Procesos frágiles
La democracia es una tecnología fuerte y resiliente, pero no es mágica. Sólo lo parece
Si uno se para a pensarlo un momento, la democracia es algo insólito: alguien que lo tiene todo renuncia a ello pacíficamente si las urnas así se lo dictan. Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia, que decía el escritor Terry Pratchett. Y el voto es, al fin y al cabo, una herramienta: una para tomar decisiones de manera colectiva. O al menos así debería ser.
En las últimas 24 horas Cataluña ha vuelto a emplear esta tecnología para tratar de resolver uno de los p...
Si uno se para a pensarlo un momento, la democracia es algo insólito: alguien que lo tiene todo renuncia a ello pacíficamente si las urnas así se lo dictan. Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia, que decía el escritor Terry Pratchett. Y el voto es, al fin y al cabo, una herramienta: una para tomar decisiones de manera colectiva. O al menos así debería ser.
En las últimas 24 horas Cataluña ha vuelto a emplear esta tecnología para tratar de resolver uno de los problemas más cruciales de todos los que puede enfrentar una sociedad: su definición como sujeto político. No es la primera vez que lo hacen en los últimos años. Y posiblemente no será la última. Demostrando así que ninguna herramienta es perfecta, y que todas dependen de las manos que la manejan.
Porque, ¿qué pasa con esta “magia de la democracia” cuando se aplica a un contexto de extrema polarización? Que entonces la pluralidad, evidente en lo colorido del Parlament resultante de los comicios de este miércoles se convierte en fragmentación que arriesga la ruptura política y social. Sobre todo por la consolidación de dos bloques antagónicos, independientemente de cuál tenga la mayoría en cada turno.
El abismo entre frentes es tan grande que el voto pasa a tener efectos centrífugos en lugar de centrípetos, separando a los ciudadanos cada vez más. No llega esta dinámica, afortunadamente, a cuestionar la victoria del contrario y la eventual cesión del poder después de unas elecciones. No sucede esto hoy día, independientemente de quién sea el ganador y quién el perdedor. Y eso es algo de lo que alegrarse, algo que deberíamos atesorar y celebrar si no cada día, al menos sí de cuando en cuando.
Pero no cabe olvidar que hace sólo unas semanas nos preguntábamos si uno de los bloques reconocería y participaría en las elecciones del 21-D. Ni tampoco debemos obviar que se han sembrado dudas sobre la limpieza del proceso electoral, y sobre la buena fe de los participantes. La democracia es una tecnología fuerte y resiliente, pero las manos que la manejan jamás deberían olvidar que, en realidad, no es mágica. Sólo lo parece. @jorgegalindo