Tentaciones

Friganismo: la última dieta hipster es coger comida de la basura

Ni la paleo ni la alcalina. La última moda en dietas se sirve en los contenedores de basura. No se trata de una carencia de medios económicos para llevarse el pan a la boca, es una nueva tendencia sostenible y sus adeptos se hacen llamar 'freegans'

Comer está de moda. El placer de salir de fiesta está sobrevalorado en comparación con el placer que brinda un menú degustación. O con lo bien que nos lo podemos pasar un domingo dándole al vermut en la terraza de unos amigos con unas latas de mejillones y patatas a tutiplén (si es con un poco de sriracha por encima mejor que mejor), pasando luego a la tan esperada hora de los gin tonics. O en casa de nuestros padres el Domingo de Resurrección, nadando en paella y torrijas para aburrir. Placer puro y duro sí, pero desconsiderado y egoísta. Porque teniendo el frigo de casa a reventar todavía no...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Comer está de moda. El placer de salir de fiesta está sobrevalorado en comparación con el placer que brinda un menú degustación. O con lo bien que nos lo podemos pasar un domingo dándole al vermut en la terraza de unos amigos con unas latas de mejillones y patatas a tutiplén (si es con un poco de sriracha por encima mejor que mejor), pasando luego a la tan esperada hora de los gin tonics. O en casa de nuestros padres el Domingo de Resurrección, nadando en paella y torrijas para aburrir. Placer puro y duro sí, pero desconsiderado y egoísta. Porque teniendo el frigo de casa a reventar todavía nos dignamos a salir a comer fuera. Y encima, cuando lo hacemos, el protocolo impide pedir que nos pongan las sobras “para llevar”. Así que nada, todas las sobras directas a la basura. ¿Ese entrecot que devolviste a la cocina por estar demasiado hecho? También, de patitas a la calle. ¡Con lo que costó criar a la pobre vaca! ¡Con la de energía, tiempo y dinero que costó alimentarla!

Y así con todo. Porque si nos ponemos a hacer el recuento de la pasta y energía que requiere criar, plantar, recoger, empacar, distribuir, colocar y vender cada alimento que nos llevamos a la boca, lo de tirarlos luego a la basura resulta cuanto menos, un poquito egoísta con el planeta. Un tercio de la comida de todo el mundo se desperdicia, siendo los hogares los culpables del 42% del despilfarro. ¿La solución para evitarlo? Ponerte tus peores galas y rebuscar en la basura. O en su defecto, esperar detrás de la puerta de un supermercado y atacar sus contenedores, hacerse un dumpster dive (clavado en la basura) y escoger buena mandanga con la cual comer el resto de la semana. Por otro lado, si lo tuyo es lo del veganismo (o piensas convertirte en uno), lo de comer de la basura es ya tendencia gracias al movimiento que te lo da todo masticado: el friganismo, del inglés freeganism, o lo que viene a ser comer por la gorra sin renunciar a ser vegano y sin formar parte de un sistema capitalista alimentado por tu dinero.

Cero ascos, siempre smile 

Dicen que la basura de uno puede ser el tesoro de otro, así que agárrate porque ahí te puedes encontrar una buena ola de riqueza comestible. A primera vista puede dar asquete el tema, pero imagina que en vez de estar en bolsas de basura en la calle lo tienes todo bien ordenadito en una estantería dentro de un supermercado o en tu frutería de confianza. En la estética está su sex appeal. Porque el ser humano come con los ojos, y si a la hora de escoger entre un plátano de color amarillo lustroso y otro con más manchas negras de lo ‘normal’, es probable que prefieras ignorar al más ‘pocho’. Es probable y de hecho, es lo que haces. ¿No? Lo mismo con los tomates, los aguacates, las fresas, las patatas… ¿Somos lo que comemos? Pues asumámoslo, no somos perfectos, así que ni idea de por qué esperamos que nuestra comida lo tenga que ser. Lo de comer directamente de la basura (si es que encuentras uno por tu barrio que no tenga candado o al que no le haya caído algún otro tipo de desecho encima) además de salvar al planeta, tiene varias ventajas. Si te comprometes a no comprar comida y a no comer/cenar fuera de casa, el dinero que te ahorrarás puede traducirse a nuevas formas de invertirlo. Lo difícil viene cuando quedes para ir cañas con tus colegas porque o te llevas una hielera las cervezas que te encontraste por ahí o empiezas a convertirte en el conductor designado. Otra opción es la de botellón en casa… o destilar tus propios licores… hacer tu propia cerveza. O morir del asco. ¡Será por opciones!

Comer sano ya es más complicado y resulta más fácil congelar pan del Granier (aviso navegantes, cuando cierran meten todo el pan en bolsas de basura y las colocan al lado de los contenedores, así que ¡ojo!) que frutas de temporada, lechugas, berros o bolsas de ensalada Florette. Si necesitas desayunos altos en calorías puedes darte una vuelta por Starbucks a horas intempestivas, si ves una bolsa negra al lado del contenedor es que has dado con un tesorito relleno de cosas para mojar en el café por la mañana. Ñam.

Rebuscar en la basura no es de pobres, sino de mileuristas

Si comer ecológico o de kilómetro 0 a la vez que tener tu huerto urbano en el patio trasero de casa no se considera de pijos, tampoco lo contrario. Así que cada quien escoja lo que le apetece ser. Mola irse de excursión a El Escorial para comer en Montia productos cultivados por productores que se encuentran a pocos kilómetros de distancia del restaurante, probar platos elaborados con productos de temporada y beber vinos orgánicos para emborracharte de placer. Pero eso se paga. En cambio, el mileurismo es más compatible con salir a buscar comida a media noche y que te vean los vecinos en chándal rebuscando para encontrarte una mísera pizza Tarradellas o unos yogures que caducan ese mismo día. Es verdad que el tema no tiene tanto glamour hedonista, pero has salvado al planeta comiendo con consciencia, ¿no? Pues oye, un caprichito te mereces con lo que ahorras.

Archivado En