Fui a jugar a una sala de apuestas deportivas sin tener ni idea de fútbol y pasó esto

Un local a las afueras de Madrid lleno de hombres. Uno de ellos que no tiene ni idea de deportes. Un gol que no ha sido gol...

“Y si meto veinte euros, ¿cuánto me llevo?”, le pregunto a mi amigo Pablo. Al escuchar la cifra noto un cosquilleo que me recorre todo el cuerpo.Istock

Hace unos días fui a una sala de apuestas deportivas de esas que hay por todas partes. En Madrid tocamos a una por cada diez habitantes. No es casualidad que los años de la crisis hayan llenado las calles de locales en los que jugársela; los bancos igual vuelven a tener crédito, pero en la calle la gente sigue con la necesidad de inflar la cuenta.

El caso es que yo lo del juego siempre lo he visto con miedo porq...

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Hace unos días fui a una sala de apuestas deportivas de esas que hay por todas partes. En Madrid tocamos a una por cada diez habitantes. No es casualidad que los años de la crisis hayan llenado las calles de locales en los que jugársela; los bancos igual vuelven a tener crédito, pero en la calle la gente sigue con la necesidad de inflar la cuenta.

El caso es que yo lo del juego siempre lo he visto con miedo porque tengo tendencia al enganche (que se lo pregunten a mi ex) y no quiero añadir a mi lista de problemas la ludopatía. Aunque mi amiga Ángela, que es psicóloga, dice que ser jugador y ludópata no siempre van de la mano: “La ludopatía es un trastorno relacionado con el control de los impulsos y no todo el que juega llega a padecerla, igual que no todo el que bebe alcohol se convierte en alcohólico. Hay ciertos factores que predisponen y el entorno también puede llegar a ser determinante para desarrollar la enfermedad”.

El caso es que eso de jugar con moderación sin pasar después el mono es lo que hace uno de mis compañeros de trabajo, Pablo. Mientras tomamos unas cañas, me cuenta que con las apuestas deportivas igual no saca para el alquiler, pero sí para pagar la luz y la calefacción. Suele apostar cuando hay partidos de los gordos en una sala de juegos de su barrio, en el sur de la capital; entra con treinta euros y, si la cosa sale muy bien, vuelve a casa con el triple, o más. A la quinta caña me vengo arriba y le digo que me apunto a acompañarle a jugar en el próximo partido de fútbol importante. Total, treinta euros me los voy a gastar igual una noche tonta.

Me cuenta mi amigo Pablo que con las apuestas deportivas igual no saca para el alquiler, pero sí la luz y la calefacción. Apuesta cuando hay partidos de los gordos en una sala de juegos de su barrio. Y allá vamos

Cuando entro por primera vez en una sala de apuestas

Mis padres fueron una noche al Casino de Torrelodones con unos amigos cuando yo era pequeño. Recuerdo que se vistieron igual que el día de mi comunión porque para entrar había que llevar como mínimo americana. La sala de apuestas deportivas a la que me lleva Pablo también tiene un protocolo de vestimenta: si no llevas gorra, das el cante. Somos más de veinte y, sorprendentemente, la mayoría jóvenes, aunque también hay hombres con solera. “El perfil del jugador está asociado al hombre de mediana edad de todos los sustratos sociales, pero las apuestas deportivas por Internet han hecho que muchos jóvenes participen”, me dijo Ángela cuando le conté lo que iba a hacer, aunque también me aseguró que hay mujeres jugadoras: “Existen jugadoras profesionales, aunque el problema para las mujeres, como en muchas otras áreas, es su estigmatización”.

La sala es amplia, con máquinas en las que hacer las apuestas a los lados, sillones por el medio y una pared forrada de pantallas en las que emiten deportes. Con un papelito que nos da el encargado, Pablo y yo ponemos en marcha una de las máquinas. Me recuerdan a los parquímetros: me parecen iguales en dificultad de uso y las dos te piden pasta.

Cuando hago mi primera apuesta

Pablo me explica que lo primero es seleccionar en la pantalla táctil entre todas las opciones de deportes a los que se puede apostar: fútbol, baloncesto, tenis, vóley, hockey, boxeo, dardos… ¡Hasta se puede apostar por los cantantes de Eurovisión! Mi compañero decide que vamos a centrarnos en los partidos de fútbol, pero el problema es que yo no tengo ni idea del deporte rey.

