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Un reclamo artístico callejero ante una realidad gris

En la carrocería del transporte colectivo de Haití, los rostros de personajes famosos y de celebridades locales alumbran una realidad marcada por la tragedia

Victor Rock Felet, miembro del Taller-Asociación del Tap-tap Moderno de Haití, dibuja sobre la chapa de un nuevo encargo las formas a las que dará color más adelante. “Llevar el tap-tap con un diseño propio hace destacar y da la sensación de propiedad, algo que aquí es un logro”, reflexiona.
Botes de pintura y brochas dispuestas para pintar sobre una de las carrocerías. El trabajo de estos artistas consiste en adaptar el espacio a los gustos del cliente. Predominan los rostros de famosos y las alusiones religiosas.
Los miembros del Taller-Asociación de Tap-tap Moderno de Haití se asoman por una de las ventanas forjadas con la silueta de Batman. Su trabajo se realiza en un garaje al aire libre de las afueras de Puerto Príncipe, entre el polvo y el olor a alquitrán.
Los pasos desde que se hace el pedido son: construir la chapa o madera, blanquearla, dibujar el boceto y pintarlo. Hacen falta carpinteros y artistas para concluirlo. Se tarda un mes en completar el proceso y cuesta unos 3.400 euros.
“Hacemos surrealismo, arte abstracto o cubismo, pero sobre todo realismo: es el cliente el que nos da el sujeto de creación”, teoriza el artista Victor Rock Felet, creador del colectivo de 36 años. Cualquier cosa es válida, salvo una: dejar un hueco en blanco.
“Hay una diferencia entre diseño y pintura”, matiza Rock Fellet. “La pintura es la ejecución de ese proyecto. Y lo que se mezcla en la paleta. El arte plástico es la ciencia para el trabajo, la forma y el nombre que le da forma. Es algo del artesano. Es convencional”, aclara el artista Rock Felet.
Rock Felet, miembro del Taller-Asociación del Tap-tap moderno de Haití, dibuja sobre la chapa de un nuevo encargo las formas a las que dará color más adelante. “Llevar el tap-tap con un diseño propio hace destacar y da la sensación de propiedad, algo que aquí es un logro”, reflexiona.
En Haití asombra encontrarse con lienzos en movimiento que atraviesan las calles. Vehículos atestados de gente que emiten música a gran volumen y cuya función parece que ha dejado de ser el mero traslado. Acción que (al menos en su capital, Puerto Príncipe) puede llevar horas a pesar de querer adelantar unos pocos kilómetros. También acarrea 1.400 muertes al año y se alza como una de las principales causas de pérdidas de vida, según las cifras de World Health Ranking en 2014.
“Todo diseño es lo utilizado por un hombre para crear la fama y la proporción de un objeto”, puntualiza Rock Felet. “Seguimos las peticiones del cliente. Pero también aportamos nuestro punto de vista y pintamos cuadros y tablas exóticas”, añade. En la imagen, elige entre dos diseños de un tigre para trasladarlo al vehículo.
En Haití aún se perciben las cicatrices del devastador terremoto de 2010. Con 7,3 grados en la escala Ritcher y su centro a 15 kilómetros de Puerto Príncipe, dejó 316.000 muertos y 1,5 millones de desplazados. El pasado mes de octubre, el huracán Matthew agravó la situación con 800 víctimas y brotes de epidemia como el cólera.
Los asientos para pasajeros han de guardar hueco a grandes bafles y sus hilados cables. “La gente le da mucha importancia al color y la música. A los haitianos les gusta viajar escuchando algo”, anotan los artífices.
“El arte evoluciona. Cada año suele haber algún cambio de modelo, pero casi nadie lo renueva”, sostiene Rock Felet. Este pintor mantiene su empleo con el orgullo de quien sabe su excepcionalidad. “Hemos sufrido mucho a costa de nuestra situación y la coyuntura política. Pero queremos que se nos visibilice. Hemos pasado temporadas sin ganar un gourde (la moneda nacional)”.
Los pasos desde que se hace el pedido son: construir la chapa o madera, blanquearla, dibujar el boceto y pintarlo. Hacen falta carpinteros y artistas para concluirlo. Se tarda un mes en completar el proceso y cuesta unos 3.400 euros.
La división de Haití y República Dominicana en la isla La Española ha derivado en un desequilibrio cada vez más amplio. Tal diferencia genera un continuo flujo irregular entre países: en 2016, como registra el Servicio Jesuita de Migración, 13.479 personas fueron deportadas solo por uno de sus puntos fronterizos.