Luces cortas

No debemos convertir cada elección en Europa en un termómetro del populismo y del futuro de la UE

El presidente electo de Austria, Alexander Van der Bellen, durante una conferencia de prensa ayer en Viena.Ronald Zak (AP)

El pasado lunes Europa se despertaba de una noche electoral con incertidumbre, pero sin fatídicas sorpresas. El alivio provenía del fracaso de la extrema derecha en las presidenciales de Austria, mientras que en Italia la derrota del primer ministro en el referéndum y su posterior dimisión abrían un nuevo ciclo político en el país. ¿Cómo tomar la temperatura al populismo en Europa tras estos resultados?

La derrota de la extrema derecha en Austria ha desembocado en un optimismo infundado respecto al pulso político que el populismo libra en Europa. Primero, porque el FPÖ ha conseguido un...

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El pasado lunes Europa se despertaba de una noche electoral con incertidumbre, pero sin fatídicas sorpresas. El alivio provenía del fracaso de la extrema derecha en las presidenciales de Austria, mientras que en Italia la derrota del primer ministro en el referéndum y su posterior dimisión abrían un nuevo ciclo político en el país. ¿Cómo tomar la temperatura al populismo en Europa tras estos resultados?

La derrota de la extrema derecha en Austria ha desembocado en un optimismo infundado respecto al pulso político que el populismo libra en Europa. Primero, porque el FPÖ ha conseguido un apoyo de casi el 47% de los votantes. Así, dicho partido puede llegar a las próximas elecciones generales lo suficientemente fuerte como para que alguna de las formaciones tradicionales esté tentada de convertirlo en socio de coalición.

Segundo, porque si los populismos pudieran clasificarse según el grado de dificultad para combatir sus causas, el de Austria sería posiblemente del peor tipo. La extrema derecha ha crecido en un país con bajo desempleo y una economía en relativo buen estado. Su discurso pivota esencialmente alrededor de la identidad nacional y la xenofobia, una enfermedad social cuya cura requiere un largo tratamiento en un contexto donde las políticas sociales pueden ser menos efectivas.

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En el caso de Italia, la lectura en clave populista de los resultados del referéndum es complicada. La posición del no a la reforma constitucional ha aglutinado a un sector de partidarios tan heterogéneo —M5S, Lega Norte, el partido de Berlusconi o destacados miembros del PD— que es imposible identificarla con el triunfo de la antipolítica, como ocurrió con el Brexit. Incluso algunos han calificado de antiestablishment la propia propuesta de reforma constitucional, por sus efectos sobre la clase política actual vinculada al poder territorial.

Convertir elección tras elección en Europa en un termómetro del populismo y del futuro de la UE es aproximarse con luces muy cortas a los acontecimientos. Es empeñarse en que los sondeos nos eviten la sorpresa, aunque sigamos sin saber cómo combatirla. @sandraleon_

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