Me han contado cientos de veces lo del fuera de juego, pero yo sigo sin entenderlo. En las pantallas están emitiendo unos cuantos partidos nacionales de Segunda, pero el que de verdad nos ha llevado hasta aquí es el Bayern de Múnich-Borussia Dortmund, que eso en Alemania es como un Real Madrid-Barcelona y las apuestas están calentitas.

Le digo a Pablo que apostemos por el Bayern, que estuve en Múnich de Erasmus y me suena que eran buenos. Pero resulta que en esto de las apuestas, si de verdad quieres ganar dinero, tienes que ir con los que tienen más papeletas para perder, como el Dortmund, porque entonces el porcentaje de beneficio se triplica. Total, que soy de los que les cuesta decidirse así que suelto diez euros por el Bayern, que me darán 30 si gana, y otros diez por el Dortmund que se convertirán cuando el partido acabe en ¡cien pavos!

Nos sentamos en los sillones a ver el fútbol como jugadores profesionales que somos. Ahí están esos alemanes pegando patadas al balón para hacerme rico. ¡Es el partido más emocionante que he visto en mi vida! ¡Es el primer partido que veo en mi vida!

Una cosa sorprendente de estas salas de apuestas es que está permitido hablar solo. ¡Y a gritos! Mientras los deportistas hacen su trabajo en la pantalla, se les puede gritar que son unos cazurros y cosas más gordas como las que suelto yo cuando me adelantan en el Mario Kart. Aprovecho para ponerme en pie y gritar cuando un tiro pega en el palo y se pierde la oportunidad de gol, ganándome la complicidad de un señor mayor que repite mis frases añadiendo unas cuantas palabrotas que no es plan de escribir aquí. Cuando me vuelvo a sentar, Pablo me susurra que la apuesta grande yo la tengo hecha por el otro equipo. Disimulo diciéndole que ya lo sabía, pero que el dinero es lo de menos, que a mí me importa ver un buen partido y esos fallos no se pueden permitir. Aunque pasan cinco minutos y la cosa sigue cero a cero. Diez minutos después, igual. Para cuando se acaba el primer tiempo, estoy más aburrido que una mona.

Cuando me pongo a apostar como loco

Aprovecho el descanso para tomar una birra y después toquetear un rato una de las máquinas de apuestas, a ver si hay algo más movido en lo que gastar el dinero. Pablo se queda viendo el fútbol, que dice que una de sus normas es la de apostar con moderación. “El problema con el juego surge cuando se pierde el control sobre él. Todos los estímulos que lo rodean pueden facilitarlo, por eso es necesario reconocer rápidamente las señales que indican que el juego deja de ser algo lúdico y se convierte en un problema”, recuerdo que me advirtió Ángela cuando le pregunté si podía hacerme ludópata por ir a una sala de apuestas deportivas.

El caso es que yo tengo otros diez euros en la cartera que ya tenía pensado gastarme, así que, ya que estoy, voy a probar con otros deportes. Empiezo por el hockey sobre hielo. Los equipos son todos americanos y ni me suenan, así que apuesto por el que tiene el nombre más molón. Total, puedo apostar solo un euro. ¡¿Cómo te vas a enganchar jugando tan poco dinero?! Aunque resuena en mi cabeza algo que me dijo Ángela: “La patología no se mide por las cantidades que se apuestan, sino por el grado de disrupción que tenga el juego en la vida de una persona”.

Me quedan nueve euros de juego controlado, así que apuesto por el fútbol americano, que en Jerry Maguire cuentan que mueve un montón de pasta. Apuesto por un equipo de Ohio, que Halle Berry fue la miss de allí; dos euritos que menos no se merece ella. Sigo con dinero en mi cuenta de juego así que apuesto por el vóley, otro eurito en un combate de boxeo, uno en una partida de dardos…

Cuando se me une Pablo frente a la máquina le enseño con orgullo todos los papelitos que he conseguido sacar con solo diez euritos. Pero el tío me arranca la ilusión de golpe diciéndome que tendré que esperar unos cuantos días para saber si soy rico. Resulta que en esto de las apuestas hay unas que tienen la etiqueta “live” que son las que están ocurriendo en ese tiempo. Yo he apostado por partidos que tendrán lugar dentro de varias semanas.

El caso es que Pablo va a hacer una nueva apuesta. El partido ahora está cero a uno para el Bayern y quedan solo unos minutos, pero si al final el Dortmund logra empatar, aplicando una táctica de esas de Pablo te puedes llevar trescientos eurazos apostando solo diez. Mi colega va a pujar por ellos porque el Bayern está debilitado, que han perdido a uno de sus jugadores estrella, y los del Dortmund no paran de acercarse a la portería; está convencido de que es cuestión de tiempo que al final marquen un gol.

