja. O dicho de otra manera: apenas tomamos el 5% de las decisiones de manera consciente. El grueso de lo que hacemos todos –elles y elles– pertenece al género de las costumbres. También con el feminismo. A cada paso que damos, en cada esquina que doblamos, ante cualquier máquina de vending con esa cara de cordero degollado que nos deja el colchón de Ikea, los hombres tomamos decisiones equivocadas con respecto a la desigualdad entre géneros. Lo hacemos todo el día, se nos dé bien hacer la paella o suframos migrañas. De hecho, existe un efecto contagio en vosotras que también caéis en el asunto.

En nuestro cerebro son cortocircuitos constantes. "Brrr. Brrr. Brrr". Apenas los sentimos. Pocas veces los vemos venir y, en cualquier caso, nunca lo decimos. Silencio. En mi caso, hasta hoy. Me lo dijo una ex el otro día y se lo leí a Virgine Despentes pocas horas después: los hombres, en realidad, no hablamos de lo que nos pasa. Es un intangible del problema contra el que se lucha en la calle este jueves, Día Europeo por la Igualdad Salarial. Es nuestra sigilosa e indirecta forma de proteger el mundo que se agota –el nuestro, el de toda la vida, joder...– del que se avecina: el de todos. La conjura de la rutina lo excluye de la conversación. Nunca nada del todo consciente, porque en realidad solo es un 95% rutina y automatismos. Luego, en el espacio sobrante de RAM hay complejos y una reinterpretación de la masculinidad de la que habla todo el mundo que no somos nosotros. Un frágil equilibrio que va de la neovirilidad a la interpretación de sí mismo que hace cualquier mamífero desde que aprende a imitar.

"Es un intangible del problema contra el que se lucha en la calle este jueves, Día Europeo por la Igualdad Salarial. Es nuestra sigilosa e indirecta forma de proteger el mundo que se agota –el nuestro, el de toda la vida, joder...– del que se avecina: el de todos".

Pero incluso en ese escaso margen de consciencia hay oxígeno suficiente como para aceptar que este siglo servirá para balancear los roles. No sabemos cómo seremos. Nos asusta (pánico de hombros caídos). Nos deja el cuerpo como un cowboy que al volver a casa no encuentra su revólver bajo la almohada. Miramos al infinito. Nuestro cerebro pasa del "Brrr. Brrr" al "Chk. Chk". Todo en silencio. Pero lo vemos. Empezamos a repasar la galería de cagadas cotidianas. Un paisaje onírico que redibuja el presente y pensamos cosas. Ese día del que te hablaba me pilló con la tecla delante. No creerás lo que sucedió...

Rebobinas hasta el miércoles: interior, oficina, reunión de trabajo, dos mujeres y dos hombres. El proyecto lo lleváis entre tú y Ella1. Lo habéis hecho juntos y lo exponéis juntos, pero de esto decides tomar las riendas tú [advertencia: eso no tiene por qué ser necesariamente una cagada]. Y empiezas. "Pim. Pam. PowerPoint mon amour". Y terminas cada frase mirándole a Él2. Pero a Él2 ni le va ni le viene. Está pensando en si te plancharás las camisas o las tenderás jodidamente bien. De hecho es Ella2 quien tiene que daros el visto bueno. Pero tú buscas a Él2 con el final de cada diapo.

Necesitas ese gesto de complicidad. Tu mente va rápida y necesita recompensas. Es su compadreo el que te sirve. Porque pese a que llevas una semana pidiéndole perdón a tu bull terrier por pasearle tan tarde, porque pese a que te has quedado a trabajar con Ella1 cada una de las últimas tres noches, o pese a que Ella2 es la que decide, tú necesitas manejar esto con "los que saben". Ahora que solo queda rematar la jugada, le pasas el balón todo el rato a tu compañero de género. Hay otros dos cuerpos oxidándose en la habitación, pero el ataque se convierte en un toma y daca. Tuya, mía. Mía, tuya. Una pared tras otra, avanzando por el terreno de juego. Una. Otra. Así hasta llegar al área pequeña. ¡Gol del mansplaining!

