‘Trump calling’

De la duración de las llamadas, del tono de las notas de prensa e incluso de los gestos del mandatario estadounidense se extraen sus primeras lecciones de política exterior

Donald Trump habla con el Primer Ministro australiano, Malcolm Turnbull.

Hay películas cuyo principal defecto es que se hacen antes de tiempo. Esto ocurre también con algunas personas: se adelantan mucho como para ser consideradas artistas y poco para ser consideradas profetas.

Puede decirse que Antonio Mercero no es ninguna de las dos. Vivió su tiempo de forma oportuna, aunque La cabina se le escapó pronto de las manos. Por ejemplo, al horror de López Vázquez encerrado en una cabina pública le falta que suene el teléfono y sea Donald Trump. La voz de Trump en una cabina pública, un chascarrillo de Trump antes de morir.

La película de Mercero...

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Hay películas cuyo principal defecto es que se hacen antes de tiempo. Esto ocurre también con algunas personas: se adelantan mucho como para ser consideradas artistas y poco para ser consideradas profetas.

Puede decirse que Antonio Mercero no es ninguna de las dos. Vivió su tiempo de forma oportuna, aunque La cabina se le escapó pronto de las manos. Por ejemplo, al horror de López Vázquez encerrado en una cabina pública le falta que suene el teléfono y sea Donald Trump. La voz de Trump en una cabina pública, un chascarrillo de Trump antes de morir.

La película de Mercero se centra en un lugar al que no se puede entrar y del que no se puede salir. Por rodarse en una época que no la merecía, la historia se pierde aquellas puertas locas plegables de las cabinas de los años ochenta, una especie de frontera que cuando se conseguía atravesar ya sólo daban ganas de llamar al fabricante. Hoy Mercero saldría de cualquier festival a hombros.

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No sé si recuerdan a López Vázquez. Miraba la cabina con curiosidad, probó a meter unas monedas y terminó consumiéndose allí porque lo que producen los lugares cerrados es asfixia, sobre todo mental. De ahí la importancia de la gira telefónica de Donald Trump y la sensación que está causando, comparable a las llamadas que los concursos hacen de vez en cuando a las casas, pero su show a los países: hay que caer en gracia, acertar en las respuestas y llevarse el coche.

De la duración de las llamadas, del tono de las notas de prensa y de los gestos de Trump se extraen las primeras e importantes lecciones de política exterior estadounidense. A Mariano Rajoy lo tiene en el grupo de veinte minutos: es una cantidad extraordinaria de minutos para alguien que no sigue la Liga española de fútbol. Pocos para lo que debería decirle, históricamente, el presidente de un Gobierno español a quien amenaza hacer de la humillación a los latinos una ideología de moda en su país. Por responsabilidad, por vergüenza propia y porque quienes contemporizan y se esconden en los primeros tiempos son responsables de los últimos.

Trump no se ha adelantado mucho como para ser considerado un fascista ni poco para descartarlo todavía. Ha llegado en el momento de los Trump: el tiempo en que el sufrimiento de los demás es ajeno. Twitter ha mandado a la Casa Blanca a su mejor hombre con más éxito que el de Forocoches cuando quiso colocar a John Cobra en Eurovisión. Un pensamiento sencillo, esquemático y vulgar se propaga rápido, cautiva a huérfanos de fürhercitos y muere por falta de oxígeno.

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