Mientras teclea su apuesta, miro a ver cuánto tengo en la cartera; llevo un billete de veinte, pero lo tenía guardado para salir a cenar al día siguiente, que tengo una cita. “Una de las señales inequívocas de que el juego empieza a ser un problema es destinar dinero que se guardaba para otras funciones a las apuestas”, recuerdo que me contó Ángela.

Pero el caso es que la chica de la cita lleva unos días sin contestarme a los whatsapps… Miro el partido unos segundos, es cierto que los del Dortmund se lo están currando. “Y si meto veinte, ¿cuánto me llevo?”, le pregunto a Pablo. Al escuchar la cifra noto un cosquilleo que me recorre todo el cuerpo. “El cerebro suelta endorfinas en ese tipo de situaciones de riesgo, y eso justo puede crear la adicción”, me advirtió Ángela, que se ha convertido en el angelito sobre mi hombro. Pero también tengo un demonio que me dice que por una vez no va a pasar nada, ¿no?

Cuando la suerte está echada

¡Venga esos veinte euros para dentro de la máquina! Estoy tan nervioso que ni me siento en los sillones. Me como la pantalla del partido, del que quedan solo unos minutos para que acabe. Mis amigos de sala, porque aquí ya somos todos colegas, gritan improperios a las pantallas, pero yo casi suelto los más burros. Y pasa un minuto, otro y otro… Y quedan solo tres y los míos no meten un gol ni a la de tres. Estoy a punto de montarle un pollo a Pablo por habérmela liado cuando justo uno del Dortmund que debe ser delantero cruza el centro del campo, regatea a un defensa, consigue quitarse de encima a otro, va a chutar a la portería y…

¡Se ha fundido la pantalla! La grande, y todas, que se ha ido Internet en el local. No tengo datos en el teléfono para entrar en mi Twitter para saber cómo va el partido y Pablo está sin batería. Convenzo a uno de los que están en el local para que sigamos viendo el partido en su móvil, pero, antes de que entre en Internet, el señor mayor con malas pulgas que está echándole la bronca al encargado por el fundido a negro lía a todos para que la paguen con él.

Tengo que saber ya si mi equipo marcó el gol, ¡no puedo esperar! Me pasa justo lo que me advirtió Ángela: “La falta del control de impulsos en el juego puede llevar a un comportamiento irracional que desencadena conductas extravagantes y disruptivas en la vida de la persona”. Salgo corriendo a la calle y voy en busca de un bar en el que seguir viendo el partido. Pero esto de la liga alemana: no lo ponen en ningún lado. Llamo a mis padres, que tienen tele de pago, para ver si pueden poner un momentito el fútbol, pero justo no están en casa. Cuando estoy a punto de gritar de la desesperación, encuentro un bar que tiene todos los canales de deportes, incluido en el que emiten el partido alemán. Le cuento al camarero lo de la apuesta y me dice que me pone el partido si le doy el 10 % de las ganancias. Le ofrezco un 5 %, me dice un 7 %, y acepto. Cambia de canal, busca el partido que ya ha terminado...

¡El gol del Dortmund entró en la portería! Veo la repetición del golazo. ¡Soy rico! Pero el camarero me dice que no, que el partido no acabó en empate, sino que ganó el Bayern porque el gol del Dortmund estaba fuera de juego. ¡¿Qué narices es eso del fuera de juego?! El camarero me lo va a explicar, pero le corto y llamo por teléfono a Ángela. Le cuento todo lo que ha pasado y le pido una cita en su consulta porque soy ludópata. Pero me tranquiliza diciéndome que no tengo ninguna enfermedad, solo he vivido una mala experiencia, aunque, por si acaso, mejor que solo juegue al Candy Crush…

Reconozco que he vuelto a la sala de juegos una vez más, pero para comprobar si he ganado algo con las apuestas que hice. Nada, he perdido en todo, que es lo que suele pasar cuando apuestas a lo loco. Bueno, menos en el boxeo, que he ganado cuatro euros. Los he invertido en apostar por el próximo Eurovisión que, en lo de los deportes, yo ya estoy fuera de juego.

El autor del texto, Carlos García Miranda, es guionista y escritor. Algunas de sus novelas son: 'Conexo', 'Enlazados' o 'Treinteenagers'.

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