Blanca Navidad

En publicidad, como en cualquier narrativa, solo hay una ley: la verosimilitud. No hace falta atenerse a la verdad, y tampoco a la moral

El anuncio de la serie 'Narcos' de la Puerta del Sol de Madrid.Chema Moya (efe)

Wagner Moura, Pablo Escobar en Narcos, nos desea, bigotazo al viento, unas blancas navidades. Tranquilos, es solo un anuncio para vender suscripciones a un nuevo canal de televisión de pago. El tema ha molestado en algunos sectores, pero como campaña tiene gracia. Y funciona. En publicidad, si salta la polémica y hablan, aunque sea mal, mejor. Además, ¿qué se puede esperar de un narco? Se agradece que, como personaje, tenga sentido del humor. Y un humor más negro que ...

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Wagner Moura, Pablo Escobar en Narcos, nos desea, bigotazo al viento, unas blancas navidades. Tranquilos, es solo un anuncio para vender suscripciones a un nuevo canal de televisión de pago. El tema ha molestado en algunos sectores, pero como campaña tiene gracia. Y funciona. En publicidad, si salta la polémica y hablan, aunque sea mal, mejor. Además, ¿qué se puede esperar de un narco? Se agradece que, como personaje, tenga sentido del humor. Y un humor más negro que blanco, si se me permite ahondar en la odiosa y amoral comparación.

En publicidad, como en cualquier narrativa, solo hay una ley: la verosimilitud. No hace falta atenerse a la verdad, y tampoco a la moral. En los contenidos publicitarios, sí a la legislación. Escribir mentiras es el oficio más libre del mundo, sean novelas o spots. La ley no escrita del copy solo dice que esas mentiras tienen que ser creíbles y coherentes con el resto del relato. Y, a veces, si hacemos como esos guionistas que hacen saltar tiburones, ni eso.

Que el Pablo Escobar de ficción nos desee unas blancas navidades es ingenioso. Los niños no lo pillan porque para la ropa tendida, el mensaje se queda en el primer nivel: navidad con nieve. De la de Bing Crosby. Y los adultos ya sabemos que la drogaína es muy mala, que los narcos eran violentos y amorales y que Pablo Escobar no era tan genial. Somos lo suficientemente grandes como para poder disfrutar con la maldad dentro de las convenciones de la ficción. ¿O es que los Corleone de El padrino eran buena gente? Pues feliz y blanca navidad… (con el solazo que hace hoy).

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