Movilidad democrática y racional para las ciudades del futuro

Para que las urbes resulten inclusivas, su transporte público y su cultura deben serlo también. Un foro en Madrid debate cómo recorrer este camino

Mural en la sede del Teatro Trono de la ciudad de El Alto, cerca de La Paz (Bolivia)Álex Ayala
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Se calcula que la población que residirá en núcleos urbanos alcanzará el 60% del total en 2030. El movimiento migratorio desde las zonas rurales y la creciente natalidad en las ciudades, entre otros factores, están alterando la consideración del desarrollo en estos espacios. Para que este progreso sea sostenible e inclusivo, los principales agentes internacionales andan estudiando y compartiendo proyectos por todo el mundo. En España y, sobre todo, en Suramérica el reto de este crecimiento incluye modificar las arduas políticas sociales o culturales. Pero los mayores escollos se transforman también en los mayores aliados. Y así, estos dos campos tan amplios son fundamentales en nuestras ciudades del futuro, tal y como convinieron la semana pasada los profesionales participantes en la segunda jornada del Foro de las Ciudades, en Madrid.

Uno de los casos más llamativos que salió a la palestra fue el de la ciudad de La Paz, en Bolivia: capital más alta del mundo, con una superficie que ondea entre los 3.000 y los 4.100 metros sobre el nivel del mar; de más de un millón de personas —según estimaciones a partir del último censo, de 2001—; 472 kilómetros cuadrados; y un área metropolitana que crece a mordiscos de tierra. Con estos rasgos principales, La Paz lucha contra la orografía, las bolsas de pobreza y la rigidez de los vecinos para combatir el cambio climático y la estratificación de barrios. Carencia de agua, surgimiento de villas miseria o ausencia de transporte son las preocupaciones de Carlos Urquizo, delegado para la Metropolización de gobierno municipal: "Los estudios del IPCC [siglas en inglés del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático] predicen un aumento de dos grados de temperatura mundial para 2030. En el altiplano esto sería de cuatro grados y siete en 2070. Es bárbaro. Tenemos que detener este desastre, así que hemos apostado por la cultura y la movilidad", asegura.

"Hemos rescatado el mestizaje y hemos creado una red de trasporte público integrado que achique las distancias y sea transversal a todas las generaciones y sus medios económicos", enumera Urquizo con vehemencia y amabilidad. "La creación de un teleférico, programas de educación vial como el de las cebras o la implantación de unas líneas de autobuses públicos han acercado todos los rincones de la ciudad a todos los estamentos sociales", añade. Su cargo le permite visitar otras urbes y adquirir programas ya probados. Sin embargo, la especial situación de la capital boliviana contrasta con la mayoría de ejemplos que encuentra a su paso.

Aumentar el número de carriles para descongestionar el tráfico es como paliar la obesidad aflojándose el cinturón

La Paz es una loma en la que las viviendas, edificios públicos y monumentos se imbrican como pueden. En el tejado se encuentra El Alto, municipio autónomo pero unido físicamente a La Paz. A él están trasladándose campesinos de otros puntos del país y cuya renta es de las más bajas de la provincia. Aunque no sea de su competencia, Carlos Urquizo vive pendiente de las posibles formaciones de guetos. "Otro inconveniente es no urbanizar la pobreza sino democratizar la distribución", apunta, "crear una red que llegue a todos los lados y favorezca la mezcla entre sectores sociales así como entre culturas, ya que tanto en el país como en nuestras ciudades somos todos mestizos". "A partir de esa integración, de ese flujo cultural, de no olvidar el lugar de donde venimos y nuestra identidad multicultural, todo es participación popular", sonríe.

Entre sus colegas de charla se propagó esta idea de abogar por la enseñanza para disfrutar y mantener un desarrollo equitativo en los centros urbanos. "Si queremos smart cities [ciudades inteligentes], las tendremos que utilizar con inteligencia", apostilló Álvaro Fernández, gerente de la Empresa Municipal de Transportes (EMT) de Madrid. "Hay que llevar a cabo una cultura del cambio, no un cambio de cultura; pensar que lo público es igual a equidad social y recordar que la ciudad se puede vivir de muchas otras formas", concluyó.

Convivencia. Solidaridad mutua. Movilidad sostenible. Estas locuciones retumbaban como ráfagas entre los asistentes de ciudades como Cuenca, Pontevedra o San Sebastián. Su concejal de Movilidad y Transporte, Pilar Arana, mencionó también la denominación de "ciudades amables". "Serán aquellas con menos gases, más salud de sus ciudadanos y mayor calidad del aire", afirmó entre datos de cómo funciona la capital de Guipúzcoa, donde el 60% de desplazamientos se realiza en transporte público y los carriles bici suman 65 kilómetros para unos 186.000 habitantes, aproximadamente.

Esta amabilidad de calles "flexibles" —es decir, de diferentes usos a lo largo del día— unida al ahorro tanto energético como económico (por medio de pintura reflectante, macetas o hileras de árboles en lugar de hormigón) derivó en lo que Hugo Marcelo Terrile apodó "ciudades compactas". El subsecretario de tránsito y transporte de Buenos Aires empleó este término para hablar del futuro de las capitales como la suya. "No se trata de competir entre redes, sino complementarlas. Un buen sistema de movilidad es un engranaje para un buen sistema comercial, laboral o de ocio", remarcó el encargado argentino. Poco antes, y en una suerte de resumen, se proyectó la cita del urbanista estadounidense Lewis Mumford que dice: "Aumentar el número de carriles para descongestionar el tráfico es como paliar la obesidad aflojándose el cinturón". Lo contrario, por lo que se apostó en este encuentro, es la cultura, la movilidad sostenible y un desarrollo razonable.

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