Columna

País ‘pinball’

Somos como la bola de acero, que acepta el zarandeo, cabecea feliz las dianas con premio y al final se va por el agujero

Jóvenes jugando con máquinas de pinballJohn Mahler (Toronto Star vía Getty Images)

Los chicos de mi generación aún crecimos jugando al pinball. Aquellas máquinas que también llamábamos flipper convocaban la atención en el bar. Sucedió antes de que llegaran los entretenimientos individuales en la Red y el móvil. Igual que ha llegado la tertulia individual en Internet, con la cafetería para ti solo. Es una tertulia donde todos tienen una opinión contundente, pero no están dispuestos a aceptar la de otro, ni tan siquiera a escucharla. Uno hubiera preferido ser influido por algo más enriquecedor y formativo que la máquina de pinball, pero al final te d...

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Los chicos de mi generación aún crecimos jugando al pinball. Aquellas máquinas que también llamábamos flipper convocaban la atención en el bar. Sucedió antes de que llegaran los entretenimientos individuales en la Red y el móvil. Igual que ha llegado la tertulia individual en Internet, con la cafetería para ti solo. Es una tertulia donde todos tienen una opinión contundente, pero no están dispuestos a aceptar la de otro, ni tan siquiera a escucharla. Uno hubiera preferido ser influido por algo más enriquecedor y formativo que la máquina de pinball, pero al final te debías un poco a la pandilla y a esas primeras novias con destreza para estos mecanismos retadores. Los grandes jugadores de pinballusaban mucho la cadera. Le pegaban golpes de pelvis a la máquina y bordeaban la falta, pero así agitaban la bola de acero para sumar más puntos.

Sí, confesémoslo, cada vez que llega la campaña electoral nos acordamos del pinball. Porque de lo que se trata es de zarandear la bola y sumar la mayor cantidad de puntos por contacto. Escuchas los discursos, los viajes, las salidas recolectoras de votos, las propuestas, y es como si oyeras sonar el campanilleo de la puntuación. Ahí van sumando los chavales. A ver si cantan partida, piensas desde lejos. Hace unos días que venimos oyendo sonar la cantinela. Lo mismo da la lectura local de la crisis institucional de Venezuela, que la visita de Otegi al Parlamento catalán. El zarandeo es tan tremendo que solo se puede justificar si alguien anda sumando bazas con tragedias ajenas.

La prohibición de las banderas independentistas en la final de Copa de fútbol coincidió con la reprimenda de las autoridades europeas a nuestra balanza contable. Las coincidencias son preciosas en un país de oportunistas. O a lo peor es que ya no hay país que valga, solo hay el olivo agitado para que caigan las aceitunas más propicias en cada saco. Los jugadores de pinball se esfuerzan por meter la ingle mientras la matraca sonora de su puntuación acalla cualquier sosegada reflexión. Juncker ha logrado que no nos multen durante la campaña electoral pese a nuestro incumplimiento económico. Venga, déjales seguir enredando, que acaben la partida hasta el final. País pinball, manejado por los esencialismos de unos y de otros, por abanderados desbocados. El engaño consiste en hacernos creer que en sus trapacerías de partidita de bar nos jugamos el presente. Somos como la bola de acero, que acepta el zarandeo, cabecea feliz las dianas con premio y al final se va por el agujero y solo resucita si hay dinero para que alguien juegue la siguiente partida.

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