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Una mirada al ‘apocalipsis’ del Yolanda

Un relato fotográfico sobre los dramáticos efectos del tifón Haiyán en Filipinas, en 2013, que sigue recibiendo galardones

"En noviembre de 2013 tome un vuelo en Filipinas desde la base militar de Cebú City hasta Taclobán para poder captar las consecuencias del apocalíptico tifón Haiyan, que había dejado un rastro de unos 7.000 muertos y la ciudad de Taclobán tan devastada, llena de revueltas y de saqueadores que se había decretado estado de sitio y las patrullas militares fuertemente armadas intentaban controlar la situación. Ésta era tan grave que allí solo se podía llegar embarcando en un vuelo militar junto a los soldados, ya que no quedaba nada del aeropuerto y masas de gente aguardaban para ser evacuados. A escasa distancia de la zona de aterrizaje los cadáveres aparecían por todas partes. Esta serie fotográfica, premiada con tres oros y un bronce en el Festival de París (Px3) 2014, constituye un intento fotoperiodístico de exponer las devastadoras y terriblemente dramáticas consecuencias de la catástrofe".
"Una vez dentro de la ciudad, el entorno era apocalíptico, los supervivientes merodeaban como zombies en busca de agua y de comida y todas las tiendas habían sido saqueadas. Grupos organizados habían llegado de otros lugares y de la cárcel de Kashuagan se habían ido todos los presos, por lo que grupos de militares y civiles intentaban restablecer el orden. Parecía una ciudad fantasma y muchos supervivientes se recogían delante de hogueras. Al caer el sol se instauraba el toque de queda y había que dormir donde se podía junto a otros supervivientes. Cuando conseguías una botella de agua la terminabas repartiendo al ver que la gente no tenía nada".
"De una manera admirable, las fuerzas aéreas de varios países, entre las que destacaban las Filipinas y las de Estados Unidos, se organizaron para distribuir víveres y efectuar rescates y evacuación de heridos, trabajando tanto de día como de noche. Muchos soldados, conscientes de que con el paso del tiempo disminuían las posibilidades de dar con supervivientes que podían aún quedar atrapados entre los escombros o en zonas remotas, se esforzaban tanto en trabajar que quedaban física y psicológicamente extenuados y, si no se tomaban un descanso, el estrés podía hacer mella en ellos, circunstancia particularmente destacable entre el personal sanitario".
"Durante semanas, el personal militar de tierra filipino establecía el reparto de víveres a través de convoyes desde los puntos de almacenaje, como el City Hall de Taclobán donde, manejando un mapa de las zonas afectadas, decidían cuál era prioritaria. Al principio, al ser frecuentes las confrontaciones con turbas y revueltas de gente que podía asaltar los convoyes, los soldados se dirigían a los destinos fuertemente armados y el reparto de las provisiones también se efectuaba bajo la presencia de patrullas. El momento más conflictivo surgía cuando la gente que pertenecía a zonas no prioritarias intentaba detener el convoy en las carreteras".
"Cuando descendíamos con el helicóptero a las zonas más afectadas, se seguía un estricto protocolo de seguridad para prevenir asaltos. Nada más avistar el helicóptero se podía ver a la muchedumbre corriendo por debajo con desesperación, y al descender el piloto les hacía señas para que guardaran la distancia mientras el resto de la tripulación colocaba una cinta de demarcación sobre el suelo en donde amontonaba la ayuda humanitaria; si la gente se acercaba demasiado, el helicóptero zarpaba de inmediato. Las luchas por los víveres llegaban a tornarse violentas, y si alcanzaban la nave y se intentaban meter dentro o agarrarse a un esqueje, podían causar graves accidentes, algo que no infrecuente".
"Podía suceder que un abuelo y su nieta, que habían sobrevivido milagrosamente en un entorno totalmente destruido, aguardaban a que las fuerzas de rescate les pudieran entregar víveres o les pudieran evacuar a Manila. La presencia de niños supervivientes era un motivo de gran júbilo y muchas familias llegaron a bautizar a sus hijas con el nombre de Yolanda, que era el nombre que le dieron los filipinos al tifón. Con frecuencia, el júbilo, la risa y las bromas eran el antídoto del que se disponía para afrontar el estrés post traumático, pero al final todos terminamos sufriéndolo, aunque la solidaridad era enorme. Muchas veces, gente desconocida se abrazaba llorando, nunca había vivido algo así".
"A medida en que se iban reduciendo las posibilidades de dar con supervivientes, los equipos de rescate de tierra centraron sus esfuerzos también en la recuperación de cuerpos que eran llevados de inmediato a una fosa común para ser incinerados. En la búsqueda de heridos se emplearon más las unidades caninas con equipos que llegaron de países tan diversos como Corea del Sur o Canadá. Un momento duro era cuando se examinaban las pertenencias y se relacionaban con los cuerpos para poderlos identificar, era entonces cuando lo que parecía una masa irreconocible se desvelaba como un ser humano que había vivido pocos días antes".
"En las inmediaciones de lo que quedaba del aeropuerto de Taclobán se estableció un fuerte control militar, encaminado a decidir qué supervivientes tenían la prioridad de ser evacuados: tras los heridos eran niños y mujeres, pero el mayor dilema era que había muchos padres con sus hijos en pugna continua para conseguir una plaza en el avión de evacuación y los sitios eran limitados. La gran mayoría había de aguardar en largas colas a la intemperie durante días mientras no paraba de llover y por la noche hacía frío. Una madre perdió a su hijo mientras esperaba después de varias jornadas junto a sus otros hijos, pero continuó allí por miedo de que sus otros hijos perdieran su turno de evacuación".
"Durante los momentos más dramáticos de la catástrofe, muchos supervivientes se amparaban en la continua actividad y en la solidaridad para ayudarse los unos a los otros, olvidándose de esta manera de la verdadera envergadura de lo que estaban viviendo. Era en la última etapa, y cuando ya habían conseguido ser embarcados tras días de espera para ser evacuados a Manila, cuando tomaban conciencia de lo que les había tocado vivir y entonces se desmoronaban, repentinamente conscientes de todo lo debían dejar atrás. Antes de tomar el vuelo de evacuación era cuando muchos se percataban de que ni siquiera habían podido tener un momento de duelo por sus seres queridos".
"A menudo, cuando los heridos por el tifón volvían a recuperar la consciencia en un hospital, el trauma psicológico era mucho mayor que sus heridas y, si no podían tener asistencia psicológica, les sedaban. Era devastador cuando despertaban y comprobaban que ellos podían ser los únicos supervivientes de su familia, como en esta imagen de un padre con su hijo, aunque si quedaba un solo miembro con vida, a menudo éste se convertía en el único motivo por el que luchar y seguir viviendo".
"Al establecerse prioritario el rescate de heridos en el tifón por parte del personal especializado, fueron numerosos los civiles que ayudaron en la recuperación de cadáveres para evitar la expansión de epidemias. Una mañana temprano acompañé a unos pescadores que con una piragua remolcaban los cuerpos y los anudaban entre sí dejándolos flotar sobre el agua a la espera de que los transportaran a una fosa común. A veces se podía ver que algunos eran familiares porque aún permanecían entrelazados. Cuando llegaron las primeras provisiones de rescate, la gente se negaba a comer pescado porque decían que los peces se habían estado alimentando de los muertos".