Alexa Mazzarello

En efecto, estabas en tu 95% de que siga todo igual, por favor. Estabas en modo automático, sin más. Llegas a casa. Abres una lata de mejillones al natural y una cerveza low cost. Ninguna de las dos cosas sabe exactamente a lo que promete su packaging y es quizá por eso que durante unos segundos te das cuenta de todo. Entras en el terreno de la contradicción. Un ruido blanco, como un zumbido, te mantiene concentrado en esa idea. Son varios segundos, así que tampoco te da tiempo a comentarlo con nadie. No colapsas. Es más, decides no darle mucha importancia. “Es nuestra forma de ser”, te dices, justo antes de darte cuenta de que tu bull terrier mueve muy rápido su cola, mirándote de 'esa manera’. Le diriges más palabras que a tu compañera durante la presentación mientras cargas el último podcast de La vida moderna, te pones el abrigo y los auriculares (por este orden) y bajas. “¡Qué puto frío hace!”. Las ideas se congelan. Y debe ser eso lo que ha provocado el silencio esta vez.

Tienes este tipo de ‘interrupciones de la rutina vital’ cuando te quedas un fin de semana en casa de tus padres: la ropa entra en ese ciclo mágico por el cual estaba sucia el viernes y aparece doblada y planchada sobre la cama el domingo. La mano del hombre, del hombre en sí, no ha intervenido en el proceso. Miras fijamente al vacío. Eres consciente. Del "Brrr. Brrr" al "Chk. Chk". Silencio. Otro día un conocido tiene el estómago de comentar en voz alta una noticia de acoso laboral sugiriendo que también se ha sentido “así” alguna vez por el trato de una persona gay en “idénticas circunstancias”. Sabes que el contexto social, que la presión del entorno y la suma cultural convierten esos dos casos en dimensiones paralelas. "Chk. Chk". Y te quedas calladito en tu pupitre, como cuando alguien alivia un acting de macromachismo con el hashtag del #micromachismo que, resulta, ahora, todo lo cura.

"El mundo de los que pretenden una sociedad más habitable no se puede permitir discriminar de facto al 50% de la población mundial. Y me refieron a un mundo en el que no somos tan idiotas como para situar todos los casos ni todas las aristas del problema al mismo nivel del eje cartesiano"

El mundo de los que pretenden una sociedad más habitable no se puede permitir discriminar de facto al 50% de la población mundial. Y me refieron a un mundo en el que no somos tan idiotas como para situar todos los casos ni todas las aristas del problema al mismo nivel del eje cartesiano. Ni mucho menos ni como preocupa a tantos sublevados vivimos en sociedades tan idiotas que, por el hecho de desear ser menos desiguales, aceptan que no hay mujeres malas. Ese tipo de argumentos en vía muerta son, a menudo, otro de los factores que aletargan la solución al problema. Otro más es el desequilibrio de intensidades que se ejerce desde los medios cuando quien rapta a sus hijos o comete un homicidio es una mujer. También, desde este oficio, porque lo extraordinario tiene un valor mucho más llamativo en la alquimia de las audiencias.

La enumeración puede continuar porque son muchos los brazos que reman en contra de una igualdad real para todos, aunque sea la inercia silenciosa la que los mueve en su mayoría; aunque sean brazos poderosos. En el casco de ese barco común hay grietas esperando a ser torpedeadas, algo a lo que ayuda y mucho generar focos de reivindicación como este Día Europeo por la Igualdad Salarial. Como lo hicieran las ideas en el Siglo de las Luces –no sin riesgos ni bajas por el camino– será el uso de la voz pública, la sugestión y cierto margen de tiempo el que irá perforando la preeminencia del "Brrr. Brrr" frente al liberador "Chk. Chk". Llegados a este punto, conscientes de seguir cagándola desde el automatismo, si hay algo que pocos pueden dudar es que este será el siglo de las mujeres. A su consecuencia, la sociedad será otra. Como poco, menos desigual y más justa.

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